Ť Sigmund Freud. Partes de guerra ya circula en librerías
Claroscuros del psicoanálisis en un libro de John Forrester
Ť En seis ensayos analiza elogios y críticas a esta escuela
La nuestra es una época freudiana. El siglo XX y su cultura han sido indiscutiblemente marcados por el psicoanálisis, un aporte que desde sus orígenes provocó irritación, sospechas, críticas y reproches, aunque también elogios y seguidores. "Algo de irreversible hay en esa transformación" que el austriaco Sigmund Freud (1856-1939) impulsó con sus descubrimientos, afirma el historiador y filósofo de la ciencia, John Forrester, autor de un libro que lejos de hacer una apología de la vida y obra del célebre psiquiatra, intenta explicarlo a partir de las divergencias que sus planteamientos motivaron.
Sigmund Freud. Partes de Guerra. El psicoanálisis y sus pasiones (editorial Gedisa) reúne seis ensayos cuyo desarrollo se apoya por igual en perpectivas freudianas y aquellas que discrepan de su escuela. Caben también las posiciones intermedias, en temas tan complejos como la noción de justicia. En este tópico, subraya Forrester, las conclusiones del médico resultan estremecedoras y polémicas, pues el padre del psicoanálisis establece que "el sentido de la justicia tiene su procedencia en la envidia: si uno mismo no puede ser el favorito, de cualquier modo nadie más lo será". Tal aseveración Forrester la confronta o complementa en su ensayo con teorías como la de Melanie Klein o Jacques Lacan, Nietszsche, Max Scheler o más recientes como la de John Rawls.
El amor de transferencia que suele establecerse entre el psiconalista y su paciente es otro aspecto de revisión en el volumen, donde su autor explica que "el psicoanálisis se distingue en su práctica por la absoluta falta de inquietud por los principios éticos". En otras palabras, Freud "tenía una concepción esencialmente pragmática de la práctica analítica".
"El yuxtaponía dos grandes principios: la ciencia y el amor. En la ciencia, la verdad es el valor más alto, pero en la vida, la verdad puede ser la víctima necesaria ante las exigencias más imperativas del amor". Dicho de otra manera --prosigue-- ¿por qué convertir al amor, la cosa más importante de la vida, en víctima del insensible desprecio que por los seres humanos muestra la verdad?.
Un asunto más incluido en las páginas de esta novedad bibliográfica es la inclinación de Freud por coleccionar objetos, "de dudoso valor estético". El era, ante todo, un coleccionista de objetos científicos, aclara Forrester; un "arqueólogo de la mente" que se hallaba totalmente comprometido con la analogía arqueológica al considerar el contenido de la mente como otros tantos objetos para sacar a la luz, reconstruir, fechar, volver a situar en sus contextos originales. Su colección, iniciada después de la muerte de su padre, estuvo integrada por piezas no fragmentadas de Roma, Grecia y Egipto antiguos y más tarde incorporó piezas chinas. Tal reunión de cosas valiosas "demuestra con elegancia cómo una colección puede simbolizar la batalla de la vida dentro de la muerte, de la vida que se ve infiltrada por la muerte".
El desarrollo del psicoanálisis como práctica y como institución y el fenómeno de los sueños convertidos también en objeto de estudio completan las reflexiones de este libro que subraya asimismo la necesidad de una historia de las culturas psicoanalíticas, las cuales son por cierto multifacéticas: en parte médicas , en parte científicas, en parte pop, en parte vanguardistas con figuras tan diversas como Michael Foucault, Alasdair MacIntyre, Ernest Gellner, Peter Swales y Bruno Latour. Mención aparte en este libro merecen las batallas críticas, ofensas y hostilidades desatadas por el psicoanálisis y la defensa que de él han hecho sus adherentes. ¿Y qué opina Freud? Aunque parezca sorprendente, el aludido toma la palabra en una entrevista póstuma (imaginaria) en la que lamenta que a fines del siglo XX se le considere no sólo un proveedor de mercancías de pésima calidad y ya vencidas, sino también un charlatán de la actualidad "¿qué vendra luego?",pregunta diríase que con un dejo de hastío.