viernes Ť 8 Ť junio Ť 2001
Horacio Labastida
Gobierno de hombres de negocios
Lo había sugerido en entrevistas y discursos, y sus actividades en la industria eran indicios suficientes para sospechar que el gobierno acunado el 2 de julio del año pasado, configuraríase con hombres de negocios. Mas ahora el propio presidente Fox ha despejado las dudas. El pasado martes 5, al hablar ante importantes corporaciones japonesas, afirmó lo siguiente: "nosotros somos empresarios, somos gentes de negocios los que estamos actualmente en el gobierno" (La Jornada, no. 6023), palabras que siguieron a los momentos en que informó de las esperadas reformas a Pemex, que a su juicio atraerán abundantes inversiones para la generación de energía en México. "šImagínense -apostrofó mirando a su auditorio- las oportunidades de inversión que se abrirán! šEsto quiere decir negocios, buenos negocios en México!".
Y en la reunión que tuvo con la Federación de Asociaciones Económicas de Japón y la Organización para el Comercio Exterior, agregó que el gobierno mexicano es "un gobierno de negocios, que entiende de los negocios y que no solamente los alienta, sino los apoya y se compromete con ellos, šéste es el gobierno que somos!" (op. cit). De esta manera el Presidente definió la naturaleza política de la administración que ahora maneja el aparato estatal, purgando dudas y echando abajo especulaciones que intentaban ubicarlo dentro del más anhelado que real cambio supuesto en la pasada derrota electoral del PRI.
Ahora bien, lo aperplejante en el México de nuestros días es la creencia, inducida por las citadas palabras del presidente Fox, de que por primera vez los hombres de negocios manipulan las operaciones públicas. Para aclarar lo que consta en nuestra historia conviene apuntar un distingo necesario.
Los hombres de negocios en el poder se corresponden con dos imágenes inconfundibles. En ocasiones estos hombres de negocios están atrás de los titulares de los órganos del Estado, determinando las decisiones que se adoptan, y en otros escenarios toman por sí mismos las funciones gubernamentales y excluyen cualesquiera personerías, en la inteligencia de que situaciones semejantes han ocurrido en México y en otros países. James Carter, por ejemplo, presidente de Estados Unidos entre 1977 y 1981, era un destacado empresario del maní, del mismo modo que en nuestros días el presidente Fox fue un importante director mexicano de Coca Cola, y de ahí que un buen número de secretarios de despacho sean o hayan sido miembros de industrias o de organizaciones patronales, aunque por supuesto hay excepciones. Una mirada panorámica al México Independiente que elimine fugaces consejos de gobierno, a los usurpadores del Plan de Tacubaya (diciembre de 1857) y cuente la mayor parte de los repetidores del siglo XIX, muestra a nuestros ojos 77 presidentes de la República, de los cuales a lo sumo siete -Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero, Valentín Gómez Farías, Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas-- asumieron la voluntad del pueblo y no la faccional de las elites imperantes, según ha venido sucediendo desde 1834 a través del autoritarismo presidencial militarista que concluyó en 1936 con la expulsión del Jefe Máximo Calles, y del presidencialismo autoritario civilista que inauguró Miguel Alemán en diciembre de 1946 y que continúa hasta el presente. Pero importa señalar que las elites hegemónicas han sido diferentes. Más o menos en los primeros tres cuartos del siglo XIX dominaron las elites latifundistas exportadoras enhebradas a las incipientes elites industriales y agroindustriales que proyectaron su gravitación hasta la era limantourista (1893) del porfiriato, pues desde entonces fue franca la presencia de subsidiarias extranjeras que encauzaron la marcha del régimen dictatorial hasta su caída, en 1911, junto con el criminal restauracionismo de Victoriano Huerta. Y luego del impulso industrial que alentaron en el país la Gran Depresión (1929-39) y la Segunda Guerra Mundial (1939-45), incluyendo por supuesto las políticas de sustitución de importaciones y de desarrollo estabilizador, la concentración del poder económico en las empresas trasnacionales de la posguerra y el fin de la URSS (1991), subordinaron a ese quinceañero capitalismo nacional en cuanto fue absorbido por los nuevos inversionistas extranjeros o incorporado a las operaciones metropolitanas, probándose de esta manera que el rompimiento del subdesarrollo no va por las rutas de la entrega de nuestros recursos a los señores del dinero.
Los negocios son negocios; su lógica es la ganancia y la concentración del poder económico y político; y es obvio que el desarrollo de México se corresponde con otra lógica, la del bien común que supone una justa distribución de la riqueza y un perfeccionamiento del hombre por el cultivo de sus más altos valores espirituales. Si la cultura de dominio no se modela en la cultura de salvación, el fracaso es seguro. Así lo prueban las muchas pobrezas y desesperanzas que han causado en México los hombres de negocios en el gobierno, disfrazados o sin disfraz, y por esto las declaraciones del presidente Fox apesadumbran aun a los más optimistas. ƑAcaso las ilusiones del 2 de julio no pueden quedar en manos de estadistas que escuchen al pueblo y no de empresarios que sólo piensan en el acaudalamiento de su patrimonio?