DOMINGO Ť 3 Ť JUNIO Ť 2001

Carlos Bonfil

La gran vida

Martín (Carmelo Gómez), conductor de autobuses, madrileño, casi cuarentón, hastiado de la rutina laboral y de una vida llena de frustraciones y fracasos, sin mayor apoyo afectivo que el buen trato de una vecina anciana, decide una tarde quitarse la vida, primero asfixiándose con gas doméstico (intento fallido, le acaban de cortar el suministro), luego arrojándose al vacío desde lo alto de un puente peatonal. Nuevo fracaso. Un ángel de la guarda llamado Salvador le sugiere posponer su suicidio, obtener de la mafia un préstamo millonario y dejarse matar después, luego de haberse dado, por espacio de una semana, la gran vida.

La premisa inicial de La gran vida, primera cinta de Antonio Cuadri, promete una aventura de corte fantástico, en deuda con el cine de Frank Capra (šQué bello es vivir!), con figuras bienhechoras y un pacto fáustico donde la riqueza instantánea se paga con una sentencia de muerte. En breve, una combinación de humorismo y tragedia, con algún toque satírico en su descripción del jet set madrileño (hombres de finanzas, fanáticos de la heráldica, y figurantes y lectoras del semanario Hola). Vana promesa. Lo que sigue en la trama de enredos de Cuadri es un remedo de comedia romántica hollywoodense, esforzadamente gracioso, y plagado de gags previsibles y lugares comunes. En esta fábula social un pobre diablo, súbitamente millonario, nos asestará durante largas secuencias sus ocurrencias de nuevo rico, la decoración fantasiosa de su casa, su modo de dilapidar su fortuna instantánea en fiestas y almacenes, su frecuentación de clubes privados, su vida de VIP y sus caprichos de gentleman endomingado. Uno de ellos, llenar su propia alberca de champaña. La aparición de la joven "asistenta" Lola (Salma Hayek), el gran flechazo de Martín, la exótica mesera respondona que sueña con desayunar en Tiffany y parecerse a la Julia Roberts de Mujer bonita, no eleva para nada el tono de esta comedia, y antes bien confirma su carácter complaciente y burdo. Sorprende que Fernando León de Aranoa, guionista de Barrio y Familia, dos buenas cintas españolas, confeccione aquí un mero vehículo promocional para el exportable encanto de Salma Hayek y para el debut cómico de un actor, Carmelo Gómez, con mayor talento para otros géneros. La trama, confusa, deja muchos cabos sueltos, en particular lo relacionado con la mafia, y presenta asuntos secundarios, como la existencia de una hermana secreta de Lola, enferma y hospitalizada, muy poco convincentes y que no añaden novedad alguna a la historia. La gran vida busca en todo momento la eficacia genérica en una atractiva mezcla de thriller y comedia, según el modelo norteamericano; del mismo modo confía, de modo excesivo, en el supuesto carisma de sus protagonistas centrales. Carmelo Gómez, un actor interesante, se sobreactúa aquí continuamente hasta parecer un personaje de comedia italiana erótica --nuevo rico petulante o amante fanfarrón al estilo de Lando Buzzanca. Por su parte, Salma Hayek, quien debuta en la comedia española, se limita a cumplir con el estereotipo previsible de latina spitfire, voluntariosa y sentimental, a medio camino entre la mujer fatal y la cursi irredenta. ƑQué sucederá con Martín, luego de su descabellada apuesta de darse la gran vida a expensas de la mafia? Esta pregunta es la que en principio debería cautivar al espectador, y hacerle soportables las ocurrencias románticas de Selma, la exótica, y su dulce Carmelo enamorado. El material humorístico se agota, sin embargo, muy pronto en el guión de León de Aranoa. Queda una historia de amor bastante endeble, un desenlace sin sorpresas, y la convicción de que muchos espectadores que buscaban una buena comedia romántica, saldrán de La gran vida con la sensación de haberse dado, en cambio, la gran aburrida.