domingo Ť 3 Ť junio Ť 2001
Rolando Cordera Campos
Plan sin política, Ƒpolítica sin plan?
Los compromisos repetidos hasta el cansancio en la campaña y en los meses que siguieron al triunfo, se han guardado en el disco duro. Nada del 7 por ciento de crecimiento, ni siquiera como reto sexenal , nada de política industrial explícita...
El Plan Nacional de Desarrollo se presentó en Palacio Nacional, en el salón Tesorería de la parte de Hacienda, antecedido de juegos de colores y sucedido por convocatorias a la unidad y a hacerlo el "plan de todos los mexicanos". Su factura es ligera, como su presentación es inevitablemente candorosa, aunque algunos la quisieran llena de glamour. Así están los tiempos, pero la duda acosa: Ƒhay rumbo y método en esta locura?
Los propósitos que lo animan no definen su diferencia respecto a sus antecesores, como tampoco lo hace el calificativo de "estratégica" que le asignan una y otra vez a la planeación intentada. De nuevo, como si se tratara de una maldición gitana, la consulta quedó en manos de unos pocos, o del acceso a la Internet, y la política quedó en paralelo, para después, a modo de convocatoria a las buenas intenciones, a la suma de los buenos propósitos. Se trata, así, de un acto de buena voluntad, en el que la voluntad política está ausente, Ƒo embozada? Y que el Congreso tome nota. Y nada más.
ƑDe qué se trata? De tener un crecimiento con calidad, un desarrollo social humano, una convivencia ordenada, respetuosa, en la que la democracia rija. Nada más. Tenemos en nuestro haber, se dice sin demasiado argumento ni complejidad, los muchos bonos (demográfico, democrático, Ƒquién da más?) que las transiciones se han servido ofrecernos, y es la hora de aprovecharlos, de ponerlos a sudar. Y es por eso que la mirada tiene que elevarse y dejar atrás la fijación sexenal con sus rutinas e inercias. š25 años o nada! He ahí el horizonte.
Los compromisos repetidos hasta el cansancio en la campaña y los meses que siguieron al triunfo, se han guardado en el disco duro. Nada del 7 por ciento de crecimiento, ni siquiera como reto sexenal, nada de política industrial explícita, nada de concurso activo a todo lo largo del gobierno de la economía, la sociedad y la política, de las fuerzas productivas y sus organizaciones. Mucho menos de salarios o redistribución del ingreso. Si hemos de hacer caso al "decálogo" que la cúpula empresarial presentó al Presidente, lo peor es que la consulta empieza apenas ahora, meses después de que debía haberse hecho, y empieza por lo que se presentaba como la fortaleza de la nueva era: la comunicación y su mercadotecnia, que los hombres del dinero sin iniciativa aprecian como fallida y apuran a cambiar.
El plan no es el fruto claro de una empresa política. La participación fue fragmentada por una consulta que se quiso novedosa y resultó opaca y, tal y como está, el documento puede quedarse inerte, sin vida, sin siquiera ser la referencia burocrática obligada de otros tiempos. La fuerza de las ideas del cambio tan sobado, dejan su lugar al desconcierto ante la dificultad del gobierno de las cosas y los hombres. Tarea imposible, al parecer, la de tratar de ponerlos de acuerdo, convenir sacrificios y esfuerzos, darle a la expectativa un tiempo y un concierto creíbles.
Un plan sin política anuncia tiempos malos además de duros, porque revela el vacío, el fastidio prematuro, la aparición de espacios donde todo será lucha por el poder y el lucro, sin concesiones ni compromisos, a la vera del camino que en el norte empieza a trazarse brutalmente: no hay tal compasión republicana salvo para la venta electoral, lo demás es dominio y prisa por darle al orden mundial nuevo que inauguró Bush padre un perfil a la altura de las planicies de Texas. Y en esas estamos, con botas y sin ellas.
La magia del mercado sigue siendo el Santo Grial de los que gobiernan. No importa tanto el origen o el color de la divisa, sino la matriz de intereses donde la democracia se despliega y arroja sus primeros frutos: un tiovivo de politicastros que se ofrecen al mejor postor, so capa de prudencia y tolerancia, buena onda y afán concertador, mientras los negociantes hacen dinero y maletas, por si acaso. Un plan sin política, una política sin plan. Todo sea por el bien de todos... los ausentes. Ť