MARTES Ť 5 Ť JUNIO Ť 2001

Ť Ugo Pipitone

El último libro de Sartori

Ya sé que no se debe decir así; debería decirse "el más reciente" para pagar debido tributo a un politically correct que más que asfixiante, es dramáticamente aburrido. Y éste (La sociedad multiétnica, Taurus, Madrid 2001) es un panfleto contra una forma específica de politically correct: el multiculturalismo. Una corriente de pensamiento que en el reconocimiento recíproco entre culturas postula su igual "valor". Fuente de ambigüedad y de consecuencias antidemocráticas, dice el profesor Sartori.

Estamos aquí frente a un pequeño-gran libro, escrito con una pluma envidiable y, al mismo tiempo, rígidamente académica. Lo que, aclaro, no me parece una virtud descollante. Sartori es un científico social y su debilidad está justamente en el sustantivo: en el supuesto que la lógica y la precisión de los conceptos puedan (casi) sustituir la historia y la creación de nuevas realidades que requieren nuevos conceptos para ser descritas (y entendidas). Sartori es un científico social, alguien que pierde de vista que cuando se habla de sociedad, o sea de seres humanos, los criterios de la ciencia a veces son insuficientes para entender. Ni se diga para cambiar. Pero --aunque sea en medio de rigideces académicas y uno que otro disparate-- estamos sin duda frente a un librito notable. Una obra que nos pone en estado de tensión frente a realidades que operan al límite de nuestros conocimientos, de nuestra visión del mundo. De lo que queremos y lo que no queremos de su (nuestro) futuro.

Centremos la atención en las tesis principales. El multiculturalismo que postula un reconocimiento recíproco entre las culturas es el anuncio de una posible tribalización de la sociedad abierta y es, al mismo tiempo, la negación del pluralismo. En las sociedades democráticas el pluralismo es el oxígeno dentro del cual el ciudadano emerge separando Dios del Poder, como afirmación de reglas comunes de vida social y como base de una dialéctica de consenso y conflicto. El multiculturalismo, según Sartori (y, creo yo, con razón), proyecta un mundo en que el reconocimiento de las diferencias étnico-culturales termina por crear universos cerrados. Reconociendo igual valor a cualquier forma de organización social, se destruye la capacidad de dar un valor a cualquier cosa. Todo se confunde en un "pluralismo" que es anuncio de Edad Media.

Reconocer a los pueblos inmigrantes (ésta la preocupación de Sartori) que se integran a las sociedades europeas el derecho a sus tradiciones puede significar la aceptación de la mutilación del clítoris, la poligamia (masculina), la organización tribal que establece, en una sociedad abierta, sus propias normas de vida de frente y en contra del país anfitrión. Es la ruptura de la relación irresuelta de consenso-conflicto en que se basa la sociedad liberal: cualquier movimiento absoluto hacia el consenso puede producir desastres democráticos tanto como un movimiento excesivo hacia las diferencias aceptadas como datos permanentes de la vida colectiva. En este caso, en nombre de la igual dignidad de las culturas.

Sartori establece una clara diferencia entre la acción afirmativa (con la que en Estados Unidos se favorecen ciertos grupos minoritarios discriminados) y el multiculturalismo. Mientras la primera tiende a homologar a favor de sectores desfavorecidos o discriminados, el segundo sanciona las diferencias en el reconocimiento de la igual dignidad de culturas diferentes. Añado yo: mientras el primero refuerza el pluralismo, la segunda lo destruye creando espacios sociales balcanizados al interior de los cuales la primera víctima es el ciudadano. O sea, el individuo que independientemente de su color, "raza" o credo religioso, es portador de derechos y obligaciones iguales para todos. Un camino hacia nacionalismos pequeños, de los cuales la ex Yugoslavia es el mejor ejemplo de futuro indeseable.

En medio de un discurso ampliamente condivisible (y cargado de sugestiones y de sanos recordatorios), en el libro de Sartori se deslizan afirmaciones sin cabeza ni cola. Mencionemos dos. La primera: no es la clase que produce al partido de clase, sino al revés (p. 88). Una típica media-verdad. La segunda: los subsidios al desempleo permiten al europeo vivir sin trabajar: de ahí la inmigración (p. 110). Una afirmación que, como es obvio, no llega ni a la condición de media-verdad. De cualquier manera, un libro para leer y debatir.Y