ENTREVISTA
Virginia Guerrero, autora de Las hijas de Florence
Las enfermeras son objeto de discriminación, bajos salarios y hasta insultos
CAROLINA GOMEZ MENA
''Las mujeres siempre han sido las encargadas de la salud, incluso antes de que la profesión médica ocupara ese espacio''. Desde 1860, cuando Florence Nigthtingale cambia la enfermería de una actividad totalmente doméstica a un nivel de profesión, hasta nuestros días, la función de las enfermeras en las instituciones de salud ''obedece al estereotipo del género femenino''. Es decir, son ''esposas, madres y empleadas domésticas'' al mismo tiempo. ''Esposa del médico en su función de ayudante, madre de los pacientes en sus curación y cuidado, y servidora doméstica en las instituciones de salud''.
Las anteriores son algunas de las reflexiones que están presentes en el prólogo del libro Las hijas de Florence -presentado en la Secretaría de Salud-, en el cual su autora, la enfermera Virginia Guerrero Peña, narra algunas de sus experiencias vividas durante casi 32 años de ejercer la profesión, así como en sus años de estudiante en la Escuela Nacional de Enfermería y Obstetricia de la UNAM.
En entrevista, Guerrero Peña, proveniente de una familia de clase media residente en la Unidad Tlatelolco, asevera que desde niña soñó con ser enfermera (como la mayoría de ellas) y de ahí su emoción cuando fue aceptada en la universidad. Expresa: pese a que a las enfermeras se las ''visualiza como profesionistas de segunda categoría'', que el legado de Nighthingale las encajona en el estereotipo femenino y ello en ocasiones las hace víctimas de abusos por parte de quienes creen ser sus superiores -los médicos-, no se arrepiente de la elección de su carrera, porque no fue el resultado de haber sido rechazada en medicina, sino de su vocación.
Para Virginia Guerrero, dignificar la profesión pasa ineludiblemente por la negación de asumirse como las herederas de Florence Nightingale, porque a su juicio ello es lo que ha definido la desventurada suerte del gremio.
Ferviente feminista, rehúsa aceptar la filosofía de Nightingale, la cual -dice- ''ayudó a establecer la superioridad de los médicos sobre las enfermeras'', y añora que sus colegas entiendan que la sumisión femenina es cosa del pasado y que, por lo tanto, ''ya no es posible ni deseable''.
Raquíticos salarios
A su juicio, este comportamiento es el causante principal de que la enfermería, desde 1860 a la fecha, ''no haya tenido gran transformación. Mi deseo al escribir el libro fue que nos sean reconocidos los innumerables esfuerzos, los logros ocultos, internos y marginales, y nuestro esfuerzo por no desaparecer... no amenazar los intereses de los médicos, no deben temer que las enfermeras podamos llegar a ser su competencia'', señala.
Refiere que aunada a la lucha porque no sólo se reconozca a los galenos la mejoría del enfermo, se suma que en el país existe una ''desproporción'' entre el número de enfermeras y la cantidad de población, pues para casi 100 millones de potenciales enfermos sólo existen 150 mil enfermeras, de las cuales 91 mil 921 son técnicas en enfermería, 46 mil 394 son auxiliares y 10 mil 794 son licenciadas. Pese a que esta carencia numérica podría hacer pensar que los servicios profesionales de este sector, por ser muy solicitados, estarían bien remunerados, ello no ocurre, pues tanto en el sector privado como en el público cuentan con ''raquíticos salarios'' que las obligan a emplearse en al menos ''dos lugares para sobrevivir''.
Así una de las principales limitantes de las enfermeras en cuanto a lo material son los exiguos sueldos que perciben por sus turnos de ocho horas de trabajo, los que oscilan entre mil 300 a poco más de 5 mil pesos mensuales, siempre y cuando se tenga una especialidad. Desde ahí empieza la discriminación, sostiene.
Pero esa, a decir de quien es especialista en pediatría y en salud pública, no sería la peor parte, lo más condenable es la subordinación incondicional al médico inculcada por Nightingale, la que además añadió ''el trabajo rutinario, la disciplina militar y la obediencia religiosa'' sin posibilidad de réplica.
Esa herencia, que no se ha logrado erradicar por completo, es aprovechada por los médicos (no todos) para hacer patente en todo momento esa aparente diferencia, en la que se deja claro ''que no somos parte del equipo de trabajo, sino sólo ayudantes'', refiere.
