viernes Ť 15 Ť junio Ť 2001

Horacio Labastida

Shi Huangdi y el ejército de terracota

En el periodo Estados combatientes, último de la dinastía sínica Chou, surgiría un aperplejante escenario en la patria de Mao Tse-tung. Al trasladarse los Chou a la oriental Luoyang, vieron cómo desmoronábase su imperio en el momento en que crecían los últimos siete Estados feudales, cuyos antecesores pusieron término al reino Shang, fundado por el emperador Tang, quien derrotó a los legendarios Xia, Estados feudales que entregaríanse a los más violentos combates para lograr, alguno de éstos, la deseada hegemonía. La violencia fue así la realidad cotidiana en esos tiempos, y tal como lo explica Ch'au-ting Chi en célebre estudio, la magna riqueza del feudo Qin pudo imponerse sobre los restantes y unificar por primera vez a China bajo el mando del rey Qin, quien ocupó el trono supremo con el título de primer emperador o Shi Huangdi, heredero de las enseñanzas legistas de Lord Shang, muerto en 338 adC. La escuela legista fue una de las cien escuelas filosóficas que lucharon por la paz y la prosperidad en medio de la barbarie conflictiva. La doctrina legista es distinta a la sostenida por Confucio y su idea de identificar al gobernante con los sabios emperadores de la Edad de Oro, y también diferente a la del confuciano Mencio, y a las de Lao-tse, parcial de la acción por la inacción, y de Mo Tzü y su tesis del amor universal. Por el contrario, sugiere J. K. Fairbank, los legistas confiaban en la dureza y suavidad de las leyes, o sea, en el premio y el castigo como las dos maneras de mantener al pueblo en orden, y en este marco, entre quemas de libros y la muerte de filósofos opositores, Shi Huangdi introdujo una forzada conformidad en la conciencia de las elites y de los súbditos junto con la expansión material de los nuevos dominios. En China multiplicáronse los caminos, se abrieron canales de riego, se buscó dominar ríos e impedir inundaciones, se activaron la agricultura, obrajes y talleres, y a pesar del acaudalamiento del reino todo acabaría en ruinas. Shi Huangdi murió a los 49 años, en 210 adC, y su gobierno se vio desmoronado entre sus propias contradicciones, dando lugar a que una nueva dinastía, la Han, tomara el cetro de China hasta el año 220 dC.

Pero antes del fin prematuro, Shi Huangdi sufrió de una obsesionante preocupación. Si en su calidad de primer emperador era hijo del eterno cielo, Ƒacaso no era inmortal? Consultó la cuestión con sus más allegados, bebió elíxires milagrosos, emprendió cinco viajes a las montañas sagradas para modelarse en las energías divinas y, ya seguro de su vida sin fin por sentirla enhebrada al cosmos como emperador selecto, ordenó la construcción de la tumba donde habitaría para siempre. En las enormes cuevas se reprodujo el firmamento y sus estrellas, los mares brillaban con el mercurio depositado y el trono cobijábase entre metales preciosos, porcelanas inigualables y los marfiles que admiraban esclavos y cortesanos yacentes frente a un emperador poseído por la eternidad que emanaba del padre celestial. Y para guardar la tranquilidad del soberano fueron esculpidos en terracota los guerreros de la armada que rodea la tumba, cerca de Xian, en la provincia de Shaanxi, obra declarada por su majestuosidad y arte una de las maravillas del mundo. Pero hay algo más. La unificación de China por el Wang Qin y su utopía de eternidad como Hijo del cielo, simbolizadas en Xian, muestran un momento estelar de la maravillosa cultura china de salvación, reverenciada por la humanidad entera.

Y nada menos ésta fue la atmósfera que rodeó al presidente Vicente Fox y su comitiva al visitar los valores místicos del primer emperador, aunque usted, lector, Ƒqué piensa sobre estas cosas?