SABADO Ť 2 Ť JUNIO Ť 2001

SPUTNIK

Poderoso caballero...

Ť Juan Pablo Duch

Moscu, 1o. de junio. Si las cosas siguen como hasta ahora, y ante la poco probable anuencia del Señor para estadías más prolongadas, ya sólo falta que la Iglesia ortodoxa rusa empiece a vender "tiempos compartidos" en el paraíso, digamos una o dos semanitas al año, a aquellos personajes cuyo terrenal comportamiento, de acuerdo con los preceptos religiosos, hace rato que les merecería un destacado lugar en el infierno.

La conclusión viene a cuento porque, si bien don Juan Ruiz no era ruso, tampoco dejó escrito, allá por el siglo XIV, que la moneda para comprar indulgencias no podría ser el rublo.

En efecto, el autor de la obra cumbre del mester de clerecía, el Libro de buen amor, don Juan Ruiz, mejor conocido como Arcipreste de Hita, sólo dijo: "Sy tovyeres dyneros, avrás consolación, plazer e alegría é del papá ración. Conprarás parayso, ganarás salvación: do son muchos dineros, es mucha bendición".

Difícilmente, los capos de la mafia rusa hayan leído al Arcipreste, y menos en versión original, pues con trabajo hablan su propio idioma. Tampoco han de conocer la excelente traducción al ruso que hizo Serguei Goncharenko, en 1973, pero sin duda en algún lado habrán oído que "don dinero es un poderoso caballero".

Y aunque, por supuesto no tienen la más pumota (neologismo que se sugiere, cuando se le quiera dar más énfasis a la palabra, en lugar de remota) idea de quién fue el autor de la frase, don Francisco de Quevedo, están convencidos de que, como decía el ya citado Arcipreste, donde hay mucho dinero hay mucha bendición y, de ahí a comprar paraíso para ganar la salvación, nada más hay que tener chequera.

Al parecer, ya compró paraíso Serguei Mijailov, a quien en ciertos ambientes se le conoce por su alias Mijas, próspero empresario que empezó su ascendente carrera en el mundo de los negocios como capitán de meseros en un restaurante y que en un día en los soviéticos tiempos, según afirman los que lo consideran el jefe de la mafia de Solnstsevo, descubrió que para amasar fortuna no hace falta trabajar. Comenzó, se comenta, ofreciendo protección a los dueños de las primeras cooperativas privadas, que sí sudaban la gota gorda.

No cualquiera, eso es verdad, puede apersonarse en el paraíso, luciendo en su pecho, en caso de que no haya que dejar la ropa en la celestial antesala, la máxima condecoración que otorga la Iglesia ortodoxa rusa a un feligrés, la orden del Santo Conde Misericordioso Daniel de Moscú. Mijailov, acaso para estímulo de los creyentes pobres, ya lo consiguió. Serguei Mijailov02

El mismísimo patriarca Aleksi II, como viene escrito en el diploma que se entrega por si se llega a perder la medalla en una borrachera, le acaba de conferir la orden por "su aporte a la reconstrucción de templos sagrados y la ayuda prestada a iglesias y monasterios".

Modesto y afligido por la distinción, el homenajeado pronunció un sentido discurso, rebosante de fe religiosa y un poco salido de tono, por su franqueza. De acuerdo con la inserción pagada en algunos periódicos locales, Mijailov afirmó: "En lo personal, considero esta orden como un anticipo por el apoyo, sincero y sin desmayo, que brindo a la Iglesia ortodoxa rusa, sin la cual simplemente no concibo mi vida".

El archimandrita Vladimir, representante del patriarca ortodoxo en la ceremonia, cubrió de elogios al bienhechor Mijailov y recordó que ésta no es la primera condecoración que recibe de la Iglesia ortodoxa. Hace dos años se le otorgó la orden de San Serguei Radonezh, importante pero no tanto como la última.

A todo esto, el doblemente condecorado quiere asegurarse una placentera existencia en la otra vida, dado que en este ingrato mundo tiene que andar rodeado de guardaespaldas para cuidarse de sus múltiples enemigos y no todos le reconocen virtudes como los jerarcas religiosos.

Por ejemplo, la procuraduría suiza que lo mantuvo entre rejas casi dos años, en una estrecha celda sin vista al lago de Ginebra, y lo tuvo que soltar por no poder probar las acusaciones: ningún testigo quiso rendir declaración en su contra.

La cancillería rusa, por su parte, le estropeó otro de sus caprichos al anular el pasaporte diplomático que se había conseguido, tras módico desembolso. Mijailov, que se entusiasmó al creerse investido de inmunidades y privilegios, se veía algo raro como diplomático. En realidad, ni más ni menos raro que cualquier ruso con pasaporte di-plomático de un país de Centroamérica.

En uno de sus viajes, cruzado el oceánico charco, el señor se trajo también un nombramiento de cónsul honorario aquí en Rusia. A lo mejor pensó que honorario era más importante que cónsul general, pero nadie le aclaró que, aunque suena mejor, el simbólico cargo no otorga inmunidad diplomática. Buscó entonces ocupar un escaño en la Duma, por aquello del fuero, y casi se le hace, pero la Comisión Central Electoral canceló su registro de candidato y privó a sus compatriotas de verlo hablar en tribuna.

Puros disgustos, pues. En cambio, los jerarcas de la Iglesia ortodoxa rusa sí saben apreciar a Mijailov en todo lo que vale. Y dicen los clérigos, en confianza, que vale mucho.