VIERNES Ť 15 Ť JUNIO Ť 2001
Ť Un concierto en Monterrey y dos en la Sala Nezahualcóyotl, esta semana
Alaridos entre el público coronaron los oleajes brucknerianos de la Filarmónica de Nueva York
Ť El espíritu del maestro Leonard Bernstein, sonriente, se posó en el podio
Ť Kurt Masur también puso en vida partituras de Shostakovich, Strauss y Schumann
PABLO ESPINOSA
Los alaridos de júbilo desde las butacas de la Sala Nezahualcóyotl, llena a reventar la noche el miércoles, untados a las auras en flamas de todos y cada uno de los integrantes de la sección de alientos-metales de la Filarmónica de Nueva York al final de la Cuarta Sinfonía de Bruckner culminaron las presentaciones de una de las mejores orquestas del planeta durante dos noches en ese recinto universitario.
Bewegt, doch nicht zu schnell. La indicación escrita sobre las partichellas abiertas en los atriles, escrita del puño y letra del profesor autodidacta Anton Bruckner (1824-1896), flotaba aún entre sonrisas. Agitado, todavía menos rápido (bewegt, doch nicht zu schell), la acotación técnica se había convertido en belleza transparente. Junto a la monumental sección áurea de la Filarmónica neoyorquina, el resto de la orquesta ya había recibido también el homenaje de su director, de sus compañeros de fila, del público.
En las manos de Philip Myers, su corno francés asemeja un caracol dorado en frezee-frame. Redondo de cuerpo y de cabeza, calvo y gigantesco, más espectacular que la panza de Pavarotti, el aproximadamente metro y medio de diámetro en la cintura del primer cornista de Manhattan obtiene un reflejo cónico en su instrumento. Cuando suena, a lo largo de toda la sesión de anoche como un solista sempiterno montado en invisible auriga, nadie tiene duda: estamos ante el mejor cornista de todas las orquestas en el mundo. El primer corno francés de la Filarmónica de Berlín, por ejemplo, no rebasa el tope de excelencia que en Philip Myers es astronómico, y así los estilos de sus colegas en Los Angeles, Israel, Chicago, Viena y Londres le rinden pleitesía.
Repertorio contrastante y abarcador
Luego de escuchar durante dos noches seguidas un repertorio contrastante y abarcador, el viejo tópico, el concepto trillado, la relatividad de la injusta clasificación de ''lo mejor del mundo" cobra sentido: además de proverbial, la superioridad de la sección de alientos-metales de la Filarmónica de Nueva York quedó de manifiesto de maneras diferentes, incluyendo su manera de jazzear, con un arreglo para metales titulado Jazzical, juego de palabras de música clásica (clasical) con jazz. Por ejemplo, y para hacer más evidente la naturaleza del repertorio que había puesto en primer plano los metales, como pieza de regalo decidió Kurt Masur desplegar la potencia wagnerita con la obertura a Die Meistersinger von Nurmberg, verdadero heavy-metal metafísico en alientos conversando con maderas y cuerdas y como segundo encore una fiesta con guiño: un arreglo para alientos de America, una de las canciones de West Side Story de Leonard Bernstein, cuyo espíritu se posó, sonriente, en el podio que había dejado libre, con ese propósito, Kurt Masur, quien se quedó recargado en la pared de madera a un lado del proscenio, disfrutando como un niño los prodigios de su orquesta, a la que durante mucho tiempo puede dejar tocando sola y solamente marcar las entradas, los surcos, anacrusas necesarias y suficientes para hacer de cada partitura una temporada en el Olimpo.
Desde luego que la sección de alientos-metales no es lo único fuera de serie de la Filarmónica de Nueva York. Toda ella, entera, es un prodigio. Una orquesta de solistas, donde todos son estrellas de primera magnitud, todos y cada uno de ellos el mejor del orbe en el instante en el que suenan, juntos. El inicio de su gira latinoamericana, por ende, fue una noche mágica.
Tres fueron en total las presentaciones de los neoyorquinos en tierras mexicanas, aunque uno solo de esos conciertos fue abierto al público. Esta orquesta de solistas se multiplicó en dos orquestas de cámara para poner en vida obras de Schubert, Mozart (su Concierto para oboe Koechel 370), Jan Koetsier, Roger Boutry y Carlos Chávez (su Sonata para 4 trompetas). Fue un festejo por el décimo aniversario del Museo de Arte Contemporáneo (Marco), en Monterrey.
