DOMINGO Ť 10 Ť JUNIO Ť 2001

Angeles González Gamio

Mario y Josefina

El tiene 10 años y ella no sabe, pero deben ser alrededor de siete; son mixtecos, de un pueblito de Oaxaca llamado San Simón Sahuatlán. La mitad del año la pasan en la ciudad de México vendiendo chicles y hoy regresan con sus padres al pueblo para ayudar a sembrar el maíz "y un poco de frijol y calabaza", añade Mario. Los dos tienen enormes ojos negros almendrados y cautivadoras sonrisas que sacan hoyitos en las mejillas. Entre ellos hablan en mixteco, lengua prácticamente única de Josefina, a quien Mario traduce en un lindo español. Aquí ninguno va a la escuela; Mario asiste cuando están en San Simón, el tiempo que le queda tras ayudar en la milpa. El papá es mil usos y la mamá pide limosna en la calle 16 de Septiembre, mientras amamanta a la pequeña hija.

Ellos son parte de los cerca de 500 mil indígenas migrantes que habitan en la ciudad de México; a ellos se suman los de los pueblos originarios que se han integrado a la capital, como los de Milpa Alta, Tláhuac, Tlalpan y Xochimilco, en donde principalmente se habla náhuatl. Estas cifras son relativas, pero el hecho es que forman parte de la vida de la capital y en lugares como el Centro Histórico son una presencia viva, sin embargo realmente no los vemos ni los escuchamos, aun cuando como dice el humanista y sabio Miguel León Portilla, representan lo más hondo del ser nacional. Sus lenguas melodiosas, sus costumbres, sus modos tan suaves y dulces deberían ser tesoros que cuidáramos y protegiéramos y buscáramos integrar a nuestra personalidad cada día más "globalizada".

Al acercarse a ellos, resulta notable advertir cómo conservan su cultura, a la par que se adaptan a la sobrevivencia en la feroz urbe, sin dejar sus lazos con la "matria", como llama el historiador don Luis González y González a las raíces con la patria chica. La vida en comunidad es esencial, por lo que los integrantes de cada etnia procuran habitar en el mismo sitio, sea un terreno baldío, una vieja casona deteriorada o un albergue. La mayoría no cuenta con ninguna identificación oficial y no dominan bien el español, lo que les dificulta encontrar trabajo o acceder a algún programa institucional.

En un interesante y conmovedor reportaje, publicado hace tiempo en estas páginas, la colega Karina Avilés los describe como "indocumentados en su propio país". Cuenta que la vida cotidiana del indígena se caracteriza por carecer de dinero, vivir al día; llegan a ganar unos 100 pesos diarios, pero la dinámica de las calles les hace consumir todo en alimentación y transporte, viven en zonas pobres, pero de vida cara.

Nos dice Karina, quien realizó una amplia investigación, que la ciudad de México y su área metropolitana albergan en condiciones que van de la pobreza extrema a la extrema miseria, a uno de cada 20 indios mexicanos. Así, se puede afirmar que es la capital indígena del país. Hay mixtecos y zapotecos, ubicados en la rama de servicios del GDF; triquis de la zona alta que entran al Ejército o se emplean como policías auxiliares; los de la zona baja, que venden productos de su región en puestos ambulantes. Los mazahuas, estibadores y diableros de la Merced, y ellas vendedoras en la calle; los mixtecos que reparten las cartas de "amor y odio"; los limosneros y chicleros otomíes y las mujeres que trabajan como sirvientas.

Cada uno de estos grupos conlleva una inmensa riqueza cultural y humana, comenzando por sus lenguas, tesoro único de nuestro país y sin embargo permitimos que pululen en la miseria, como fantasmas, por las calles de la ciudad. Estamos peleando por los acuerdos de San Andrés y los indios de Chiapas, y a los que tenemos en nuestra puerta los ignoramos. ƑNecesitaremos un Marcos capitalino que nos abra los ojos? Es buen momento para leer el libro de ensayos de Editorial Porrúa, Forjando patria, que escribió Manuel Gamio en 1915, en donde frente a estas mismas preocupaciones propone acciones concretas y como cuestión esencial "forjarse, aunque sea temporalmente, un alma indígena".

Gran parte de lo mejor de nuestra gastronomía nos la han brindado los pueblos indios, desde luego el maíz, base de creación de suculentos antojitos: sopes, huaraches, tlacoyos, gorditas, quesadillas. Pero Ƒqué serían todos estos platillos sin una salsa picosita al gusto, sea verde, roja o una "borracha" para los tacos de barbacoa? Apegados a la tradición, estas sabrosuras las preparan en la fonda Tlaquepaque, ubicada en Independencia 4. Muy limpia, espaciosa y económica, ofrece también especialidades jaliscienses: birria de carnero y pozole.

 

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