martes Ť 12 Ť junio Ť 2001
José Blanco
Cuesta abajo
No parece existir ya un acuerdo social en la Argentina que sirva de cimiento a la nación. La guerra sucia demolió el tejido social y su regeneración no parece posible entre las actuales generaciones de argentinos. Acaso ello explique la volatilidad gaseosa de los acuerdos interpartidarios.
En los últimos años, la dialéctica de la crisis económica y de la crisis política parece hallarse en un descarrilamiento sin fin. Argentina camina todo el tiempo a la orilla de la catástrofe.
La ley de convertibilidad de 1991 paró la hiperinflación galopante -signo de una inestabilidad social profunda- y creó la ilusión momentánea de haber dado en el clavo. Fue, en cambio, quizá el más grave error económico que haya cometido nunca la clase política argentina aturrullada por el menemismo. La evidencia sobre el yerro histórico es abrumadora, pero aún así el nuevo sistema monetario surgido de esa ley tiene muchos duros defensores internos e internacionales.
La victoriosa Alianza entre la Unión Cívica Radical (UCR) y el Frente del País Solidario (Frepaso), encabezada por Fernando de la Rúa, mostró pronto bases frágiles para lidiar con los nuevos formidables problemas de corto plazo que venían gestándose en la economía. Nunca como hoy las economías subdesarrolladas demandan Estados políticamente fuertes, eficaces y eficientes para enfrentar el accionar tumultuario de la globalización. Pero con De la Rúa se constituyó un gobierno endeble, mutilado de los instrumentos de la política monetaria por la ley de convertibilidad, reducido a operar sólo con la política fiscal, y enfrentado de inicio a un acentuado desequilibrio de las finanzas públicas y a mil problemas de corrupción.
El sobresalto de infarto ha sido la constante para De la Rúa. En octubre pasado la dimisión del vicepresidente Carlos Alvarez, de la UCR, debilitó más aún al gobierno. La corrupción -caballo de batalla de la Alianza durante la campaña presidencial- provocó su caída: varios senadores del oficialismo y de la oposición cobraron sobornos a cambio de votar a favor de la controvertida reforma laboral.
Después fue el ministro de Economía, José Luis Machinea. Ni el aumento de impuestos, ni el recorte del gasto en 900 millones de dólares, ni el paquete de ayuda de casi 40 mil millones de dólares negociado en diciembre con el FMI sirvieron para controlar el crecido déficit público (6 mil 500 millones de dólares). La desconfianza del exterior no ha parado de crecer y el temor a una suspensión del pago de la deuda no sólo frenó toda entrada de capital externo, sino que esa situación terminó echando a la calle a Machinea en marzo.
Ricardo López Murphy, que no había cesado de anunciar su ortodoxia más rancia, sucedió a Machinea, y llegó decidido a cumplir con el ajuste comprometido con el FMI, a rajatabla. López Murphy, con esos galardones, fue bien recibido por los organismos internacionales pero, maniatado en la política monetaria, anunció a los cuatro vientos lo que los entendidos sabían desde siempre: en ausencia de política monetaria, volver competitivas las exportaciones -para buscar ampliar la entrada de divisas-, en las actuales condiciones económicas, sólo era posible reduciendo en serio los salarios.
López Murphy anunció además un plan de ajuste de 2 mil millones de dólares para reducir el déficit, que contemplaba un recorte de mil millones en las transferencias del Estado a las provincias y una disminución en los incentivos a los docentes, entre otras medidas. El repudio unánime de los sindicatos (con huelga general y bloqueos de carreteras), de la oposición peronista, de los gobernadores provinciales y de un sector del propio gobierno (renunciaron tres ministros más) hicieron de López Murphy un ministro de 15 días.
Y así Domingo Cavallo volvió al manejo de la economía. Los diputados lo hicieron superministro en una noche, dotándolo de superpoderes por un año, y dejando al propio De la Rúa en segundo plano. Desde su llegada, Cavallo con sus superpoderes no ha hecho mucho más que dragonear, interna e internacionalmente. Su última ocurrencia es una nueva convertibilidad entre el peso argentino y una canasta de divisas que incluiría el dólar y el euro, pero esto sólo sería activado cuando euro y dólar estén a la par. El peso pasaría a ser la media armónica entre el dólar y el euro: si, por ejemplo, el dólar sube un 5 por ciento respecto del euro, el peso argentino quedaría revaluado 2.5 por ciento frente al euro y 2.5 por ciento devaluado frente al dólar. Cavallo intenta hacer creer que la prestidigitación monetaria es la salida.
La novísima propuesta no ha sido aprobada por el Congreso, ni tampoco acaba por ser entendida por la sociedad. Entre tanto, en medio de nuevas huelgas "absurdas" (De la Rúa dixit), Cavallo será citado por la justicia debido a que él firmó la documentación vinculada al tráfico de armas de Menem y De la Rúa se va al hospital afectado de un mal cardiaco.