El mayor festejó ocurrió en la Sala Nezahualcóyotl, cuya fiesta son las bodas de plata entre ella y los melómanos que desde hace 25 años la disfrutan. La noche del martes 12, la Filarmónica de Nueva York ofreció un concierto privado para Citibank, patrocinador de la gira entera, con uno de los cuatro programas que constituyen el repertorio de la gira por América Latina.
No habrán de olvidar jamás quienes se percataron de la verdadera importancia de ese concierto, el momento solemne del máximo silencio cuando, luego de un calderón marcado en los atriles con profundo dramatismo, el golpe del timbal suena seco, solo, desnudo, íngrimo y solo coronando el vacío que se acaba de formar, en fracciones de segundo, en la boca del estómago para convertirse de inmediato, otras tres décimas de segundo en Fa, en una extraña sensación de júbilo devorando las entrañas. La complejidad emocional que puso Shostakovich en su primera sinfonía, poniendo en equilibrio insólito los modos mayor y menor, el relajamiento sorprendente del Allegro a meno mosso, dan la clave del programa entero: dramaturgia es el nombre del juego.
Dramaturgia en el más puro sentido del término, porque la versión de las Cuatro canciones póstumas de Richard Strauss, en la voz solista de la soprano Christine Brewer, puso en claro nuevamente la noción de equilibrio, armonía, ying y yang, alfa y omega, Eros y Thanatos: ese canto de despedida de la vida sonó sublime, sereno, como un dejar de latir mientras se sueña. Al final, las alegres travesuras de un gnomo, Till Eulenspiegels lustige Streiche pusieron el brillo de los metales a flotar junto a las flores de Ofelia en el estanque. La pieza de regalo, un fragmento de la suite Hary Janos, de Zoltan Kodaly, no podía tener mayor lógica de continuidad, razón de ser.
Esa coherencia de estilo fue también evidente en la sesión del miércoles: en primer plano, cuatro cornos solistas, encabezados por esa versión sonrosada de La Mole que es el maestro Philip Myers, hicieron flamear la bandera antigua del Sturm und Drang. Pieza harto difícil en términos interpretativos y aun para el escucha, este Concertstuck de Robert Schumann enfiló a orquesta y público hacia las profundidades del discurso bruckneriano.
Jornada plena de magia
La Cuarta Sinfonía de Anton Bruckner, en la versión Haas editada en 1936 a partir de anteriores revisiones del Maestro de la Puerilidad Profunda, hizo de la noche del miércoles 13 una jornada plena de magia y maravillas. Las variables, los parámetros, las formas técnicas de mesuración que tienen los niveles increíbles de excelencia que logra la Filarmónica de Nueva York se volvieron astronómicos: balance, calidad de sonido, volumen, tono, timbre, color instrumental, control de las dinámicas, escalofriantes ralenti, fraseos de hadas, calderones secos, cambios súbitos de vértigo como sonidos tornasoles a la más alta velocidad y en una fracción de segundo ya están en cámara lentísima, formidables tutti colosales, pianissimi de fábula. El jardín de las delicias pero no pintado por Juan Bosco sino por ángeles sexuados. Todo esto logrado por músicos fuera de serie cuya maestría resultada agigantada gracias al oficio de director de orquesta que ya ha hecho ingresar a la historia a Kurt Masur, dirigiendo sin partitura, sin batuta y con un solo brazo pero todo el cuerpo, pues una lesión antigua en el brazo izquierdo lo hace levitar de manera semejante a como vuela La Victoria de Samotracia sin que nadie se percate que no tiene cabeza, de forma idéntica a como vuela la Venus de Milo sin que nadie se percate que sus brazos son invisibles, con la diferencia de que Kurt Masur -que cada vez utiliza menos el brazo izquierdo para dirigir, debido a una lesión, sin que la gente se percate de ello- nunca será una pieza de museo porque lo estamos viendo en vivo de la misma manera como acostumbra grabar todos sus discos, en vivo.
Fue en ese instante, en cuanto se detuvo en seco el oleaje voltaico bruckneriano, cuando se soltaron los alaridos de la gente, las sonrisas de los músicos, las piezas de regalo, el homenaje a Lenny Bernstein de parte de Masur, recargado contra la pared junto al proscenio, y el mundo se hizo bello, así fuera tan sólo durante un par de noches, las que hizo humanamente eternas la Orquesta Filarmónica de Nueva York.
Los alaridos que suelen escucharse en los estadios de futbol, en los conciertos de rock, en los cuadros de batallas de épocas remotas, la manera como los ángeles guturan, fueron ofrendados al final de la noche a esos seres humanos comunes y corrientes que devienen divinos en cuanto pulsan instrumentos, los músicos.