DOMINGO Ť 10 Ť JUNIO Ť 2001

MAR DE HISTORIAS

Movimiento perpetuo

CRISTINA PACHECO

Los hombres llevan horas en la cantina. El calor de las cinco de la tarde ha diluido su entusiasmo. La conversación es apenas un intercambio de frases que aluden a la lluvia, el camión retrasado, las novedades en el videocentro, y al antojo de poseer una hembra.

-Me está entrando un sueñecito de la patada. Mejor me voy para la casa -anuncia Tobías desperezándose.

-Quédate otro rato, hazlo por tu señora -le grita, burlón, Eusebio, el cantinero, sin dejar de pulir el mostrador cacarizo.

Las carcajadas se elevan. Los escupitajos caen al suelo como si fueran monedas para cruzar una apuesta.

Zeferino Zimbrón, el maestro de la banda municipal, le reclama al cantinero que no haya mandado a componer la sinfonola: -Así como la tienes sólo estorba.

Para librarse de su responsabilidad, Eusebio se vuelve a Marcelo. Lo apodan El Conejo a causa de su labio leporino; es mecánico y primer regidor.

-Reclámenle a él. Prometió arreglarla y la descompuso más.

El Conejo se apronta a defenderse: -No me vengas con eso, Chebo, diles la verdad: no quisiste darme para las refacciones. ƑO qué, a poco querías que pusiera de mi dinero para comprar el plato?

-Uta, ya van a comenzar con lo mismo de siempre. Ya me voy -dice Tobías rumbo a la puerta.

-Estás dejando tu periódico -le grita El Conejo.

-No trae nada interesante -comenta Tobías-. Ahí nos vemos.

Los parroquianos lo despiden con murmullos y frases a medias. Luego se hunden en el silencio. Eusebio deja la barra y se acerca a la sinfonola.

-šQué plato ni qué plato! Para mí lo que está mal es el contacto. Eso hasta yo puedo arreglarlo.

Molesto porque Eusebio lo crea capaz de semejante torpeza, El Conejo pasa de la defensa a la agresión:

-Como quien dice, soy un pobre güey. Bueno: la próxima vez que se te ofrezca una compostura a ver quién te la hace, porque yo no-. Toma el periódico y lo hojea sin interés.

A las seis de la tarde sólo se escuchan en la cantina los resoplidos de Eusebio ante la sinfonola y los comentarios que El Conejo lanza en torno a las noticias: "Después de la reunión para analizar la pobreza en el mundo, los mandatarios celebraron sus acuerdos con una cena de gala." šQué poca, pero qué poca madre! A ver qué hay en deportes: "El técnico declaró que la obligación de los futbolistas es jugar, no meter goles."

El Conejo retira el periódico en espera de algún comentario. Lo decepciona advertir la indiferencia de sus contertulios: los que no dormitan beben cerveza y miran a la calle en espera de que una muchacha cruce por la acerca de enfrente. El Conejo reemprende la lectura, esta vez en silencio. De pronto se estremece y murmura:

-šAh, chingao! Oigan esto: šel Gobernador andará por aquí! Se levanta, despliega el periódico sobre la mesa y señala con el índice un recuadro: -Anuncian que vendrá a inaugurar una maquiladora en Tlapa y otra en Robleda.

Un hombre levanta la cabeza, otro abandona el vaso que estaba a punto de llevarse a los labios, Eusebio tira el cable de la sinfonola y Salustio, el único taxista de la zona, se cala los lentes que vuelven sus ojos remotos y minúsculos. El Conejo le ordena:

-Salus, ve a la casa de Tobías y tráetelo de vuelta.

El taxista, contagiado de una excitación que no entiende, corre a la puerta. Se detiene y pregunta a los hombres inclinados sobre el periódico: -ƑQué le digo?

Un coro alegre, infantil, se escucha en la cantina: "Que viene el Gobernador".

