viernes Ť 15 Ť junio Ť 2001
Luis Hernández Navarro
Changarros: macropromesas, minirresultados
La noticia buena es que Vicente Fox cumplió una de sus ofertas de campaña: crear un programa nacional de financiamiento a la microempresa. La mala es que el monto de recursos asignado y la naturaleza del programa están muy lejos de sus promesas como candidato a la Presidencia de la República. En lugar de los 2 millones de créditos ofrecidos se darán, si van bien las cosas, 40 mil. O sea, 25 veces menos.
El Fideicomiso del Programa Nacional de Financiamiento al Microempresario (Finafim) tiene como misión "crear las condiciones necesarias que permitan el acceso al crédito a individuos y grupos sociales --que se encuentran en condiciones de pobreza-- con iniciativas productivas que les den la oportunidad de alcanzar por sí mismos niveles de vida mejores".
Al presentar la iniciativa el jefe del Ejecutivo se transformó en un funcionario de ONG que presume sus pequeños proyectos como si fueran grandes palancas impulsoras del desarrollo. Según él, este programa es la "base de un nuevo modelo de crecimiento para México (...) porque contribuye a la democratización de la economía, promueve la generación de cadenas productivas en las zonas más pobres del país, las más marginadas, fortalece las capacidades individuales, dignifica y crea fuentes más autónomas y permanentes de empleo".
El monto asignado al Finafim es de 200 millones de pesos, de los cuales 120 millones servirán para capitalizar 25 microfinancieras, responsables de dar créditos en 640 municipios de 19 estados y el Distrito Federal. Esto es, a cada entidad federativa le corresponde 6 millones de pesos y a cada municipio mil 875 pesos. Para un programa eficaz se necesitaría, al menos, un presupuesto 20 veces más grande. El impacto de esos recursos para generar procesos de desarrollo significativos es insignificante.
El programa reproduce una de las paradojas del sistema financiero mexicano: el crédito es más caro para los pobres que para los ricos. Cada una de las intermediarias recibirá entre 5 y 30 millones. Los beneficiarios finales tendrán acceso a créditos de entre 500 y 30 mil pesos. El fideicomiso entrega los recursos a las microfinancieras a una tasa de Cetes más un punto al año, esto es, alrededor de 10.58 por ciento, o de la tasa de interés interbancario de equilibrio que se encuentra dos puntos arriba del Cetes. Instituciones como Fira y Bancomext cobran, por su parte, tasas que pueden fluctuar en 80 por ciento del valor de Cetes. En contraste, otros proyectos similares impulsados por fundaciones y organismos multilaterales cargan intereses de tan sólo 5 y 6 por ciento anual.
Las microfinanciadoras, a su vez, son libres de fijar las tasas que deberán pagar los beneficiarios. Estas fluctúan entre 1.6 y 7 por ciento mensual. Como en este tipo de proyectos los costos de operación y el riesgo son muy altos, puesto que no hay garantías y la infraestructura es escasa, la mayoría cobrará intereses de alrededor de 5 por ciento mensual.
Las tarjetas de crédito --uno de los instrumentos financieros más caros del mercado-- cobran intereses menores: casi 4 por ciento mensual. Las gentes de menores ingresos tendrán que pagar por tener dinero para ganarse la vida cantidades superiores a las que desembolsan los sectores más acomodados de la sociedad para su consumo.
Según Vicente Fox los intermediarios elegidos "no son del gobierno, son de la sociedad civil". Sin embargo, fue el dedo gubernamental y no la sociedad civil quien los designó de manera discrecional, sin transparencia ni convocatoria pública.
Entre los seleccionados hay organizaciones con una intachable trayectoria de servicio a los pobres, pero hay también muchas con una orientación abiertamente confesional y empresarial, y otras impulsadas por yupis convencidos de que dar crédito a los pobres puede ser un buen negocio. Entre los organismos elegidos se encuentra el proyecto Santa Fe, impulsado por Fox cuando fue gobernador en Guanajuato, sólo que ahora extendido a tres estados, el de Chiapas incluido.
Los programas de crédito popular no son algo nuevo en México ni en el mundo. Tienen años de llevarse a la práctica. La nueva administración no está inventando con ellos el "agua tibia".
El presidente Fox aseguró que los beneficiarios del programa "no piden subsidios ni políticas paternalistas o populistas, sino respaldo a su capacidad emprendedora, respaldo a su propio proceso para superar la pobreza y hacerlo con dignidad". Curiosa ironía: mientras el gobierno subsidia copiosamente a los grandes banqueros y empresarios (e incluso anuncia que quiere bajarles los impuestos), proclama que los pobres no necesitan subsidios. El desarrollo de las regiones más pobres del país requiere de la generación de capacidades y la autogestión de sus pequeños productores, pero necesita además que el Estado cumpla con sus responsabilidades redistributivas y asistenciales, y no que abdique de ellas. El Finafim rehúye de estas obligaciones.
Durante su campaña Vicente Fox anunció que empollaría un huevo de avestruz. Lo que acaba de anunciar es, apenas, un huevo de codorniz, por cierto bastante costoso.