Por invitación del Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la UNAM y de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, el profesor Leo Bersani presidió en abril la Jornada de psicoanálisis y sexualidad gay exponiendo el tema "La sociabilidad y el ligue". El también autor de Baudelaire y Freud (1978), El cuerpo freudiano: psicoanális y arte (1986), y Homos (1995), disertó ahí sobre el concepto de la intimidad impersonal y las variantes de una nueva sociabilidad sexual. En esta entrevista, Bersani explora los terrenos de la promiscuidad, el sida y las conductas de riesgo.
¿Al hablar de sociabilidad, advierte usted algún cambio en esa noción a partir de la aparición del sida?
Con el sida todo cambia radicalmente. Y de manera negativa. El sida le permite a gays muy conservadores y a políticos de sí homófobos, tener una razón muy poderosa para cerrar los baños de vapor en Nueva York o en San Francisco. La actitud que prevalecía era considerar al sexo gay como el origen del sida. De esta forma se cerraron varios lugares de encuentro. Dada la situación, esto se entendía. Sin embargo, la promiscuidad sexual siguió existiendo, sólo que ahora en lugares muy poco seguros. Al menos los baños tenían ciertas ventajas. Había promiscuidad, pero también información escrita, condones a la mano, y advertencias por todos lados. Era muy fácil tener sexo seguro en los saunas. En lugar de los baños, lo que proliferó después en San Francisco fueron los lugares inseguros, la actividad anónima en los parques, los clubes de sexo, los cuartos oscuros donde se podía tener sexo con cualquiera, sin una información y sin una protección adecuada. Resultó entonces algo peor. ¿Qué caso tenía haber cerrado ciertos lugares para prolongar el sexo inseguro en otras partes? En mi opinión, además de las entendibles razones de salud, esto sólo le dio un pretexto a los enemigos del sexo, tanto en la comunidad gay como en la esfera política, para validar su actitud represora.
¿Qué cambios introducen las nuevas terapias contra el sida?
Con el descubrimiento de esas nuevas terapias, la sexualidad y el saber médico van cada vez más de la mano. De manera que mucha gente joven dice: "No veo cuál es el gran problema. Si atrapo el virus, sólo tendré que conseguir la medicina para combatirlo". Existe también algo muy preocupante. En estos momentos proliferan en Internet docenas de sitios, particularmente en San Francisco, donde se procura el sexo sin protección (bareback sex, sexo al pelo, cabalgar sin silla). La moda en estos sitios ha sido, en los dos últimos años, el sexo sin condón. Esto me parece una estupidez. Es estúpido decir que porque salió un medicamento nuevo, es válido correr riesgos y esperar después curarse. No se sabe cuánto tiempo durarán los efectos benéficos de los medicamentos, ni a quienes beneficiarán realmente, ni a qué punto se multiplicarán los efectos colaterales indeseables.
Es como si estuviéramos frente al colapso de una cultura, en la fase final de un proceso, donde el erotismo se vuelve más peligroso, donde la muerte se torna más atractiva, como si la única manera de sustraerse a la decadencia del entorno fuera cancelando la imaginación política y abandonándose al paroxismo de una actitud suicida, supuestamente rebelde. ¿Pero cómo podría el suicidio ser algo eficaz y rebelde?
¿Una sociabilidad distinta o incluso el reconocimiento de la unión doméstica gay sería una opción a la promiscuidad como impulso suicida?
Ha habido todo tipo de intentos de sociabilidad, desde un grupo neoyorkino cuya meta es tener sexo en público, y que consiste en la actitud provocadora de ir a Central Park y tener sexo ahí, como si eso fuera algo nuevo, como si algo así no sucediera en las Tullerías de París desde el siglo XVII. Lo que sería interesante es tratar de redefinir lo que podrían ser las parejas. Siempre ha habido situaciones curiosas, como haber tenido alguna vez un amante, con quien se vivió algún tiempo, hasta que el sexo se interrumpió. ¿Qué sucede entonces? Con cada pareja heterosexual con que quienes he hablado, han tenido que separarse cuando algo así sucede, y por lo general una persona le guarda rencor a la otra. Pero tengo amigos gays, y a mí también me ha sucedido, que cuando el sexo termina, siguen viviendo juntos. La intimidad puede así continuar sin ser necesariamente sexual. Los cuerpos mantienen aún contacto, pero la genitalidad ya no es determinante. Al mismo tiempo se puede mantener una relación sexual, un affaire, con alguien más. Lo curioso es que vivir varias relaciones simultáneamente no es algo que necesariamente vulnere a las parejas --como comúnmente sucede en las relaciones heterosexuales. La existencia de dos o más personas no sólo no provoca las grandes rupturas, sino que incluso puede fortalecer los lazos afectivos de la pareja original. Me parece importante trabajar una idea de sociabilidad gay primeramente a nivel de la pareja. Muchos heterosexuales viven grandes dramas por esta situación, rupturas muy violentas. En mi opinión, la comunidad gay podría presentar un modelo más interesante de sociabilidad afectiva y tolerancia. Si rompes el esquema de la monogamia heterosexual incurres en algo realmente subversivo. Todo está en contra de una sociabilidad abierta, desde la Iglesia católica hasta los políticos más conservadores. Por todo ello resulta muy radical el intento de redefinir la pareja.
