domingo Ť 3 Ť junio Ť 2001
José Agustín Ortiz Pinchetti
Aquellos que amamos la capital
Como les conté anteriormente, me reuní hace dos semanas con don José Iturriaga en su luminosa casa de Coatepec, Veracruz. Conversamos nueve horas y media, y entre otras cosas hablamos del amor que sentimos por la capital de México. Don José acaricia viejos mapas de la capital con una ternura sensual como si lo hiciera sobre los hombros de una amada, él mismo se confiesa su amante apasionado. Le pregunté a él y me he preguntado yo mismo cómo se puede llegar a amar así una ciudad. Y me pregunto si las futuras generaciones podrán gozar de los mismos sentimientos.
Tengo la memoria viva de aquella conversación. Repasando mis propias reflexiones, llego a la conclusión de que podemos amar una ciudad por tres razones (las cuales concurren en el caso de don Pepe), la primera es existencial, elemental e instintiva, se ama la ciudad porque se vive en ella. La segunda es emocional e intelectual: se le ama porque se le conoce. La tercera es espiritual: tiene que ver con el impulso político, con la polis, se le ama porque se le sirve y se le defiende.
Vivir. Amamos a nuestra ciudad y a nuestro barrio por instinto. Son la extensión de nuestro hogar, de nuestra guarida, son nuestro territorio, en esto no nos distinguimos mucho de los humanos primitivos y es probable que de esta matriz esencial surja el patriotismo, o más bien el matriotismo.
Don José amó la ciudad porque la vivió con una tremenda intensidad. Primero, de niño, se expuso a su ambiente en forma brutal. En la orfandad, tuvo que trabajar para sobrevivir; habitó en una vecindad de las calles de Camelia con su hermano. Luego trabajó como obrero. Desde muy joven, su avidez intelectual y la brillantez de su mente y su memoria lo impulsaron a conocer a los clásicos y a descubrir a fondo la ciudad de México: sus atmósferas, sus calles, sus plazas. En la ciudad descubrió los rincones de la intimidad, estableció amistades y amores y prosperó. Después de trabajar en una mina de Coahuila regresó a México y empezó como oficinista en la Tesorería Federal. Luego, como pasante, trabajó en Nacional Financiera desde su fundación, en la que con el tiempo llegó a ser director adjunto. Pienso que aquellos a los que abruma la ciudad y los obliga a la miseria deben odiarla. Iturriaga triunfó en un medio adverso y seguramente su éxito lo asoció a la capital, que se convirtió en su aliada.
Conocerla. José Iturriaga se dio tiempo para estudiar la ciudad. No sólo la ciudad contemporánea, sino la histórica, sin la cual la primera no puede entenderse. Aún hoy puede recordar con precisión la ubicación de las calles, monumentos y palacios. Sabe la historia de cada avenida, puede repasar mentalmente la calle de Moneda, edificio por edificio. Describe en el hoy y el ayer el rectángulo del Zócalo. Conocer así la ciudad no es fácil porque estamos obsesionados en nuestros pequeños negocios privados o en nuestras relaciones íntimas y familiares. Muy pocos pueden gozar de este descubrimiento profundo.
Servirla. El vivir la ciudad llevó a don Pepe a conocerla, y el conocerla, a defenderla y a servirla. Reclamó la preservación de lo que nos quedaba de sus monumentos coloniales. Definió y le puso el nombre al "Centro Histórico", y pudo explicar antes que nadie la evolución de la ciudad hasta convertirse en megalópolis. No hay en don Pepe una nostalgia reaccionaria, al contrario, toda su intención de recuperar la grandeza del corazón de la capital está relacionada con la lucha de la igualdad de los capitalinos y con la generación de riqueza.
Con gran pragmatismo, elaboró un proyecto de rescate del Centro Histórico. Lo concibió como financiero, con enorme oportunidad de inversión; logró atraer a capitalistas dispuestos a impulsar el proyecto y obtener ganancias importantes. Diseñó la forma de dar garantías al interés público y privado. Presentó el gran proyecto al presidente Adolfo López Mateos, de quien era consejero; un antagonismo enfermizo de Ernesto Uruchurtu saboteó el proyecto, el presidente finalmente lo detuvo a pesar de que los escritores y hombres de negocios más importantes de México lo habían defendido.
Todavía percibo en la conversación con don Pepe, resabios del dolor y de la frustración por aquella batalla perdida. Yo estoy seguro que sus ideas van a fructificar a ciento por uno. Pero además creo que Iturriaga puede reconocerse a sí mismo que la ciudad y las gentes que fueron sus contemporáneos, sus pares, amigos, la opinión pública, los presidentes, todos han reconocido sus méritos. Así la capital le correspondió a sus amores.
Hoy, a los 87 años, en un retiro perfecto puede hacer lo que más le gusta: trabajar, investigar, escribir, pensar. Continuará combatiendo al racismo, y a la desigualdad en su vida social y defendiendo a la capital por lo menos hasta que cumpla los 100 años, según él mismo con exquisita delicadeza me ha confesado. Ť