La Jornada Semanal,13 de mayo del 2001
Enrique López Aguilar


La iglesia iletrada (I)

El cristianismo, hijo del judaísmo, se funda en la tradición de la Palabra. Jesús, no obstante su condición analfabeta, habló para todos en Judea y lo que dijo se recogió en cuatro evangelios canónicos y en una breve multitud de apócrifos. Eso bastó para fundar una nueva religión y convertirlo en una de las figuras más luminosas de la humanidad, pues su mensaje era nuevo aunque remitiera a lo que, dicho por Yahvé, fue articulado por el Espíritu y dictado a los hombres para configurar la Torá (o Antiguo Testamento, en la versión cristiana). No importa, pues, que lo divulgado por Jesús fuera oral o escrito: la suya, en esencia, era la Palabra. Es evidente que el cristianismo pasó con rapidez de la oralidad a la escritura y los evangelios son evidencia de ello, pero también es notorio cómo la palabra, a través de epístolas, sermones, prédicas, encíclicas y tratados patrísticos y teológicos, fue un instrumento fundacional y de promoción para los cristianos: con ella y algunos concilios creció la Iglesia, con ella contendió contra paganos y herejes, con ella condenó y persiguió a sus enemigos, con ella ha desvirtuado el mensaje de Jesús y mediante ella San Francisco trató de regresar a la pobreza y los fundamentos.

Iglesia, que en griego significa “asamblea”, es un concepto que ha dejado de ser lo que fue: muy pocos recuerdan su sentido original porque ahora se entiende como el lugar físico donde se dicen las misas, o la compleja institución que, durante siglos, ha jugado un indudable protagonismo en la Historia, papel no exento de contradicciones. Sin embargo, si algo ha sido inherente a la institución eclesiástica ha sido su escrupuloso respeto por la letra: palabras de más o de menos son las que, históricamente, han separado a heresiarcas de ortodoxos y las que han dibujado el límite entre salvar la vida o pasar a la tortura y el fuego inquisitoriales. Baste un ejemplo: la obra teológica de Pedro Abelardo fue quemada en el siglo xii porque el autor cometió la infracción de asegurar que “del amor del Padre procede el Hijo, y del amor entre ellos procede el Espíritu Santo”. Éstas, que parecen santas palabras, contienen un peligrosísimo veneno que la Inquisición supo detectar: si el Espíritu procede del amor del Padre y el Hijo, y éste, del amor del Padre, eso significa que cada persona es anterior a la otra, lo cual es herejía y atenta contra el dogma, pues la Trinidad es simultánea.

Por contraparte, sería absurdo negar el papel de la Iglesia como receptáculo y lugar de germinación de la cultura, pues en el comienzo de la Edad Media casi todas las personas alfabetizadas de Europa pertenecían al universo eclesiástico. Incluso en momentos tan cruciales y represivos como el de la Contrarreforma, cuyo sol más alto brilló en Trento, fue la palabra de dominicos y jesuitas la que volvió a dotar de armas a Roma: ayudó a definir nuevos dogmas y estableció el camino de las artes para volverse instrumento de persuasión y adoctrinamiento, como en las Instrucciones de la fábrica y del ajuar eclesiásticos, de Carlos Borromeo, tratado producido en el más acendrado espíritu tridentino para ayudar a controlar la producción artística que tuviera que ver con el realce y dignidad del culto.

Frente a esa Iglesia, resulta sorprendente descubrir lo inculta e iletrada en que se ha convertido la moderna, lo cual no obsta para que mantenga una arrogancia cada vez más inexplicable. Enuncio un largo ejemplo: fue la Iglesia la que inventó los retablos, elementos decorativos colocados detrás del altar y que, cubriendo el muro, ofrecían un mensaje piadoso y no verbal a la feligresía analfabeta. Los primeros retablos, del siglo xv, no pueden competir con la belleza y complejidad conceptual de los barrocos, pero su idea siempre ha sido la misma: adoctrinar sin palabras, lo que se encuentra en la línea de la persuasión tridentina. Para conseguir ese efecto, el retablo es un verdadero teatro sobre el viento compuesto por calles y cuerpos soportados por una predela (en la que deben figurar imágenes de los Padres de la Iglesia, soportes, a su vez, de la misma), rematado en la cúspide por una imagen de Dios Padre y presidido por un altar; dicho de otro modo: todo retablo es un texto complejo hecho de imágenes, esculturas, ornamentos, símbolos y dorados que apelan al asombro del sentido y buscan iluminar la íntima fe de los creyentes.

