miercoles Ť 13 Ť JUNIO Ť 2001
Arnoldo Kraus
Sida: el pasado nos alcanza
En junio 5 de 2001 se cumplieron dos décadas de convivencia con el sida. Dos décadas plagadas de éxitos y saturadas de fracasos. Dudé mucho cuál debería ser el primer párrafo de este escrito. Mi diálogo interno centraba la controversia -mi controversia- entre inscribir las ideas desoladoras y llenas de pesimismo contra las que celebran la inteligencia humana y su intento por dominar la enfermedad. Opté por el escepticismo: Peter Piot, director del Programa Conjunto de las Naciones Unidas contra el Sida, afirmó que en el Tercer Mundo 95 por ciento de las personas portadoras del virus de la inmunodeficiencia humana -VIH- ignoran que viven con el virus. Agregó que hasta diciembre de 2000 habían muerto 22 millones de personas por la pandemia, de las cuales 439 mil eran estadunidenses y que aproximadamente 36.1 millones de personas, la mayoría habitantes del Tercer Mundo, son portadores del VIH o tienen sida.
Como resultado de un control inadecuado, el número de seres infectados por el VIH -incluyendo portadores, enfermos y muertos- pasó de 6 millones en 1990, a 20 millones cinco años después, y a 60 millones en 2000. De acuerdo con la progresión de la enfermedad, se considera que las muertes por sida superarán los 25 millones de muertos que causó la plaga en el siglo XIV.
A los vericuetos anteriores debe sumarse un incontable número de sinsabores: la ceguera de las grandes trasnacionales, que sólo recientemente aceptaron que países como Brasil o Sudáfrica elaboren los medicamentos a costos más bajos; la falta de ética, sobre todo de investigadores estadunidenses que no tratan como iguales a los enfermos en Africa que en Estados Unidos; la tozudez de algunos directivos de bancos de sangre en Francia y Japón, quienes, a pesar de que ya se sabía que el sida se transmitía por sangre contaminada, continuaron transfundiéndola para evitar pérdidas; los criminales sidarios en Cuba en donde se recluían a las personas enfermas de sida; la estigmatización contra quien padece la enfermedad -en algunas escuelas o trabajos se les cierran las puertas-; el incremento en la intolerancia contra los homosexuales y la imbecilidad de algunos mandatarios como el presidente sudafricano, Thabo Mbeki, quien sigue cuestionando que el VIH sea el origen del mal. En suma, el panorama es desolador, deprimente y cercado por la voracidad económica, la falta de visión y moral de los países dueños del mundo, así como por la intolerancia y un cúmulo de equivocaciones que han depauperado la ética y puesto en riesgo el futuro de algunas naciones pobres.
El primer párrafo, el "no escéptico", podría haber sido éste: en tan sólo tres años se supo que el VIH era el causante de la enfermedad, y se requirió aproximadamente el mismo tiempo para saber cuáles eran las vías de transmisión de la enfermedad. Hacia 1996 el panorama del sida cambió: los medicamentos antirretrovirales modificaron la situación y el sida pasó de ser una enfermedad mortal a una crónica -como la diabetes mellitus. Para quienes tienen la posibilidad de costear el tratamiento -aproximadamente mil dólares al mes, sin incluir exámenes de laboratorio ni visitas médicas- la mortalidad anual disminuyó 75 por ciento. Y no sólo eso: gracias a los medicamentos -hablamos de Occidente- la transmisión in utero es ahora infrecuente. En suma, el conocimiento médico ha sido deslumbrante, y pronto, cuando se logre vencer la falta de interés y la mezquindad de las grandes compañías farmacéuticas, se contará con una vacuna -hay quienes aseguran que los grandes laboratorios carecen de interés en apoyar los estudios de investigación para desarrollar la vacuna por no ser económicamente atractiva y por mera irresponsabilidad.
ƑQué implica que 19 personas de cada 20 sean portadoras, sin saberlo, del virus? ƑQué significa que la gran mayoría de éstos habiten en países pobres? ƑCómo conciliar conocimiento contra amnesia y amoralidad? La líneas que demarca el "saber profundo" y la durísima realidad es imposible de trazar: sabemos dónde empieza, pero no cuándo ni cómo acabará.
El cúmulo de verdades amargas reveladas por el virus pesa más que el júbilo emanado por la ciencia. La aseveración de Piot -"95 por ciento de las personas con VIH en el Tercer Mundo no saben que viven con VIH"- es dramática y demuestra la miopía y las equivocaciones de quienes dirigen las políticas para frenar la epidemia. Se sabe el nombre del virus, pero no el de los enfermos. Se sabe cómo llenar las recetas, pero no hay quién las pague. Insita a toda acción debería ser la moral. Cuando se cuente con la vacuna -agrego que las naciones industrializadas no tienen interés en apoyar las investigaciones para desarrollar la vacuna-, los rostros de las mayorías de los afectados seguirán siendo anónimos. ƑA quién se le aplicará?