LUNES Ť 11 Ť JUNIO Ť 2001

Ť Hermann Bellinghausen

Tornabile

Los domingos en el lago son proletarios, por aquello de que las clases populares pasean los fines de semana, los demás días están demasiado ocupadas buscando trabajo, o teniéndolo.

Así este domingo, el gentío, todas las lanchas ocupadas, colas en la taquilla, un profuso tráfico de embarcaciones que, de tantas, a veces chocan; los pasajeros, sacudidos, ríen, qué relajo tan padre, qué divertida está ora el agua. Guerritas no faltan entre tripulaciones adversarias que se salpican a remazos y dando palmadas en el agua. Ni falta el payaso que se caiga, y entonces a sacarlo, a lo bestia, con riesgo de voltearse y al agua patos, todos. Las barcas que traen familias, señora, chamacos, el señor al mando, evitan salpicarse en zonas de guerra. Aunque no es momento propicio para las parejitas, hay algunas, que en el relajo no alcanzan a concentrarse con suficiente intimidad.

A pájaros suena el aire. El desorden audible se entona en la congregación de gritos niños, en las atrabancadas expansiones de adolescencia en acción, en un vocear de vendedores, radios portátiles puestos en La Sabrosita, carros de paletas, chicharrones, perros calientes o picos de gallo. Reina la determinación colectiva de pasarla bien, que modula un mediodía de cordialidades ganosas.

En la región de la banca de piedra celebran un fin de infancia. Prosiguiendo al baile, que fue anoche, los quince años de Cynthia acaban en una taquiza que organizaron su prima Lina y su cuñada, con unos pocos tíos, los hermanos y los muchachos de la Unidad, vecinos de toda la vida. El tornabaile. Apartaron desde temprano el área con un hilo de cáñamo a la altura de la cintura, subrayado con globos y serpentinas.

Cuando el fotógrafo de la agencia llega a su sitio habitual a instalar tripié y equipo, temprano hasta eso, Lina y la cuñada de Cynthia ya resguardan el territorio del festejo entre sillas plegadas, parrillas y ollas. De cuando se ofreció a solucionar el tornabaile a la realización del mismo, el estado de ánimo de Lina se ha transformado apreciablemente. Viene traspasada. Anoche, aprovechándose de ser la reina, Cynthia le bajó el novio, allí, delante de todos, la muy fresca. Besándose y todo.

También el idiota de Guty. Se pasa de guapo, pero también de otras cosas. No valía la pena un tipo así no valía la pena, se recita Lina sin conseguir cambiar de tema sus pensamientos. Imagina las traiciones preliminares de Cynthia, hasta ayer su prima preferida, aunque más chica. Con refinado masoquismo, se calienta la cabeza hasta volarse todos los fusibles. Para cuando hacia las dos se juntan los invitados y la del cumpleaños, Lina ya alcanzó un nirvana y prefiere representar el papel de la sacrificada que no guarda rencores, y atiende a Cynthia como la reina que sigue siendo.

Además, de verdad tranquiliza descubrir lo superficial que es Guty, era perder el tiempo. Mira que encandilarse con una chamaquita. ƑDe qué puede hablar un hombre formado con una mocosa de segundo de secundaria? Lina se sabe más interesante que su prima, en materia de sexo y de lo demás. Por eso no entiende qué les pasa a los hombres.

Gracias a que del baile sobró bastante guiso para el recalentado, la comida alcanza hasta para los gorrones. Al atardecer se despiden los invitados, los vecinos, la quinceañera ("Tengo una cita" anunció descaradamente) y por último la niñas de Bulmaro, que se quedaron a recoger con su mamá y con Lina. Cerca de las seis pasa Bulmaro a recogerlas en la camioneta del taller de don Álvaro. Consiguió dos chalanes para que ayudaran a cargar las sillas y mesas.

A la hora del vámonos, Lina comunica que se quedará otro rato, que luego se va en Metro. Las niñas y la cuñada de Cynthia entienden, no así Bulmaro, que insiste. Ellas le dicen cuídate y le transmiten una calidez que agradece.

Una vez sola, Lina se dirige a la orilla, se quita las zapatillas, las pone a un lado, se recoge la falda y al sentarse hunde los pies en el agua. Como por arte de magia, y sólo hasta ahora, Lina olvida. Tanto, que ni lo nota. Relaja los músculos de la espalda. Extiende los brazos hasta el suelo, echa atrás la cabeza, el pelo cae, negro, y le acaricia la espalda desnuda, por la blusa que trae, es la moda. Apunta los ojos a lo alto y los entrecierra. Permanece un ratote en el túnel amiótico de los párpados a contraluz.

Una silueta gris le nubla la cortina rojiza de los párpados. Un presencia a su espalda. Abre los ojos sin cambiar de postura. Un tipo con una cámara. Qué fastidio.

Que si le molesta que le tome unas fotos, señorita. Que si qué, pregunta ella, como sin entender. La verdad, le vale. Gira su cabeza hacia el embarcadero, mirando más allá del infinito, y dice:

-Uno nunca sabe para quién trabaja.

-Que me lo digas- revira el fotógrafo con su mejor sonrisa Colgate, creyendo que sabe de qué le hablan, pero ella no se dirige a él, ni a nadie en particular. Su ausencia es total. Será de milagro que salga en las fotos. ƑCómo retratas alguien que no está?