Todo retablo cuenta una historia y es un texto visual plagado de referencias cruzadas en las que se habla de la advocación del lugar donde está colocado, de la orden que lo construyó, de su ministerio esencial, de sus santos y mártires más importantes, de los misterios del cristianismo y de la estructura religiosa. Así, la lectura de un retablo es ejercicio difícil y exige un rico proceso de combinaciones intertextuales pletóricas de iconografía, angelología, mariología, historia eclesiástica, bíblica y evangélica, así como de chismes contextuales acerca de benefactores y arquitectos, por ejemplo, pero esa complejidad supone un principio descubierto por el discurso barroco: ningún elemento de la obra puede ser alterado sin daño esencial del conjunto.

Para su lectura, no es inocuo que el retablo se eleve magníficamente ante los ojos de la feligresía, que casi siempre lo contempla desde el nivel del piso, un poco más abajo del que tiene el altar: la feligresía, abajo, y Dios Padre, arriba. Entre otros, el mensaje de un retablo argumenta y ejerce un orden jerárquico, y en su relación de forma y contenido aspira a la inmovilidad, no al cambio.

(Continuará.)



A pique

Para mi T. Alunle por el Titanic
Una de las cosas que se dicen del gran novelista Jospeh Conrad es que nunca amó el mar. Lo había padecido tanto, en circunstancias tan terribles, literalmente tan tempestuosas, que le resultaba detestable. Conrad era un hombre tímido. En las contadas ocasiones en las que sus lectores hablaban con él, generalmente le preguntaban cosas sobre el mar. Y Conrad, evasivo, contestaba que el mar no le gustaba demasiado. En las obras de Conrad, como en las de Melville, el mar es una presencia enemiga, vasta e ingobernable. En las novelas de estos escritores se escuchan, como de manera bellísima escribió José Gorostiza, tal vez nuestro más grande poeta, “...los funestos cánticos del mar”.

Pero a pesar de la natural extrañeza del hombre hacia el océano, muchos pueblos, sobre todo me parece que aquellos que son insulares, como los ingleses, han hecho del mar otra tierra que también han trabajado.

Al leer las biografías de algunos de los piratas más famosos que han asolado los mares de este mundo, berberiscos, ingleses, chinos, malayos, uno se sorprende al enterarse de que muchos de ellos, la mayoría, no sabía nadar. Imagínese el lector la entrañable relación que entonces unía al hombre de mar con su barco: no sólo era su modus vivendi, sino su casa, su refugio y lo único que lo separaba de una muerte cierta y terrible. Al pensar en los galeotes atados con cadenas a sus remos, se me parte el corazón. Los esclavos de los barcos debían compartir su suerte con la de los capitanes: irse con la nave al fondo y convertirse en parte del océano: “Of his bones are of coral made/ Those are pearls that were his eyes:/ Nothing of him that doth fade,/ But doth suffer a sea change/ Into something rich and strange”, canta Ariel en La tempestad. Los vikingos, navegantes formidables y arrojados, el terror de la Inglaterra de la Edad Oscura, llamaban a sus barcos con esta hermosa kenningar: “el lobo de las olas”.

Las historias de las batallas marítimas de los antiguos griegos son tremebundas: las naves se atacaban entre sí con espolones, las veloces trirremes se lanzaban todas a una contra los barcos en los que iban los capitanes de las flotas enemigas, todo entre los rechinidos y resquebrajamientos de la madera y los gritos de los combatientes. El imperio bizantino era un imperio basado en el poderío naval. Sus capitanes, como Nicéforo, Logoteta del Tesoro a las órdenes de Irene la ateniense y su hijo Constantino, hundieron las naves árabes incendiándolas con fuego griego, una suerte de napalm medieval cuya fórmula sólo alcanzamos a intuir aun hoy en día. Por supuesto en griego había decenas de títulos para aquellos que dirigían las naves. A Cristóbal Colón le llamó Pedro Mártir de Angleria, en sus Décadas, el Architalassos, el gran capitán de los mares.

