JUEVES Ť 14 Ť JUNIO Ť 2001
Orlando Delgado
Iniciativa gubernamental: frenar los salarios reales
Luego de la advertencia del Banco de México de que la variación de las remuneraciones está resultando superior que la inflación esperada y constituye una presión sobre los precios, el secretario de Hacienda señaló que "los incrementos salariales por arriba de la inflación... significan un foco amarillo para la economía mexicana", con ello, el eje Banxico-Hacienda envió un mensaje a los empresarios: aumentos reales en los salarios sin mejoras en la productividad, impactan el tipo de cambio real.
Con este mensaje se pretende responder a la crítica reiterada de un amplio sector empresarial sobre la evolución del tipo de cambio que, con su apreciación, ha golpeado a muchos productores, restándoles competitividad; en la visión de Francisco Gil y Guillermo Ortiz, importantes funcionarios económicos del gobierno de Fox y sobrevivientes del priísmo neoliberal, lo que realmente resta competitividad a las empresas mexicanas es que están concediendo aumentos reales de cuatro puntos porcentuales.
Estos economistas ortodoxos analizan la relación salarios-productividad-inflación como si cada año hubiera borrón y cuenta nueva; para los asalariados, en cambio, el deterioro sufrido durante los ya largos años de neoliberalismo (1982-2001) debe ser recuperado, aunque sea paulatinamente. Considerando solamente el último tramo sexenal, el salario real manufacturero pasó de un índice de 100 en 1994, a 76 en 1976, y a 87 en 2000; el salario mínimo resultó de 76 en el 2000, reportando un deterioro de 24 por ciento en seis años; el salario en las maquilas es el que ha sufrido un deterioro relativo menor, ya que se encuentra en un nivel muy próximo al que tenía en 1994. Comparativamente, el salario mínimo es la cuarta parte del salario manufacturero y el de las maquilas alcanza 60 por ciento de ese salario.
Los diferentes salarios reales, en consecuencia, son menores que los que tenían al inicio del último gobierno priísta, al tiempo que la productividad del trabajo creció un poco más de 30 por ciento; si la productividad aumenta, los costos reales de la mano de obra descienden y con salarios reales menores se incrementan las ganancias (la información está tomada del estudio de la OCDE: México, julio 2000, pp. 38-40, y del Informe anual 2000 del Banco de México, pp. 21-24). Este deterioro de las remuneraciones reales ha sido constante desde hace tres lustros; ello explica que el movimiento sindical se plantee la recuperación salarial como una de las demandas centrales.
Las advertencias de las autoridades monetarias y financieras buscan limitar los aumentos salariales a la meta de inflación de 6.5 por ciento; para ellos, cualquier aumento superior constituye una presión inflacionaria, un riesgo que puede evitar que logremos el gran objetivo de los ortodoxos mexicanos: una inflación de 3 por ciento anual, similar a nuestros socios comerciales: Estados Unidos y Canadá. En cambio, las altas tasas de interés no representan ningún riesgo ni presionan la inflación, pese a que son tres veces superiores a las existentes en los países del norte y, en el caso de las tasas activas, mayores en 15 puntos porcentuales a la inflación esperada.
Así, un pequeño aumento en los salarios reales, que los mantiene en una proporción de 12 por ciento respecto de los que reciben los trabajadores en Norteamérica es riesgoso, en tanto que tasas de interés que triplican las estadunidenses no lo son. Esta lógica propone que las ganancias logradas con los topes salariales se conviertan en irreversibles, a pesar de que los empresarios estén dispuestos a incrementar las remuneraciones reales de los trabajadores.
En un interesante artículo (El País Semanal, 10/6/2001, p.120), Antonio Muñoz Molina recuerda lo que escribió J. K. Galbraith: lo que ha venido sucediendo en el mundo es una revolución de los ricos contra los pobres: "las revoluciones de los privilegiados tienen tanto éxito que incluso permiten a algunos de sus beneficiarios el lujo supremo de verse a sí mismos como perseguidos. Igual que pueden comprarse un palacio o un bosque, estos revolucionarios... se compran hasta un estatuto de víctimas". Por si esto fuera poco, cuentan también con quienes tras una supuesta sabiduría económica los defienden, aunque no les haga falta.