SABADO Ť 2 Ť JUNIO Ť 2001

ISLA CANELA

Jaime Avilés

Muerte "natural" de un optimista

1.ADIOS A UN COMPAÑERO

Ha muerto Enrique Legarreta, un hombre a la deriva que era amigo de muchos lectores de esta página. El pasado miércoles 30 de mayo, a las seis de la tarde, su cuerpo fue hallado en una modesta pensión de San Cristóbal de Las Casas en condiciones que la autopsia reveló deplorables. De acuerdo con la agencia investigadora número cuatro del Ministerio Público en aquella ciudad, el cadáver presentaba "exceso de azúcar en la sangre, enfisema pulmonar, cáncer de colon y estallamiento del bazo". Con estos elementos, el forense dictaminó, sin embargo, que la causa del deceso había sido "natural".

De acuerdo con médicos independientes consultados al respecto, el único órgano humano que puede estallar en forma espontánea es la víscera cardiaca y sólo en el raro caso de un infarto masivo. Cabe deducir entonces que la destrucción de los tejidos del bazo obedeció a una causa externa: un traumatismo, es decir, un golpe de gran intensidad que debió repercutir a través de las costillas y, aun después de cruzar esta barrera, provocar destrozos letales sin ser por ello de acción inmediata. El paciente puede fallecer en un plazo máximo de 72 horas.

El cadáver de Enrique Legarreta fue registrado por la Subprocuraduría de Justicia de Chiapas en calidad de desconocido el miércoles en la noche. Pero la noticia no comenzó a circular en San Cristóbal sino hasta el jueves al atardecer. En ese momento, el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas dio a conocer que, días atrás, en fecha todavía no precisada, Legarreta acudió a sus oficinas a presentar una denuncia pues, según dijo, había sido torturado.

Ante este cuadro, la procuraduría chiapaneca anunció, la propia noche del jueves, una investigación exhaustiva, que comenzaría por "la revisión de la autopsia", a fin de esclarecer el tema del bazo estallado y el aparente dislate de la causa de muerte "natural". Pero ayer, viernes primero de junio, los periódicos locales agregaron un dato perturbador: en el cuarto de la pensión Los Anafres, donde vivía Legarreta, la policía encontró una bomba Molotov, motivo por el cual el Ejército decidió tomar conocimiento del asunto.

 

2. EL PERIODISTA FRANCES

Una investigación paralela, emprendida por los amigos de Legarreta, señala hasta el momento que, en las últimas semanas, Enrique estuvo trabajando en los Altos de Chiapas como guía de un periodista francés cuyo nombre se desconoce. Según consta a quienes lo vieron en San Cristóbal en fechas recientes, el reportero europeo se fue de México sin pagar la factura de un automóvil rentado en el aeropuerto de Tuxtla Gutiérrez.

Siempre según esas fuentes, la agencia propietaria del vehículo presentó una denuncia penal contra Legarreta, y la Policía Judicial del estado habría iniciado su búsqueda. Legarreta, en consecuencia, habría requerido la ayuda de un abogado con el propósito de demandar a la agencia y exigir una reparación económica.

Otras voces cuentan que, desde el momento en que se vio envuelto en ese enredo, Legarreta -que era maniaco depresivo de suyo- se hundió en un estado de abandono personal y hay quienes dicen haberlo visto vagando por las calles de San Cristóbal descalzo y con aire perdido. Quienes lo conocíamos de muchos años atrás sabíamos que, en efecto, había caído en una de sus crisis recurrentes de paranoia y disociación de la personalidad, que aunada a la aspereza de su carácter lo metieron en problemas con toda la gente que lo trataba.

Estas inconsistencias lo inhabilitaban de antemano para actuar en el seno de cualquier organización política. Sin embargo, formado cuando joven en la tiránica disciplina del mundo de la televisión -en donde fue un brillante productor de comerciales-, Legarreta fue expulsado injustamente de aquella industria y quedó al garete, flotando entre los hospitales psiquiátricos y las cantinas. Yo lo conocí hace ocho o nueve años, extraviado en aquella desoladora convulsión que a veces empeoraban sus ataques de asma y sus calamitosas relaciones con las mujeres.

Signo y síntoma de nuestro tiempo, Legarreta encontraría una ancha puerta de salida a sus angustias y a sus fantasmas en el movimiento civil que gira en torno de la lucha zapatista, a cuya causa consagró apasionadamente los últimos años de su existencia.

En mayo de 1998, por ejemplo, participó de manera destacada en la caravana de la Asociación Ya Basta, de Italia, que visitó el ejido Taniperla para apoyar a las mujeres rebeldes de la comunidad, desafiando las inmorales prohibiciones interpuestas, desde los consulados de México en Roma y Venecia hasta el último retén de Ocosingo, por el "gobierno" y los paramilitares de Ernesto Zedillo.

En el ejido Roberto Barrios, sede del Aguascalientes cercano a Palenque, hay por lo menos una familia que nunca olvidará la inmensa generosidad de Enrique Legarreta. En el marco de la escalada de violencia desatada por Emilio Chuayffet y continuada por Francisco Labastida, una noche las manos criminales del régimen prendieron fuego a la casa donde dormían tres niñas. Cuando el padre de éstas salió para recoger a su esposa, que estaba en el velorio de un vecino acribillado por las balas priístas, los asesinos aprovecharon su ausencia para incendiar la vivienda. Una de las hermanitas murió entre las llamas, las otras dos fueron salvadas con graves quemaduras. Al enterarse de los hechos, Legarreta hizo lo imposible para llevarlas al Distrito Federal, donde logró tenazmente que les practicaran una cirugía reconstructiva.