Los antiguos polinesios recorrían en sus canoas superficies enormes de agua. Como los beduinos, sabían leer las señales secretas de un paisaje aparentemente monótono, podían discernir corrientes, cambios de temperatura que les facilitaban la pesca, la cercanía de la lluvia o la tierra, sin brújula ni mapas. Más cerca en el tiempo están las hazañas de los navegantes ingleses, los portugueses y los holandeses que llegaron a China y a Japón, desafiando los tifones, los tai fun o “vientos del dragón”, para establecer las nuevas rutas de comercio. Esas tormentas eran una barrera efectiva e indestructible: lo único que detuvo el avance irrefrenable de Gengis Khan, quien reunió una inmensa flota de juncos armados para invadir Japón, fue la marina imperial nipona, auxiliada por el “viento divino” que encarnaría en el siglo xx en los pilotos suicidas japoneses. Ahora en cartelera hay una película sobre Pearl Harbor. En Hawaii, los restos de los barcos USS Arizona y USS Utah son un extraño monumento funerario en honor de los más de mil marinos norteamericanos que murieron cuando sus naves fueron bombardeadas por los japoneses. Los millones de personas que han visitado este monumento son la prueba de que los naufragios, los restos sumergidos bajo el agua, ejercen una gran atracción sobre el hombre. Si no, no me puedo explicar el éxito arrollador de la película Titanic. Creo que soy la única que no la ha visto. Aunque no debo vanagloriarme, pues en la primaria me asusté muchísimo con la pésima Aventura del Poseidón en la que, si el lector recuerda, el barco quedaba al revés durante la fiesta de Año Nuevo.

Todavía ahora me la pienso antes de ponerme tacones para salir: ¿y si tengo que trepar por un árbol de Navidad que esté al revés o algo por el estilo?

Este miedo, aunque ilógico, pues jamás me he subido a un barco, no se ha atenuado con la edad. Una arqueóloga que conocí, Pilar Luna, quien trabajaba en salvamento submarino, vivió un naufragio en sus vacaciones. Como estaba lejos del trabajo, en un crucero que iba a recorrer Alaska, Pilar decidió usar tacones para ir a cenar. Y cuál no sería su sorpresa cuando el barco en el que iba se inclinó, con un rechinido horrible, y los cubiertos se cayeron al suelo.

No me acuerdo del resto de la aventura: tuvo final feliz, eso lo sé. Ella lo contaba muerta de risa, pero yo, como me había quedado clavada en la imagen del barco escorando, inclinándose y los cubiertos que resbalaban, no la escuchaba ya. Se me había regresado el cassette a la Aventura del Poseidón.

Pero está escrito que el chilango, de esto, lo ignorará todo. Nuestras calamidades acuáticas son de otro tipo (remember Chalco). El mar es una visión propia de las vacaciones, cuando alcanza. Lo más que podemos temer, y no es cualquier baba de perico, es que se inunde la calle y se apague el motor del pesero o del coche. Y como dije, en este tráfico no es poco.


Noé Morales Muñoz
Cenizas a las cenizas

Intentando describir la impresión que le causó su encuentro en Buenos Aires con Luigi Pirandello, Ramón Gómez de la Serna acuñó un calificativo certero y corrosivo: fauno melancólico. Pocas veces merecido de nuevo, este singular epíteto resulta perfectamente aplicable a los caracteres emanados de la mente de quien es definitivamente uno de los más dignos sucesores del prolífico Nobel italiano: Harold Pinter, autor por excelencia de la nostalgia, el recelo, la frustración y el desencanto de la vida en el siglo XX. Etiquetado en un principio como dramaturgo del absurdo, Pinter ha demostrado a lo largo de una trayectoria amplia y fructífera que su teatro psicológico de medio tono va más allá de toda clasificación estilística, aportando una de las piedras angulares de la dramaturgia contemporánea: Traición, obra maestra en la que se consolidan en definitiva sus rasgos autorales mas recurrentes: personajes desencantados e inconformes con sus circunstancias, mediocres profesionales circunscritos a una desasosegada y superficial estabilidad emocional en tanto carecen del menor atisbo de iniciativa propia, grises presentes producto de pasados tormentosos y retorcidos. Perfecto retratista de la oquedad del hombre moderno, Pinter es definitivamente una de las plumas mas cáusticas y revulsivas de la historia de la literatura dramática, sin cuyo aporte no podríamos entender eso que denominamos teatro de búsqueda o de vanguardia. Por todo lo anterior (y por muchas razones más), no pocos saludamos con entusiasmo el estreno en México de una de las obras mas recientes del maestro inglés: Cenizas a las cenizas, que bajo la dirección de Mauricio García Lozano acaba de arrancar temporada en el Foro La Gruta del Centro Cultural Helénico.