 

II

 

El periódico sigue extendido sobre la mesa. Eusebio está de nuevo junto a la caja registradora y los hombres, de pie a la barra, esperan la llegada de Tobías. Cuando aparece acompañado del taxista, El Conejo se apresura a retirarle la información:

-El Gobernador llegará mañana a Tlapa-. Advierte la desconfianza en los ojos de Tobías: -No está lejos. Un comité puede irse para allá y entregarle nuestra invitación.

-ƑY crees que la acepte? -murmura Tobías analizando el recuadro del periódico marcado con un círculo a lápiz.

-Me canso, si le contamos nuestros sacrificios para construir el Centro de Usos Múltiples-. En la voz de El Conejo se percibe un entusiasmo hueco.

-Eso de nuestros sacrificios no vale. Se los digo por experiencia -afirma el maestro Zeferino-. Me he acercado a ellos para hablarles de todo lo que hago con tal de mantener la banda sin ayuda oficial y jamás he recibido un solo centavo para comprar los instrumentos. Por eso llevamos años sin tuba.

-El maestro tiene razón -afirma Salustio-. Mejor hay que insistirle en que mientras él no venga a inaugurar el centro no podemos...

-Ojo con lo que se le diga -interviene Tobías en actitud de orador-, necesitamos explicarle que mientras él no nos haga el honor de venir a inaugurarlo, el centro que nos ha costado tantos esfuerzos no tendrá ninguna importancia. Por eso le pedimos el privilegio de su visita.

-Tú sí sabes, cabrón-. Eusebio corre al refrigerador y saca ocho cervezas heladas: -Yo invito.

Verse desplazado de la atención aguza la malicia de El Conejo: -Lo del honor y todo lo demás está muy bien, pero sería mejor decirle algo que lo haga sentir muy importante; por ejemplo, que hemos pensado ponerle su nombre al centro. ƑQué les parece?

El maestros Zeferino descarga un golpe en la barra: -šMal! Acuérdense de que cuando empezamos al obra dijimos que íbamos a llamarla "Centro de Usos Múltiples Juventino Rosas". Es justo ese homenaje para nuestro máximo compositor.

-Ya lo sabemos, nos ha repetido mil veces que escribió Sobre las olas, pero él ya se murió y lo que necesitamos es que el Gobernador venga y que, con el pretexto de la inauguración, podamos pedirle ayuda para la presa y el puente-. Tobías repara en su error y lo enmienda: -Y desde luego para su tuba.

-Y los clarinetes: me faltan dos -murmura el maestro.

-Más a mi favor. ƑQué tal que ahora se los dan?

El Conejo le guiña el ojo a Tobías y se vuelve al maestro:

-Acuérdese de lo que nos costó juntar el dinero para los materiales y convencer a la gente de que viniera a trabajar en la obra los domingos. Tanto esfuerzo se nos está yendo al diablo porque no hemos podido acercarnos a la gente del Gobernador para invitarlo a la inauguración. Ahora que tenemos la oportunidad de llegarle, no podemos desperdiciarla.

Para reforzar los argumentos de El Consejo, Salustio interviene:

-Hoy pasé por el centro. El aplanado sigue cayéndose y a uno de los cisnes de la barda ya le faltan las alas.

-Eso de seguro lo hicieron los chamacos. Antes estaban entretenidos con los ensayos de la banda, pero ahora se la pasan vagando y haciendo maldades -gime Zeferino.

-Y ni así quiere que invitemos al Gobernador -reprocha Salustio.

Pero el maestro no se deja confundir: -No me opongo a eso, sino a que el centro lleve su nombre. Habíamos quedado en ponerle el de nuestro máximo compositor.

Después de un breve silencio Tobías chasquea los dedos en el aire:

-šYa sé! Al Gobernador le queda nomás este año. Ahora lo invitamos, le ponemos su nombre al Centro de Usos Multiples y cuando se vaya se lo cambiamos por el de Juventino Rosas.