MARTES Ť 5 Ť JUNIO Ť 2001

Teresa del Conde

Las magdalenas en el Museo de San Carlos /I

Hablo en plural porque son por lo menos tres las historias de mujeres que convergen en La Magdalena, personaje que es tema ahora de una prolífica exposición -bien museografiada y leída- que se presenta en el Museo Nacional de San Carlos. No hay muchas obras excelentes en ella, pero de todas formas es una muestra que considero ''divertida'' sin que esto conlleve ninguna minusvalía ante la experiencia estética o ante los rasgos interesantes que varias de las pinturas ofrecen.

Las hay horribles, como la de Cignani, que es copia de Andrea Vaccaro proveniente de el museo de Le Mans. En ella las figuras de las hermanas Marta y María de Betania están pintadas (no puedo decir que están resueltas) con el cuerpo de tres cuartos, en tamaño natural. El cuadro es tan torpe, que hasta resulta risible, lo cual ya es una virtud; está colocado junto a otro cuyo autor es Christian van Couwen Berg (1604-1667), proveniente de Nantes, realizado ca. 1629 , no malo, pero tampoco bueno. Cerca de éstos hay un anónimo con el mismo tema (la admonición de la hermana prudente a la hermana frívola que se volverá santa) que es hermoso, pareciera realizado por un francés en el siglo XVII. Esa Magdalena es rubia y sostiene en su mano derecha tres botones de flor. Aunque se trata de una copia (de Carlo Saraceni) el modo como está pintado se sostiene bien.

Entre los cuadros que yo llamaría grotescos, destaca el realizado por Antonio Santander. En este caso la narrativa no entra dentro del terreno llamémosle ortodoxo, pues se trata de una serie de mujeres, la Magdalena como personaje central, que le dan el pésame a la Virgen María por la muerte de su hijo en la cruz. Todas traen toca, excepto la propia Magdalena, que luce su pelo desmelenado y rubio, por lo que está representada, en realidad, como cortesana, si seguimos los parámetros de la pintura flamenca y holandesa, retomados por los pintores de España. Las mujeres representadas en este cuadro ofrecen un rasgo común, los párpados hinchados y las órbitas oculares prominentes. La que está en primer plano parece sufrir, además, una severa conjuntivitis. Quizá el lector se pregunte, Ƒpor qué comentar tales detalles? O bien: ƑPor qué detenerse ante una pintura considerada dentro de la categoría de lo grotesco por quien escribe? Responderé así: lo grotesco es también una categoría estética, eso por un lado, por otro son precisamente esos detalles los que pueden resultar interesantes para el espectador, sobre todo si éste es un oculista.

Debo añadir que también los especialistas en modas de vestuario podrían inferir ideas muy afortunadas al observar estos cuadros (casi cualesquiera cuadros del Renacimiento, del manierismo o del barroco). Los colores de las ropas hacen conbinaciones afortunadísimas.

La mujer de la conjuntivitis ostenta una combinación de ropajes muy afortunada. Su vestido o faldón es verde pasto, un color sumamente favorecido por la pintura de todos los tiempos, que aquí se ve en contraste con el ropón lila apagado, un poco cenizo. Lo que sí es imperdonable aquí son las manos de la virgen (se trata naturalmente de una dolorosa) si el pintor las copió de una modelo, uno no puede menos que decirse, špobre mujer, qué manos tan feas tenía!, hubiera sido mejor que las copiara de las manos entrecruzadas de cualquier dolorosa mayormente atinada.

Hay un cuadro cuya ficha dice: Domenico Tintoretto. No debe pensarse por ningún motivo que ese pintor es el Tintoretto, cuyo nombre era Jacopo Robusti. El autor en este caso es Domenico del mismo apellido, uno de los dos hijos del maestro. Ambos fueron sus ayudantes. Sólo que únicamente Jacopo (1518-1594) llevó ese sobrenombre con el que se le conoce.

Decir que en esta exposición hay de todo: de dulce, de limón, etcétera, sería cometer una grave injusticia, en primer lugar porque las leyendas de las tres marías (no estoy incluyendo entre ellas sino a la de Magdala, a la de Betania y quizá a la egipciaca) están en impecable tono temático, inclusive en aquellos casos en los que el pintor, como en el cuadro de Santander, inventa una posible escena. Además, hay varias piezas muy buenas y algunas hasta excelentes en la muestra que me he propuesto comentar.