Merced a la gentileza del dramaturgo Jaime Chabaud, quien esto escribe tuvo acceso a una copia del texto de Pinter antes de ver la puesta de García Lozano. Partiendo de la base de que, contrario a lo que mucha gente piensa, el leer un texto dramático poco antes de ver su escenificación no fomenta prejuicios que descalifiquen a priori el trabajo del director, sino que permite testificar completamente el proceso natural de un producto artístico encaminado desde su origen hacia una representación escénica, redescubrí en esta pieza corta a un autor maduro y dueño absoluto de su oficio, sin que esto se traduzca en autoplagio o condescendencia. Deblin y Rebecca, los dos únicos personajes que conforman el reparto de esta obra, presentan con claridad las características distintivas de la producción de Pinter, descritas someramente líneas arriba. Y también resulta evidente que, no obstante su escasa duración, Cenizas... es una obra compleja en cuanto a su construcción discursiva y a la multiplicidad de lecturas posibles que puede despertar en el receptor. Dicho de otro modo: en apariencia, la obra no trata de nada, dos amantes consagran su tiempo a la recriminación de errores cometidos en un pasado no del todo establecido, afectados por una especie de evasión amnésica. Difuminada anecdóticamente, la obra basa su eficacia en la no acción, en el constante ping pong dialogal aparentemente carente de sentido e hilación narrativa, en un concienzudo artificio que Pinter propone como vehículo de reflexión en el espectador. Porque, mediante un prolijo análisis a posteriori, se descubre que Cenizas... alude veladamente a la huella que dejó en los europeos el Holocausto nazi. De esta manera, las constantes que aparecen en la retórica de estos burgueses alcanzan otra connotación: referencias a estaciones de trenes, a un oscuro hombre que arranca de los brazos de Rebecca a su bebé de meses, la falta de memoria como mecanismo de defensa ante un pasado que aún hoy resulta brutalmente inmediato (para quien lo dude, revise por favor los resultados de las pasadas elecciones presidenciales en Italia, por citar sólo un ejemplo de que tal amenaza es todavía latente). Incluso, visto desde esta perspectiva, el título de la obra se resignifica por completo. Lejos de desencantar al espectador, esta lectura previa despierta la curiosidad por constatar la resolución en las tablas de la enorme riqueza subtextual que se plantea implícitamente en la obra literaria.

Por principio de cuentas, es refrescante atestiguar signos de versatilidad en un director que tradicionalmente ha encaminado su quehacer por los territorios de la farsa y el humor negro, inquietud que se hermanó con la del que se constituyó en su cómplice perfecto, el prematuramente fallecido dramaturgo mexicano Gerardo Mancebo. García Lozano se arriesga con un texto bastante alejado de las características estilísticas de su trayectoria previa. Y puede decirse que resuelve pulcramente las dificultades primarias que la obra requiere: entiende y transmite esa saudade existencial que rige la psique de la genealogía pinteriana. Sin embargo, parece quedarse ahí, en esa primera lectura en la que se entrevé únicamente a dos personajes que discuten sin una lógica consuetudinaria, que por más que se lastiman mutuamente no pueden escapar a ese ceñido corsé emocional que el autor les ha impuesto. De esta manera, se pierde una magnífica oportunidad para explorar la veta que el autor dibuja sólo discretamente, esa desgarradora sutileza con la que Pinter pone el dedo en la llaga mas profunda de la historia europea contemporánea, el error mas grande surgido de ese continente que aprovecha la menor provocación para vociferar su supremacía intelectual y humanística por sobre el resto del planeta. 

El reparto de esta puesta no escapa a esa malinterpretación enarbolada desde la dirección de escena. Carmen Delgado personifica a una Rebecca deslucida y acartonada, en una caracterización que dista mucho de ser de las mejores de su carrera. A esta evidente inverosimilitud hay que agregar el recurso de un sonsonete que por momentos bordea con lo chocante, una voz engolada que ignora por completo los distintos matices emotivos que el personaje desarrolla a lo largo de la pieza. Arturo Beristáin, por su parte, consigue evitar por mucho más tiempo el cliché del burgués británico, pero se pierde igualmente dada la errónea concepción de García Lozano. Con pocos momentos de real interacción entre los personajes, esta puesta no logra apuntalar la premisa fundamental del dramaturgo inglés, que bien podría resumirse en los versos de otra figura literaria igualmente señera: Sólo una cosa no existe. Es el olvido. Lo escribió Borges, para quien lo haya olvidado.

