miercoles Ť 13 Ť JUNIO Ť 2001
Luis Linares Zapata
Gobernabilidad en crisis
La erosión de la popularidad presidencial alcanzó un punto neurálgico durante la última gira por el continente asiático. Y no fue debido exclusivamente al desempeño de Fox y a las definiciones conceptuales de su gobierno (hombres de negocios, mediación con Bush) o a la vacuidad de los propósitos reales por los que se organizó el viaje, que son de dudosa viabilidad (TLC con Japón, astilleros, inversiones Chinas). Esta vez los invitados pusieron su nota de color y trivialidad. El jugueteo de conspicuos personajes entre las figuras de terracota, tan famosas como respetadas y frágiles, auxiliaron, al difundirse con profusión aquí en México, a solidificar el matiz de liviandad de la caravana de acompañantes y, por añadidura, del talante del liderazgo nacional. Los alegatos del mismo canciller Castañeda, por más bien presentados que fueron (Séptimo día), no han podido reversar lo que, entre la opinión pública enterada, ha quedado asentado con bastante pesadez: no hay un diseño estratégico sólido (la política externa incluida) y, menos aún, continuadas acciones para sustentarlo. Una aureola de frivolidad empieza a cubrir al Ejecutivo Federal y de ello nada positivo se va a extraer.
Todo el apoyo inaugural y la simpatía del electorado empezó a tambalearse cuando se interrumpieron, de brusca manera, las incipientes negociaciones que se habían iniciado con el EZLN y con los pueblos indios en general. A la renovada y entusiasta euforia popular que provocó la gira de los zapatistas le siguieron, al presentarse en la Cámara, los despiertos ánimos de concordia con los rebeldes, los sentimientos de deuda con los indios y marginados y otorgarle el más amplio reconocimiento al tesón presidencial. A ello le ha seguido un silencio y abandono que revive los peores días de la pasada y costosa ruta zedillista y que presagia, una vez más, el enquistamiento del problema chiapaneco y guerrillero.
Le siguió, para aumentar el desconcierto, la desordenada campaña para hacer comprensible y apoyable la que pretendió ser, sin decirlo de manera abierta, una reforma fiscal integral que da alarmantes señales de convertirse en simple adecuación como en los pasados años del neoliberalismo priísta. Aumentar el IVA a 15 por ciento, suprimir las excepciones y bajar la tasa del ISR, de 40 a 32 por ciento, son medidas que no pueden sustentar, por injustas e incompletas, las inmensas necesidades que tiene la hacienda federal para elevar sus ingresos. Deja, por completo de lado, la obligatoriedad constitucional de hacer de los impuestos un instrumento de redistribución equitativa al no incluir otros renglones de donde pueden obtenerse recursos para aliviar la pesada carga, debida a las insuficiencias y los errores pasados, que la deuda pública y el déficit fiscal resumen y explican con precisión. Los focos amarillos se han prendido ahora por la tardanza de los legisladores en aprobar el paquete fiscal y la urgencia del aparato productivo de saber a qué atenerse en el futuro.
Pero ahora se ha profundizado la incertidumbre de los mercados con los problemas internos que sufren los partidos mayores en su camino hacia la recomposición de fuerzas que la transición y la sociedad (que la provoca y la impone) les solicitan para dar el paso siguiente de modernidad democrática. El PRI, por ejemplo, muy a pesar de su forzada tregua en el pleito por los puestos de mando, no ha podido delinear sus nuevas reglas del juego y menos reorganizar sus fuerzas electorales para detener la alarmante pérdida de posiciones. Ha nublado, aún más, el diseño de su ser como partido de oposición, que al mismo tiempo es todavía el de mayor peso político actual. La misma radicalidad del PRD, inducida por la postura de López Obrador y ensanchada por esta vendetta (provocada por primitivos y torpes operadores y aliados panistas) contra Rosario Robles, tendrá un efecto sobre la conducta y la orientación del PRI. No es conveniente soslayar que, con aceptable seguridad, la tensión a la que han sometido al PRD obligará a los priístas a tomar posturas más cargadas a la izquierda y de menos colaboración con la administración de Fox. El PAN, por su cuenta, no mide ni define el tenor o la distancia respecto del programa y accionar de Fox para llevar a feliz término su doble papel de partido en el gobierno y, por tanto, el que debe apoyarlo en lo fundamental, pero, en primer lugar, que sea aquel partido que formule y negocie el pacto para la gobernabilidad con las demás fuerzas restantes. Para ello requiere, también, de un clima que propicie la negociación y los acuerdos y no la rijosidad, que es la tónica actual.
La reforma del Estado y todas sus implícitas modificaciones están a la espera de que puedan encontrarse los consensos indispensables para que se pueda gobernar de manera aceptable este atribulado país. Y esto es, precisamente, lo que está faltando: la habilidad para forjar acuerdos para la continuidad, tranquilidad y el progreso de la nación.
A ello no contribuye todo este sainete montado contra Robles y sus gastos en comunicación que, en efecto, fueron cuantiosos. Y no lo hace porque su pretendida ilegalidad, que debiera ser el fondo real del escándalo, no sólo es muy endeble sino inexistente. Quedan por clarificarse, de todo este follón de prensa y ahora hasta de barandilla, la legitimidad y las normas para limitar las desmedidas erogaciones que en México se hacen por partidos, funcionarios y candidatos para la promoción de las figuras públicas, los programas partidarios o el quehacer político.