LUNES Ť11 Ť JUNIO Ť 2001
Marcos Roitman Rosenmann
La lucha contra la corrupción en el capitalismo del siglo XXI
Siempre que pensamos en la corrupción lo hacemos como un acto individual. La corrupción política la contemplamos como una debilidad de carácter. La corrupción social la atribuimos a comportamientos inmorales. La corrupción económica, al deseo de ganancia desmesurada. En definitiva, la corrupción es un exceso. Una suma de singularidades. Nada hace pensar en la corrupción como una práctica social ligada a un sistema de dominio y explotación.
Se encuentra arraigada la opinión de que la corrupción es una realidad inherente a la conducta humana. Todo puede corromperse y ser corrompido. No hay límite. Codicia, egoísmo, lujuria, los pecados capitales, emergen como parte de la personalidad corrupta. Hay policías corruptos, jueces corruptos, abogados corruptos, periodistas corruptos, intelectuales co- rruptos, en fin, la corrupción está presente en la vida cotidiana y todos tenemos un corrupto en la familia.
La corrupción, mezcla impura de elementos nobles, se nos presenta desde una visión individualista. Pero, Ƒpuede un sistema social fundamentarse en la corrupción? Cuando cambiamos el criterio de análisis y contemplamos la corrupción como una manifestación social de comportamientos colectivos, podemos comprobar que hay múltiples acciones realizadas cotidianamente dentro de una sociedad de libre mercado que son consideradas nobles y pasan desapercibidas como actos corruptos.
Veamos algunos ejemplos: en la lógica comercial, remarcar los precios; en la lógica política, incumplir los acuerdos y pactos; en la lógica económica, encubrir el trabajo infantil; en lo social, comprar lo producido por el trabajo infantil. Vicios privados, virtudes públicas. Del egoísmo nace un orden espontáneo virtuoso. Mandeville, hombre liberal y creador de la frase, nos recuerda qué es el capitalismo y por qué la corrupción le es inherente:
"Dejad, pues, de quejaros: sólo los tontos se esfuerzan por hacer de un gran panal, un panal honrado. Querer gozar de los beneficios del mundo, y ser famosos en la guerra y vivir con holgura, sin grandes vicios, es vana utopía en el cerebro asentada. Fraude, lujo y orgullo deben vivir mientras disfrutemos de sus beneficios: el hambre es, sin duda, una plaga terrible, pero sin ella, Ƒquién medra o se alimenta? ƑAcaso no debemos la abundancia del vino a la mezquina vid, seca y retorcida? La cual mientras olvida sus sarmientos, ahoga a otras plantas y se hace madera, pero nos bendice con sus frutos apenas podada y atendida: igualmente es benéfico el vicio cuando la justicia lo poda y limita; y más aún, cuando el pueblo aspira a la grandeza; tan necesario es para el Estado como es el hambre para comer; la virtud sola no puede hacer que vivan naciones esplendorosamente; las que revivir quisieran la edad de oro, han de librarse de la honradez como de las bellotas".
No hay duda, la corrupción es parte de un sistema social fundado en el individualismo social. No puede ni es posible combatirse salvo en condiciones extremas de dominio público y escándalo nacional (Watergate). Mandeville lo señala: es benéfico el vicio cuando se limita y poda. Perseguir la corrupción en el capitalismo es tanto como querer acabar con el hambre en su interior. Todo está impregnado de actos corruptos cuya dimensión social se nos oculta para evitar sonrojarnos. Sólo cuando nos enfrentamos a la crítica del acto corrupto nos recuerdan lo corruptos que nosotros somos. "Nadie está libre de pecado".
Sin embargo, la responsabilidad, el sentido social del comportamiento ético, permite hacernos conscientes de una realidad corrupta cuyos fundamentos están en la manera de articular las relaciones sociales, y no en una supuesta condición humana débil. La lucha contra la corrupción en nuestras sociedades con economía de mercado es un eslogan político, una promesa electoral corrupta por definición de corrupción.
En cualquier lugar donde se privilegien el progreso, la competitividad, la racionalidad y la eficiencia de las empresas, es imposible que la corrupción no emerja. Las actividades mediadas por el afán de medrar, de lucro o de éxito personalista, conllevan una carga de renuncia y de asumir la corrupción como un fundamento de la acción misma.
Es cierto, se pondrán ejemplos de los ex países comunistas, donde la corrupción también era una realidad social. Efectivamente, ello viene a demostrar que sus principios fueron alterados y reconvertidos. Si lo que prima es el afán de lucro y el beneficio, es imposible construir una sociedad socialista y menos aún educar en un comportamiento ético. Pero "consuelo de muchos, mal de tontos". No se puede justificar el ser corrupto porque otros lo sean.
Rescatar el principio social de la corrupción permite liberarnos del sentimiento católico, apostólico y romano del pecado. Librados del pecado podemos asumir, como nos lo propone Carlos Castilla del Pino, siquiatra y sicoanalista español, la conciencia social de la culpa. Es decir, "actualizar el conflicto a que hemos llegado en nuestra relación con la realidad a través de una decisión errada, esto es, de una praxis responsablemente inadecuada".
Ser consciente de la corrupción no significa ser corrupto. La lucha contra ella comienza reconociendo su carácter social derivado de una sociedad fundada en el lucro y la especulación, inherente al orden de dominio y explotación capitalista. Si reconocemos este principio se podrá emprender una acción consecuente contra la corrupción. Lo demás son declaraciones de intenciones corruptas.
Intentar acusar de corrupción a quienes han mantenido una vida ejemplar en lo personal y lo político, y cuya acción no es posible criticar desde lo hecho en su administración, es el ejemplo más actual de la moral corrupta. "Todo ladrón cree que los demás son de su condición", reza el dicho. Por razones de Estado, el capitalismo es capaz de acusar de corrupción a cualquier ciudadano, siempre piensa que algún acto de corrupción se ha cometido. Por suerte, las vidas ejemplares tienen tras de sí una transparencia difícil de negar y se levantan como los árboles, los Robles, por ejemplo; por ello son vidas ejemplares. No hace falta rezar el Rosario.