Juan Domingo Argüelles


Amado Nervo vuelve a Tepic

Amado Nervo volvió a Tepic. Aunque en realidad nunca se fue. Nayarit reconoció y valoró a su más importante poeta fallecido y para celebrarlo invitó también a su más importante poeta vivo.

Amado Nervo (1870-1919), de Tepic, y Alí Chumacero (1918), de Acaponeta, estuvieron presentes, y dialogaron, en el coloquio “Amado Nervo, una obra en el tiempo” dentro del Primer Festival Cultural Amado Nervo, que se realizó del 18 al 27 de mayo, en Tepic, para conmemorar el ochenta y dos aniversario luctuoso del autor de La amada inmóvil.

Organizado por el Gobierno de Nayarit, a través del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes, este Primer Festival tuvo de todo (poesía, música, pintura, teatro, danza), pero lo relevante fue la presencia del más popular de los poetas mexicanos a través de un reconocimiento público que, por fortuna, ha venido cobrando carta de permanencia luego de todos los desdenes dizque cultos que, al igual que Sabines, ha tenido que padecer a causa de su popularidad. Ya se sabe, Nervo y Sabines suelen sacar ardorosas ronchas en quienes juzgan el sentimiento y la descarga emocional como imperdonables pecados.

Poeta magnífico y prosista singular, Nervo ha sido recuperado en los últimos años por algunos autores que consideran injusto el tratamiento desdeñoso de quienes, en nombre de la inteligencia, se avergüenzan de la emoción y, sin haber leído realmente la amplia obra nerviana, la descalifican sin más.

Hoy incluso la academia lo revalora. En el Coloquio de Tepic, coordinado por la poeta Alma Vidal, estuvieron, entre otros, Jorge Briones Franco, historiador sinaloense que revisó la importancia de Nervo para las generaciones locales de escritores durante su estancia en Mazatlán; Gustavo Jiménez Aguirre, que ha estudiado las crónicas inéditas y el epistolario del autor de El arquero divino; José Ricardo Chaves, investigador de la narrativa de Nervo y autor de una reciente antología de su prosa fantástica: El castillo de lo inconsciente (México, Conaculta, 2000); Lourdes Franco Bagnouls, que ha estudiado la influencia de Nervo en las generaciones posteriores de escritores, y el padre Aureliano Tapia Méndez, que mucho sabe de la vida y la obra del gran escritor tepicense.

Desde luego, junto con Nervo, en este festival fue figura relevante Alí Chumacero, quien grabó hace poco una antología de poemas nervianos para la colección Entre Voces del Fondo de Cultura Económica y quien dictó la conferencia de clausura: “Amado Nervo en voz alta.”

Con la sinceridad que le caracteriza, Alí dijo: “Recordamos hoy a uno de los poetas mayores de nuestra lengua, a un escritor que dio prestigio a nuestra patria y que nos hace sentir orgullosos de la tierra donde nacimos: Nayarit. Hace muchos años, Amado Nervo concluyó su peregrinar, víctima de la uremia, en la ciudad de Montevideo. Célebre desde muy joven, su muerte levantó un velo de tristeza en multitud de espíritus afines que cultivaban devotamente su admiración por el gran artista del Nayar.”

“Su poesía ­concluyó­ se halla hoy viva y seguirá viviendo mientras perdure la lengua castellana.”

He ahí un elogio, que no es cualquier cosa. A ver quién lo discute, a ver quién lo rebate, lo mismo que aquel que, en su momento, hiciera Octavio Paz en valeroso acto de contrición: “Al releer estas páginas (se refiere a las suyas propias, contenidas en el cuarto volumen de sus Obras completas: Generaciones y semblanzas, Dominio mexicano, Fondo de Cultura Económica, 1994), me conmueve su fervor y me apiado ante sus extravíos; también me ruborizo frente a los juicios perentorios, las manías, las injusticias y las lagunas. Hoy no podría, por ejemplo, repetir algunas frases desdeñosas acerca de Gutiérrez Nájera y Amado Nervo, que son, con Díaz Mirón y Othón, los fundadores de la poesía moderna mexicana.”

