domingo Ť 10 Ť junio Ť 2001

Rolando Cordera Campos

Los negocios del gobierno

El nuevo gobierno, dijo el Presidente en Tokio, "es un gobierno de negocios, que entiende los negocios y que no solamente los alienta, sino los apoya y se compromete con ellos. ¡Este es el gobierno que somos! (...) ¡Nosotros", concluyó Fox, "somos empresarios, gente de negocios... ¡Sabemos hacer negocios, el gobierno actual de México sabe hacer negocios!" (Juan Manuel Venegas, enviado, La Jornada, 07/06/01, p. 3)

Un día después, el Presidente reiteró su espíritu de "venta país", esta vez en Pekín: "el que no invierta en México, quien se quede fuera de los negocios y de las alianzas ¡es un tonto!" (Juan Manuel Venegas, 08/06/01, p. 3). Con el viaje vino también el beneficio: el Presidente, relata el reportero, descalificó a "los contreras" que no entienden lo que está pasando en el mundo. "Yo no sé por qué en México cuando hablamos de crecer al 7 por ciento, luego luego salen... a decir que eso no es posible" (ibíd.).

Dejemos la queja presidencial para después, para cuando su secretario de Hacienda y el gobernador del Banco de México se lo expliquen. Va siendo hora, por cierto, de que los economistas profesionales se comprometan en público con lo que sus sapiencias les dicen. Otra ronda de gobiernos secretos con vicepresidencias financieras al modo puede resultar destructiva para todos. Vayamos al tema del gobierno de negocios o, mejor, al de los negocios del gobierno.

Si algo enseña la experiencia asiática que tanto parece haber entusiasmado al Presidente, es que un gobierno empresarial no puede ser el gobierno de los empresarios, mucho menos hacer lo que ellos quieran. Más bien implica la incorporación activa, sistémica dirían algunos, de los hombres de empresa a la discusión y elaboración de planes y proyectos de Estado para, entre otras cosas, lograr que los compromisos de éste sean también los de ellos. Y es esto lo que no ha hecho hasta la fecha este gobierno que sabe cómo hacerlo. Tampoco lo hizo el anterior, cuyo jefe presumía de lo mismo.

La intervención de Carlos Slim en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM le pone otro cascabel al mismo gato. Puede desestimarse simplistamente su advertencia sobre la "nacionalifobia" ambiente, con el fácil argumento de rational choice de primaria de que lo que busca el ingeniero es protección estatal de sus intereses, ubicados en las industrias más acosadas por la inversión foránea (finanzas y telecomunicaciones). Lo que no se puede hacer es prestar oídos sordos al discurso en su conjunto, porque revela una de las fallas mayores en la planeación de este gobierno de los negocios y para los negocios.

De nuevo, como lo hicieron en su momento otros empresarios o dirigentes empresariales (que no es lo mismo), Slim postula claramente la posibilidad de concebir otra propuesta fiscal que combine la protección al consumo básico con estímulos a la inversión y con mayores recursos públicos, y que incorpore de forma explícita la estructura concentrada del consumo en el país. El impuesto al lujo, podría agregarse aquí, tiene que llevarnos a discutir la cuestión de la propiedad y la riqueza, y de sus usos sociales, o de plano a la de una imposición progresiva a los ingresos, que aquí se ha vuelto un absurdo y majadero tabú hacendario.

Slim partió de ahí para señalar debilidades centrales del país en su planta empresarial, y que ahora se expresan en una "globalifilia" ingenua y autodestructiva. El debate que puede desplegarse a partir de las consideraciones del empresario no es sobre nacionalismo o globalización, con sus respectivas fobias y filias ?dicotomía con la que el ex presidente Zedillo quiso pasar al salón de la fama de Davós?, sino sobre el papel que el Estado y los empresarios pueden jugar para aprovechar nacionalmente, tanto en lo social como en lo económico, las supuestas ventajas de este nuevo "estar en el mundo".

Nada de esto se va a lograr si no se define aquí dentro, sin pausa pero sin prisa y menos a base de ocurrencias viajeras, qué queremos y cómo lo podemos conseguir. La mentalidad empresarial del Estado o la nación no pueden concretarse en reales o virtuales ventas de garaje. No hay duda de que el país y sus empresas requieren de alianzas y oxígeno financiero externo. Pero eso será una realidad provechosa sólo cuando contemos con una efectiva agenda de desarrollo, que nos presente seriamente ante los hipotéticos socios no sólo como sujetos dignos de crédito sino como consistentes compañeros de viaje. Los viajes ilustran, pero no dan todo.