JUEVES Ť 7 Ť JUNIO Ť 2001

Angel Guerra Cabrera

El cambio peruano

Perú es una nación de gran importancia estratégica para el actual proyecto estadunidense de fé-rreo control económico, político y militar sobre el área andina y la Amazonia, que tiene su instrumento represivo principal en el Plan Colombia. La eventual creación del Area de Libre Comercio de América exige la supresión o neutralización de todo movimiento popular o gobierno disidentes de ese proyecto en la región.

Por esa razón, Washington movió todas sus influencias para salir ganando de la crisis política creada en Perú tras 10 años en el poder de su hasta hace poco dilecto hombre fuerte: Alberto Fujimori. El modelo económico neoliberal y su correlato político de democracia mediática y sin sustancia popular crean inevitablemente ingobernabilidad y crisis políticas sucesivas. De ahí que exijan tener siempre a mano piezas de repuesto que traigan la ilusión del "cambio" para que todo siga igual, o peor.

Y al menos por ahora la Casa Blanca puede congratularse. Perú tiene de nuevo un presidente electo, según todas las reglas de la democracia occidental. El agraciado, faltaría más, cuenta con la bendición de la OEA, de los gobiernos y la prensa de las así llamadas democracias industrializadas y, por supuesto, del capital financiero internacional.

Un millón de dólares que habría aportado el magnate Geoge Soros a la marcha de los cuatro "suyos" no deja duda sobre la preferencia de la elite mundial de la globalización por Alejandro Toledo, el flamante ganador de la justa electoral. Y no es para menos, porque aunque éste haya negado de dientes para afuera su adscripción al neoliberalismo, las fervorosas loas que ha dedicado al mercado y en su mo-mento a la política económica de Fujimori revelan descarnadamente la ideología del ex funcionario del Banco Mundial y egresado de la Universidad de Stanford.

El decidido padrinazgo del escritor Ma-rio Vargas Llosa a su candidatura y la im-púdica solicitud de fondos para su campaña que hiciera a los capos de la mafia anticubana de Miami, vienen a completar su elocuente currículum.

Para estar a tono con lo que ahora parece ser norma de lo políticamente correcto, Toledo no escatimó promesas al electorado y formuló ante cada auditorio un discurso a la medida. En este tono demagógico encontramos sorprendentes semejanzas con el estilo empleado en campaña en 1990 por el hoy prófugo de la justicia Alberto Fujimori. No olvidemos que el Chino también censuró la ferviente profesión de fe neoliberal enarbolada entonces por su rival Vargas Llosa para hacerla suya tan pronto escaló la poltrona presidencial.

Pero más allá de estas coincidencias retóricas, está claro que el ganador de las elecciones peruanas continuará profundizando la aplicación del modelo económico emanado del Consenso de Washington, puesto en práctica a sangre y fuego por su antecesor. De modo que no parecerían exagerados los temores de que el nuevo gobierno devenga una continuación del fujimorismo sin Fujimori.

Diez años de administración fujimorista han desgarrado el tejido social y dejado a Perú en la ruina con el aparato productivo desmantelado, el patrimonio nacional en-tregado a las trasnacionales, la pobreza en ascenso hasta llegar a 75 por ciento en la zona andina, el desempleo y el subempleo en alza indetenible. La corrupción se entronizó en el Estado, en la cúpula de las fuerzas armadas y el Poder Judicial, en la iniciativa privada, en gran parte de los medios de comunicación e incluso alcanzó a sectores de la jerarquía católica.

Con el pretexto del combate contra Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA), se asesinó y encarceló a miles de luchadores so-ciales y fueron reprimidas sin compasión las protestas populares.

La llegada al poder de outsiders del tipo de Toledo, como anteriormente de Fujimori, fue propiciada por el desprestigio de los partidos políticos tradicionales y muy en especial por la ausencia de una alternativa de izquierda viable y enraizada en el corazón del país. La lucha armada de Sendero Luminoso y del MRTA expresan, por encima de las objeciones éticas que merece sobre todo la actuación del primero, la expresión de la explosiva inconformidad de amplios sectores indígenas (50 por ciento de la población total del país), campesinos y populares con la marginación de la economía y de la política a que los ha condenado de antaño una oligarquía encomendera y antinacional.

Como el drama continuará con Alejandro Toledo, no debieran sorprender en un futuro no lejano vigorosas reacciones de rebeldía de estos sectores, que sufren una marginación intolerable. El altiplano andino lleva un profundo cambio social en las entrañas del que ellos serán algún día sus protagonistas principales.