Si Paz supo reconocer, al final de su vida, las injusticias que la vanguardia cometió contra Amado Nervo, el que algunos autores y críticos menores lo sigan desdeñando ya no debería preocuparnos mayor cosa. Nervo sigue siendo un escritor con el cual aún es posible entablar ese diálogo necesario que exige toda literatura para probar que está realmente viva. Lo que sucede es que algunos incapaces de conmover, y de conmoverse, se sienten ofuscados por la gloria literaria de quien tuvo lectores y continúa teniéndolos. La popularidad espanta a los fríos espíritus de voz desapasionada y lectores escasos. No conformes con desdeñar a Nervo, desprecian también a todos los lectores que no son suyos.

Acompañado de Alí Chumacero, Amado Nervo regresó a Tepic al cumplir su octogésimo segundo aniversario luctuoso. Con ochenta y dos años de vida, Alí hizo el contrapunto entre la gloria ausente y el esplendor presente de la palabra. (El próximo 9 de julio, el autor de Imágenes desterradas y Palabras en reposo cumplirá ochenta y tres, pues nació apenas unos meses después del fallecimiento de su célebre coterráneo.)

Hace un par de años, en estas mismas páginas de La Jornada Semanal, en el número del suplemento que se le dedicó a Nervo con motivo de su ochenta aniversario luctuoso, Gustavo Jiménez Aguirre recogió las siguiente palabras de Chumacero: “A Nervo hay que rescatarlo de ese fango en que lo hemos metido. Hemos dicho que es un poeta mediocre, un poeta cursi, un poeta que no tiene derecho a igualarse con los grandes de la literatura. Hay que rescatarlo y ponerlo precisamente en su lugar. Es un poeta digno de que se le tenga, como se le tuvo antes, entre el coro de los dioses mayores.”

Y esto es lo que ha hecho Nayarit: rescatarlo y ponerlo en su justo sitio, enorgulleciéndose de su poeta y emulando el fervor que entregó Nervo en cada una de sus páginas, para retribuírselo en un homenaje permanente.

Figura central de la poesía mexicana en las primeras décadas del siglo XX, Nervo fue también, “de principio a fin, un prosista excelente” (la frase es de José Emilio Pacheco). Sus lectores, que aún conserva en buen número, hacen el milagro cotidiano de mantener viva la emoción frente a la frialdad de los desapasionados.


Luis Tovar
La tuya...

Todo parece indicar que Alfonso Cuarón, uno de los cineastas mexicanos que desde hace algunos años eligieron irse a los Yunaites a probar fortuna, no sólo consiguió filmar allá y lograr el éxito necesario para no convertirse, como sí le ha sucedido a otros, en un simple movie maker, en maquilador de la película que la empresa ­perdón, el estudio cinematográfico­ le tiene destinada a cierta estrella del celuloide; todo parece indicar, digo, que el director de Sólo con tu pareja, La princesita y Grandes esperanzas ­como el anuncio promocional se encarga de recordárnoslo­ consiguió al menos una cosa más: aprender cómo se le hace para que una película mexicana no se convierta en a) el crimen perfecto ­por aquello de que nadie la ve­; b) un pretexto más para que quienes hablan mal de nuestro cine por mera costumbre puedan seguir ejercitándose en su sano deporte; y c) un pésimo negocio en el que medio mundo ­empezando por el director y los productores­ queda debiendo hasta los calzones.

La receta secreta 
del coronel Cuarón

Que el hermano de Carlos Cuarón posee una fórmula eficaz para obtener lo que otros no han podido ni en los quince o veinte años que llevan deslomándose para filmar y no morir en el intento, es algo que se desprende fácilmente de las declaraciones hechas por Alfonso a la prensa, a la que no se cansó de repetirle que Y tu mamá también ya salió ganona, y que para ello no importó que todavía no se hubiera estrenado.

En la semana previa a su estreno ­que tuvo lugar el viernes pasado­ se dio rienda suelta al grueso de la promoción de esta película protagonizada por la española Maribel Verdú y los mexicanos Gael García y Diego Luna. Más allá de un ya no tan sorprendente despliegue de anuncios impresos, la estrategia consistió en la reiterada exposición de director y actores ante cámaras, micrófonos y grabadoras, así como, de manera destacada, en el contenido de las declaraciones de Cuarón. Éste habló, una y otra vez, de que gracias a la venta de los derechos de exhibición en varias partes del mundo, Y tu mamá también está muy lejos de hacerle perder dinero a quienes invirtieron en ella.