En mi novela Nosotros estamos muertos pinté a vuelapluma un retrato de Enrique Legarreta, en recuerdo de la noche cuando nos conocimos en El Hijo del Cuervo, allá en Coyoacán. Había mucha gente y el ruido era insoportable. De pronto, una voz ronca y enardecida comenzó a gritar (nunca averigüé por qué): "šMe cago en el águila y me cago en la serpiente! šMuera el centralismo! šVivan los chichimecas!". Un muchacho, que hoy sin duda alguna será panista, replicó, también a gritos: "šTe callas o te rompo la madre!"

En aquel tiempo yo estaba escribiendo, y sobre todo leyendo, acerca de los chichimecas, de modo que sentí una espontánea simpatía por quien, de manera tan sorpresiva y tan rotunda, proclamaba su adhesión a los nómadas del semidesierto mexicano que entre 1550 y 1600 mantuvieron en jaque a los soldados del imperio español, más allá de la frontera virreinal de Querétaro. De modo que sin saber de quién se trataba me levanté a defenderlo contra la amenaza patriotera de la censura. Y de esta suerte, pateados y vapuleados que fuimos, nos hicimos amigos y hermanos para siempre.

 

3. CUARTO PARA LAS SIETE

Faltan 15 minutos para las siete de la tarde y estoy sentado ante la pantalla de una computadora en el único café de Internet que hay en la isla. Mi ansiedad crece a medida que transcurren los segundos y en la parte inferior del monitor se va extendiendo, milímetro a milímetro, la franja azul que abrirá el buzón electrónico de esta página, por medio del cual mandaré a La Jornada estas líneas.

De acuerdo con un aviso que se repite en todas las vidrieras de la colonia Independencia -la pequeña aglomeración urbanizada que me queda más cerca de la playa y de la cabaña donde vivo-, a las 19:00 en punto habrá un apagón general de 24 horas, debido a los problemas de abasto de energía eléctrica, ese recurso publicitario que el gobierno de Vicente Fox está empleando con frecuencia -como ocurrió la semana pasada en Sonora y en Chihuahua- para vendernos la idea de que es necesario abrir la Comisión Federal de Electricidad a la inversión privada.

He vuelto a la Canela después de meses de vagabundeo, primero por los estados del sur y del sureste, detrás de la marcha zapatista, y ahora por los del norte en plan de escritor que va de pueblo en pueblo presentando su libro. He viajado más de 7 mil kilómetros y entre la Feria Municipal de Tijuana, la inauguración de la primera librería de textos en español en San Miguel de Allende y la Casa de Tamaulipas en la ciudad de México, he vendido en total 60 ejemplares, a razón de uno por cada 233 kilómetros recorridos, logro incomparable que me hace pensar en Rimbaud cuando se trasladó a Abisinia (hoy Etiopía), país musulmán, con el propósito, igualmente absurdo, de vender crucifijos.

 

4. LUZ EN SAN DIEGO

En Tijuana, donde los organizadores de la 19 Feria Municipal del Libro colocaron una carpa blanca en la avenida Revolución, frente al extinto palacio del Jai-Alai, ahora reconvertido en una sucursal del hipódromo Caliente, de Carlos Hank Rhon, en donde fui obligado a comprar 20 dólares que los invertí dos en una carrera de galgos y contribuí a ayudarle a pagar los 40 millones de dólares que el hijo del profesor entregará a la Reserva Federal de Estados Unidos a guisa de multa por la compra ilícita de un banco de fondos turbios en Laredo, Texas; en Tijuana, decía, donde fui llevado a recorrer la "línea" y vi las enormes vallas de acero y los gigantescos reflectores y las decenas de patrullas con las luces encendidas que vigilan de noche el paso de los emigrantes de América Latina; en Tijuana, insisto, donde una bondadosa profesora de literatura no sólo presentó mi novela sino que me invitó a conocer el legendario bar de La Estrella de la calle sexta; en Tijuana, pues, leí los periódicos de San Diego y supe que, hace no muchos años, las autoridades del sur de California privatizaron el monopolio público de la energía eléctrica con argumentos gemelos de los que hoy emplea Fox acerca de la CFE, y las consecuencia fueron poco menos que catastróficas.

La Pacific Gas & Electric y la Southern California Edison, las compañías que proveen electricidad al norte del condado de San Diego, acaban de anunciar que aumentarán 50 por ciento el costo de sus tarifas, en lo que, dice el San Diego Union Tribune, "parece ser sólo una parte de una crisis sin fin en la materia", pues en los meses del verano que está comenzando "algunas predicciones aseguran que habrá escasez de electricidad entre 30 y 35 días", lo que, añade, "podría significar varios apagones cada semana", mientras "continúan importando 100 megawatts diarios de la planta hidroeléctrica de Rosarito, en México, con la cual cubren en promedio las necesidades de unos 75 mil hogares".

La causa de este desastre, me explica el doctor Alfredo Hualde Alfaro, del Colegio de la Frontera Norte, es que la Pacific Gas y la Southern California simplemente no invirtieron sus utilidades en la ampliación de su infraestructura y ahora son los consumidores quienes pagan las consecuencias. No en vano, la semana pasada, un grupo de legisladores de la ciudad de Los Angeles -donde no ha sido privatizada la electricidad y hay una gran reticencia para ello, dado el ejemplo de San Diego- visitó a sus colegas en Tijuana y les dijo que por ningún motivo deben aceptar los planes privatizadores de Fox, porque estos representarían, así lo subrayaron, "la ruina total para México".

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