¿Qué sucede con el culto al cuerpo en la era del sida, con la cultura del gimnasio y del bienestar físico?
En los primeros años de la epidemia se triplicó la frecuentación gay a los gimnasios. Era la única manera de probar que no estabas enfermo, que no parecías enfermo. Creo sin embargo que entre la gente joven hoy existe una cultura de gimnasio menos fuerte. Hay incluso cierto menosprecio por los hombres mayores de 35 años que aún conservan un buen cuerpo. Como si se les dijera: "Mírate, aún sigues prisionero de clichés de la imagen y de la masculinidad que a nosotros no nos interesan." Verse andrógino, por ejemplo, es para ellos algo mucho más atractivo. Esto también es parte del derrumbe de las distinciones de género.
Existe también una desconfianza hacia el ghetto o la etiqueta de lo gay, una cercanía mayor con las mujeres, la idea de una diversidad sexual...
En Estados Unidos hay una intimidad física cada vez mayor entre gays y lesbianas. Sigue existiendo una especificidad gay, evidentemente inherente a lo sexual, pero hay mayor libertad y desparpajo. Esto es un aspecto positivo del nuevo tipo de comunidad que hoy se construye. En los setenta, por ejemplo, había una fuerte separación entre gays y lesbianas, aun cuando se reunieran en los mítines políticos. Todo esto comienza hoy a cambiar. Muchos jóvenes le restan ahora énfasis a lo sexual en las relaciones, y eso sí contrasta con nuestra generación, donde el énfasis en lo sexual era superlativo. Hoy existe mayor movilidad entre los géneros y menos misoginia, y eso es también algo positivo. ¿Cómo entender entonces que sean jóvenes muchos de los que hoy se abandonan al sexo sin protección y a los cuartos oscuros? ¿Existe un doble patrón de conducta, una vida secreta? ¿Ser muy libre y desprejuiciado durante el día y por la noche vivir una vida distinta? ¿Mi primera conducta, muy alivianada, reposa en la certidumbre de que más tarde me abandonaré a la segunda, al sexo desprotegido? Esto me parecería terrible.
¿Qué efecto tiene sobre la sociabilidad el chat por Internet?
La intimidad a través del Internet y de los chat rooms me desconcierta. No la entiendo, y al cabo de dos minutos el chat me aburre. Me desconcierta la idea de una intimidad que de algún modo no incluya al cuerpo, aunque sólo sea en un aspecto visual. Me parece una operación autista. Puedes entrar en contacto con cien individuos sin tener nunca la responsabilidad de ser mirado por la otra persona. Es increíble. En la comunicación humana el contacto visual es algo misterioso, complejo, estupendo. Pero si dispones de un avance tecnológico que te permite decirle a alguien las cosas más íntimas sin correr el riesgo de ser visto, oído o tocado, esto para mí es el inicio de una sociedad monstruosa. Me parece triste abandonar la experiencia humana más intensa, el contacto con otro cuerpo, en aras de una computadora. En la sociabilidad existe una responsabilidad. Es fascinante ver en los seres humanos cómo se arreglan, cómo se presentan a los demás. Y eso incluye la presentación física. Todo eso es parte de la interacción humana. Poseemos lo que un personaje de Henry James llama una "pertinencia", es decir, todo lo que se relaciona con nosotros, todas las cosas que nos pertenecen fuera del cuerpo desnudo --las ropas, los modales, el sonido de la voz, el aspecto de los ojos, la forma de caminar. ¿Por qué abandonar todo esto en beneficio de un teclado?
¿Cuál es hoy la eficacia de las campañas que promueven el sexo seguro?
Walt Oddets escribió un libro acerca del sexo seguro, y allí menciona los fracasos de las campañas destinadas a promoverlo. ¿Cómo interesar a la gente en este tema? Señala que no es oportuno dirigirse únicamente a su lado racional, no basta con pegar anuncios diciendo que el sexo desprotegido es peligroso. El mensaje debe ser atractivo. Los seres humanos no sólo protegen sus vidas a partir de un criterio de racionalidad. La idea de salvar tu vida debe parecerte además atractiva. ¿Pero cómo elaborar una campaña contra el sexo deliberadamente desprotegido? Eso lo ignoro. La cuestión es compleja y muy ambigua. Al final la gente debe tomar sus propias decisiones. Pero en Estados Unidos es muy difícil decir esto, pues existe allí, más que un interés real en discutir estos problemas, un fetichismo enorme relacionado con la salud y el bienestar físico.
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