¿Le parece una fórmula muy simple? A primera vista lo es, pero para llevarla a la práctica es necesario ­quizá indispensable­ haber hecho, o hacer en el futuro, mucho de lo que Cuarón hizo antes de llegar a este éxito anunciado: entre otras cosas, irse al Gabacho y, como quien no quiere la cosa, venderle un par de hot dogs a los gringos. Después habría que tener las ganas de mirar de nuevo ­es decir, con cámara y todo­ hacia Mexicalpan de las Tunas, gesto loable del que no todos son capaces, máxime si no les ha ido mal en la “tierra de las oportunidades”.

Ya no lo vuelvo a hacer

Otra cosa que Cuarón declaró fue que no volvería a rodar una película como Y tu mamá también. Lo dijo en el sentido de que no querría repetirse en su trabajo, lo cual ­y esto no lo expresó, pero no es improbable que lo haya pensado­ le permitiría a criticones como un servidor tacharlo de repetitivo. He aquí otra intención loable, habida cuenta de los cineastas que, sin siquiera percibirlo, llevan años filmando, para mal, la misma película una y otra vez.

Metido a pensar y declarar casi exclusivamente sobre temas que versan sobre el cine en lo que tiene de negocio, no es extraño que Cuarón apenas haya dedicado unos cuantos minutos a hablar de su película ­o, para decirlo de otro modo, no es extraño que poca gente le haya preguntado de algo que no fuera el asunto de los dineros, la distribución, si volverá a filmar en México, más el pequeñito etcétera que completa las preguntas de cajón que suelen planteársele a directores, actores y toda persona que hace cine en México.

Por boca de su autor, de muy poco nos enteramos aparte de esto: Y tu mamá también no se supone dirigida exclusivamente al público joven, sino que es una historia sobre jóvenes para que la vean también los adultos. A saber si las cosas están sucediendo así desde antier, día del estreno, pues, como pasa con toda obra, ésta se explica y se “defiende” sola, sin el concurso de su autor.

¡En la madre!

Pero si Cuarón no puede multiplicarse por ochenta y estar en cada sala de cine, ahí está la voz en off de un narrador (Daniel Giménez Cacho) que se ocupa de situar, retrospectiva y prospectivamente y desde el principio hasta el final, a la historia y los personajes mientras éstos siguen desarrollándose en el tiempo diegético. Este recurso, un tanto excesivo al inicio, se va dosificando hasta permitirle a la trama desarrollarse por sí sola, para contar algo que, a final de cuentas, no justifica la necesidad de tantos prolegómenos: el personaje A (Diego Luna), hombre joven de clase alta, es amigo de B (Gael García), hombre joven de clase media, y C (Maribel Verdú), mujer joven de clase alta, es la esposa del primo de A. A, B y C van de viaje a una playa que se supone no existe pero luego resulta que sí. C no tenía pensado coger ni con A ni con B pero luego resulta que sí. A y B pensaban que, a pesar de sus diferencias, su amistad no moriría nunca pero luego resulta que sí.

No acaban aquí las cosas que, en Y tu mamá también, parecían de un modo y luego resultan de otro. De hecho, en este filme de Cuarón, como en los anteriores de su factura, lo más importante no parece ser el tránsito narrativo de un punto a otro ni el porqué de ese camino, sino el cómo, expresado aquí en el lenguaje de los protagonistas masculinos, la escatología que los acompaña, la actitud misógina que muchos suponen inherente a la adolescencia, y de manera destacada el retrato, que se supone franco y fiel, del tiempo y el lugar en los que la historia se desarrolla, en este caso el México urbano contemporáneo.

“Entretenida” será uno de los adjetivos que más se dejarán escuchar respecto a Y tu mamá también. El otro será “complaciente” y va a ser empleado de preferencia por quienes, sin reconocerlo o sin saberlo, esperan que cada película mexicana que se estrena sea incontestablemente buena, como si eso fuera posible ya no para nuestra cinematografía sino para cualquier otra.




 
Angélica
Abelleyra
 
mujeres insumisas

Ambra Polidori: a salvarnos de la displicencia

¿Es la violencia un ritual continuo ante nuestra indiferencia y nuestro silencio? ¿Puede una imagen ser un exhorto a la compasión, a la solidaridad y a la resistencia? ¿Quién protege a la historia de la Historia?

