jueves Ť 7 Ť junio Ť 2001

Soledad Loaeza

Entre el PRI y Fátima

Las sinrazones del cardenal Sandoval Iñiguez pueden convertirse en una fuente de graves incomodidades para la Iglesia en México. Su negativa a aceptar los resultados de las investigaciones oficiales en torno a la muerte del cardenal Posadas en 1993 no únicamente pone en entredicho al delegado apostólico entonces, Girolamo Prigione, quien en su momento aceptó ese dictamen, sino que también discrepa de las conclusiones de la Conferencia Episcopal que en 2000 también aprobó el dictamen. Lo único que explica la terquedad cardenalicia es que esos resultados no le gustan porque no corresponden a lo que él cree que pasó. Peor todavía parecería que no está dispuesto a aceptar ninguna interpretación de los hechos ocurridos en el aeropuerto de Guadalajara el 24 de mayo de 1993, distinta de la suya, según la cual la muerte de Posadas fue un "crimen de Estado". Es decir, lo que busca el cardenal es una verdad a la medida de sus fantasmas, de sus prejuicios y de sus expectativas.

Una y otra vez, cuando a Sandoval Iñiguez se le piden las pruebas de sus acusaciones --que las hace-- no ha podido aportarlas. En algún momento dijo que su fuente de información era divina, por consiguiente, inaccesible para el resto de los mortales. Dejaba implícito que si quisiéramos obtener esa información tendríamos que recurrir a la intermediación del propio Sandoval --o de algún otro sacerdote-- porque no somos luteranos. Ahora sostiene que lo que sabe proviene de un periodista italiano que "muestra demasiada información" que ha recogido "desde hace cuatro o cinco años". Sin embargo, la nota que Andrea Tornielli publicó sobre el asunto Posadas en el periódico Il Giornale coincidió con la entrega que hizo el cardenal a autoridades vaticanas de "información privada y confidencial". Una coincidencia que seguramente no es fortuita, pues lleva la huella de uno de los rasgos más lamentables de la cultura priísta --que por cierto se ha generalizado a otros partidos políticos y a altos funcionarios del así llamado nuevo régimen-- consistente en filtrar documentos o rumores a los medios de información, para atacar a sus adversarios. Sólo que en este caso signore Tornielli utilizó, probablemente sin saberlo, información pública. De suerte que es muy probable que lo que se promete como una "gran revelación", el contenido de los nueve discos compactos que Juan Sandoval Iñiguez entregó como pruebas de su acusación, sea tan anticlimático como lo fue el tercer sobre de la Virgen de Fátima, que mantuvo aterrado al mundo católico durante décadas hasta que el papa Juan Pablo II reveló que el mensaje lo advertía del atentado en su contra, perpetuado a mediados de los ochenta. Francamente, fue una decepción. Tantas oraciones, tantas jaculatorias, tantos ruegos, tremores, temores y temblores en torno al tercer sobre para que todo concluyera en el anuncio de algo que había ocurrido varios años antes, y sin consecuencias cataclísmicas.

Las declaraciones de Juan Sandoval Iñiguez no solamente llevan el sello de su cultura política y de su cultura religiosa, sino que también está marcado por su tiempo, que es el de las verdades inaceptables. Los resultados de la investigación de la muerte de Posadas no lo satisfacen, como tampoco satisfacen a muchos los del asesinato de Luis Donaldo Colosio, o a otros lo que hoy se sabe --que es mucho-- de lo ocurrido en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968. Respecto a cada una de estas tragedias hay muchas ideas fijas, sustentadas en suspicacias, nunca en pruebas. De ahí que cada uno de estos temas se haya convertido en asunto de fe y haya dejado de ser materia de investigación. Así, el caso --cualquiera que sea-- podrá ser "reabierto"cada vez que una persona esté dispuesta a poner en marcha su creencia para desafiar los juicios de la autoridad, y ésta esté dispuesta a perder el tiempo tratando de convencer a quienes en realidad tendría que convertir. Las autoridades tienen que estar muy conscientes de que el cardenal lo que busca no es restablecer la verdad de lo que ocurrió, sino que confirmen su idea de lo que pasó.

La nueva ofensiva de Sandoval Iñiguez puede poner en aprietos a una Iglesia que ha logrado mantener sus fueros en materia judicial; es decir, el Estado mexicano desde hace décadas ha permitido que sea la propia Iglesia la que se encargue de los miembros del clero que incurren en actos delictuosos diversos. Este acuerdo tácito podría derrumbarse si se sigue seriamente la línea de investigación que insiste en atacar el cardenal, porque las autoridades pueden exigir a los miembros del clero información adicional a la que Sandoval ha entregado, que hasta ahora han mantenido "reservada", como ocurrió con el contenido de los encuentros entre los Arellano Félix y Prigione. Más todavía, todos tendríamos que exigirle a las autoridades que obliguen al arzobispo de Guadalajara a abandonar la cómoda posición en que pretende colocarse, en caso de que la justicia federal le demande la supuesta información "confidencial" que entregó al Vaticano, con una expresión de supremo desprecio a las autoridades civiles: quedarse en su papel de arzobispo y remitirla a "los abogados y penalistas" que "ahí están". Porque, si Juárez no hubiera muerto.