lunes Ť 4 Ť junio Ť 2001

Elba Esther Gordillo

Visión de futuro

Una de las obsesiones más profundas de los seres humanos es disponer de los medios para escudriñar el futuro. Por ella, las religiones, las profecías, la magia, el conocimiento real o pretendido del lenguaje estelar, la charlatanería, más recientemente el uso de modelos de predicción sobre el comportamiento humano, y muy señaladamente la filosofía, han ocupado un espacio relevante en nuestra vida.

Benjamín Disraeh, estratega mayor de la reina Victoria, con todo y que tenía como tarea anticipar los acontecimientos para situar correctamente a su país, solía decir que el pasado es un sueño y el futuro un misterio, reconociendo su incapacidad para ir más rápido que el tiempo mismo.

A pesar de que la predicción posible está referida a espacios temporales cortos, a ciertas áreas del conocimiento o del desempeño humano, la condición para que esas predicciones se alcancen depende a su vez de que se cumplan otras muchas y es cada vez más común escuchar, quizás hasta como una moda, la imperiosa necesidad de tener visión de futuro.

Que si hay que reformar un partido, hay que hacerlo con visión de futuro, lo mismo que si se trata de la economía o, incluso, de la crítica con respecto a lo que el gobierno decide o propone. Se ha llegado al exceso de pedir a quienes ejercen la crítica, que lo hagan con visión de futuro, es decir, que no se anticipen a negar hoy lo que el tiempo probará como válido mañana.

Como parte de esta obligación de ver el futuro, el gobierno federal, en cumplimiento de la ley de planeación, ley que por cierto preserva una idea centralizada del poder que ya no corresponde con la realidad, presentó su visión de futuro en el Plan Nacional de Desarrollo. Como es natural, no faltaron los "por primera vez" tan devaluados como inútiles.

Es la primera vez que no es un acto ritual y una exposición de buenos deseos, dijo el Presidente, en un acto ritual y para la exposición de buenos deseos. Incluso dentro de las primeras reacciones de los asistentes, se festejó que "por primera vez se rompió con la tradición de fijar metas cuantitativas de crecimiento económico", materia prima de todo plan, entre un catálogo de autoelogios cada vez menos tolerados por una sociedad harta de escuchar y ansiosa por ver realizar.

No faltaron tampoco las críticas a las generalidades, a las buenas intenciones, que no dicen ni cómo ni cuándo, a la obediencia ciega a los dictados del Banco Mundial, olvidando que sus referentes, algunos con metas milimétricas, ni cumplieron lo ofrecido ni tuvieron la humildad para reconocer sus carencias.

Creo que la clave no está en la capacidad para anticipar lo que muy probablemente no sucederá, sino de actuar correctamente en el presente. Junto con una realista visión de futuro, lo que se precisa es una realista visión de presente: identificar lo que resulta indispensable hacer, hoy, para que el mañana aparezca de manera diferente. Una inundación, un terremoto, el desplome de algunas economías que puede influir a la propia, entre un amplio catálogo de sucesos posibles, es suficiente para modificar el futuro.

Hay sólo un factor constante, que son los seres humanos que habrán de vivir y enfrentar los fenómenos y que, en la medida que puedan hacerlo con pertinencia, no sólo se impondrán a ellos, sino que los convertirán en motivo e impulso para construir el país de los sueños al que se aspira.

La gran virtud del plan presentado es que ubica a la educación en su papel de cimiento del futuro. Educar sigue siendo la única manera de anticipar y lograr que se realice esa visión de futuro.

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