Con su fotografía construida, con sus instalaciones sonoras y sus videos, Ambra Polidori (DF, 1954) se pregunta y, sin siquiera responder, nos confronta. Aborda el concepto de territorio, explora en la geografía interna de los desplazados, recorre los paisajes mentales de los diferentes y nos ofrece un abanico de metáforas visuales para salvarnos de la displicencia.

Formada en los círculos de la Universidad Nacional Autónoma de México en literatura hispánica y filología, desde muy joven le atrajo el universo inabarcable de la imagen, ése que comenzó a mirar en pinturas, fotografías, esculturas y películas de los más disímbolos autores, colores y texturas.

Primero, abordó ese interés mediante la escritura, con sus artículos y reseñas en el diario unomásuno y en diversas revistas y catálogos, desde 1977. Pero, desde los ochenta, tomó ella misma la cámara y comenzó a enfocar en aquellos escenarios que alimentan su constante incertidumbre: la guerra, el prejuicio ante lo ajeno y la resistencia ante la apatía.

Y, aunque ella misma la define como su vocación “tardía” y plenamente autodidacta, se zambulló en las arenas creativas de la foto para fragmentar cuerpos, rostros y paisajes.

¿Por qué la fragmentación? Porque siempre seleccionamos al mirar, porque ponemos énfasis en el pliegue de la montaña, en el hueso que es fémur y no masacre vuelta cementerio, en la prolongación de la curva de la carretera, o en la blanquecina luz sobre el colchón desvencijado.

Y así, enfocando en geografías y en humanidades, viendo no una, sino muchas verdades, Ambra digitaliza imágenes de Ruanda, de la antigua Yugoslavia, Chiapas, Vietnam, Camboya y Chechenia, para situar a ancianas enfermas y a niños tristes entre refugios destruidos y ríos aptos para la faena de lavandería. Lo mismo en cdrom que en instalaciones o en la convencional exhibición de fotos fijas, de forma sutil intenta dar armonía a los fragmentos. No busca ofrecer un documento directo de-la-guerra porque no es reportera gráfica; tampoco es filósofa y menos historiadora, pero se vale de dichas especialidades para darle un sentido unitario y conceptual a cada obra, concebida como parte de un discurso.

Por eso ha tomado de la mano la desolación de Francis Bacon o el sentido del silencio de John Cage; los aforismos de Edmond Jabes y las disertaciones de Ludwig Wittgenstein, para que esas reflexiones alimenten sus propias inquietudes en torno a la otredad errante, rechazada.

En Observaciones sobre los colores, a partir del título de un libro de Wittgenstein, contrapone y relaciona lo dicho por el pensador alemán y borda una cadena de significados para que el espectador se inmiscuya lentamente en su universo atrapado y polivalente pleno de paisajes digitalizados.

En el cdrom Grado cero enlaza la foto al video y a la instalación para transitar en medio de los conceptos de territorio, violencia y rechazo; lo público y privado; el crimen vuelto espectáculo. Allí, un soldado toca el piano en un campo ¿minado?, una mujer expande sus brazos como alas o como huesos, nos miran un par de niños con muletas pero sin pierna, y una pipa, que en realidad es eso pero también más, acompaña al galopante sub Marcos en medio de la triada verde-blanco-y-rojo, como sello de una cuestionada identidad.

En 1985 Polidori empezó a exponer de forma colectiva en museos de México, Francia, Italia y Estados Unidos. De forma individual ha intervenido en salas de la Ciudad de México, París, Milán y Nueva York, a partir de 1991. En Palermo ganó el Primer Premio Immagine Donna, organizado por la udi/ Mandragola y arci. Desde entonces sus construcciones visuales forman parte de las colecciones del Museo del Barrio de Nueva York, la Biblioteca Nacional de París, la Galería de Arte Moderno y Contemporáneo de Bergamo, del Centro Cultural de México en París y de los museos del Chopo, Carrillo Gil y Amparo, en el df y Puebla, respectivamente.

En todos ellos cuelgan sus exploraciones del cuerpo femenino, de la sexualidad humana, de las creencias religiosas y las intolerancias por motivos de raza y pensamiento. Son temas que la tocan. Y aquello que empezó como pasatiempo se erigió como un lenguaje sutil donde Polidori ­nos lo recuerda el curador de arte Ery Cámara­ alumbra las paradojas ante los ideales, las utopías y las contradicciones. Las de Ambra, añade el especialista, son “intervenciones estratégicas para revelar los secretos que ocultan el exceso y el abuso del escenario bélico, el soporte de muchas represiones y las fronteras del deterioro”.