Guerrero Peña relata que las peores experiencias se viven en el quirófano, ''en donde todos se neurotizan'' debido a la responsabilidad de llevar a buen término la sesión operatoria. En este espacio quirúrgico el maltrato a la enfermera suele ser ''terrible'', incluso pueden llegar a insultarla. No es extraño escuchar cuando el galeno pide el instrumental y percibe que éste no ha sido entregado a tiempo un ''hija de la chingada'' o ''es usted una pendeja'' y avienta el instrumental. ''Ello nos hace sentir las esclavas ante el patrón'', asegura.
Las que ya tienen más experiencia intentan hacer caso omiso a estos exabruptos, pero las novatas, las recién llegadas, suelen no soportarlo con la misma resignación. Cuando estas diferencias se reportan al director médico, el cual por ser colega del denunciado siempre encuentra justificación, ''las hijas de Florence debemos pedir disculpas al médico por el error'' que supuestamente cometimos durante la intervención quirúrgica.
Para quien hoy es asesora de enfermeras en el Hospital Santa Fe, el problema con los médicos es producto de una perniciosa mezcla de las cuestiones de ''género y de la formación de la enfermera que exalta la sumisión y obediencia a los mandatos masculinos''.
Sin embargo, no siempre la relación es tensa, porque ''no todos (los médicos) son groseros, siempre hay amigos que tienen calidad como caballeros, pero desgraciadamente son los menos''.
Añade que con las médicas la situación es más llevadera, pues son pocas las que hacen valer su posición de privilegio ante las enfermeras, quizás porque también ven las diferencias que se hacen entre ellas mismas y un médico, sólo por el hecho de ser hombre.
Los galenos -amables o descorteses-, además de ser los depositarios de muchas de las maldiciones, no han dejado de ser la esperanza de algunas enfermeras o estudiantes de enfermería, las que añoran ''casarse con uno de ellos para garantizar su futuro económico'', más que para experimentar un sentimiento.
''A veces es como de telenovelas y otras el camino para ascender. Y es que en la profesión médica hay todos los niveles socioeconómicos. No obstante, esto es cada vez menos común; tal vez fue la constante a mediados del siglo pasado, pero ahora las mujeres somos más independientes. Pero todavía algunas se enamoran de los médicos y se casan con ellos, y muchas así trasladan el trato en el hospital a sus vidas privadas''.
Entre las enfermeras ''hay compañerismo, pero también rivalidad, motivada por la presión de no perder el trabajo''. También la envidia de las mujeres interviene en el trato entre ellas y empeora mientras más hijas de Nightingale se sientan. En lo que toca a la relación con los enfermeros -los que se han incorporado durante el último quinquenio-, nuevamente se hace patente la inclinación por su calidad de hombres. En opinión de Guerrero Peña, las enfermeras no se sienten desplazadas por el ingreso de hombres a la profesión, sino por el contrario los ven con buenos ojos porque confían en que, a través de ellos, pueda darse un estatus superior a la profesión. Tan es así, que los prefieren de jefes de enfermeras y también de maridos, porque ellos sí son ''buenos compañeros''.
La escritora asegura que la mayoría de las enfermeras ''amamos la profesión''. De ahí que muchas de las descortesías hacia los pacientes, más que ser el producto de una falta de compromiso con el ejercicio profesional serían el resultado de los ''conflictos'' que vive tanto el enfermo como la enfermera, desde que el primero ve cambiar todo su esquema de vida al ingresar a un nosocomio, y muy probablemente su existencia futura, hasta el ''cansancio físico y mental'' de las sucesoras de Florence.
Reconoce que en ocasiones también se falta al deber, tanto con el enfermo como con la profesión, pero eso sería la excepción y no la regla. ''A veces es imposible evitarlo, porque en las instituciones del sector público (IMSS, ISSSTE, Ssa) se trabaja a destajo y el tiempo se consume entre sacar cómodos, administrar medicinas, registrar signos vitales y supervisar sueros, entre otros.
Para concluir, subrayó que el principal reclamo es que ''se dignifique nuestra profesión'', que los esfuerzos por hacer maestrías e incluso doctorados sean recompensados, y que más enfermeras ocupen niveles jerárquicos en donde se toman las decisiones que atañan al gremio de la medicina.