Alberto Dallal
Las finas invocaciones de Cecilia Lugo
Cecilia Lugo le da la bienvenida al siglo XXI con Trazos de nostalgia en torno a los ritmos del siglo XX. Lo hace recordando piezas musicales y canciones mexicanas ilustrativas y representativas de los años cuarenta a la fecha (Lara, Landín, Pérez Prado, Quinto Patio, etcétera). Su gran acierto, saberse poseedora de una herencia y no dueña de los elementos originales. Por tanto, nos ofrece música, piezas interpretadas por Lila Downs, arreglos contemporáneos que no se alejan de la esencia pero que no intentan reproducir los ámbitos y coreografías de la época.
Asimismo, en las danzas, la Lugo compone y recompone utilizando su propio lenguaje (danza contemporánea) mediante un motivador interjuego entre planteamiento-anécdota-imágenes y finalmente un rompimiento que deviene, en el escenario, atmósfera. Son coreógrafías y cuadros que ella realiza con bailarines jóvenes y con ideas actuales.
La coreógrafa no cayó en los peligros de la reconstrucción. La arqueología dancística -lo sabe muy a fondo- se lleva mal con los procedimientos actualizados. La maestría y dominio de los originales bailarines urbanos -su virtuosismo, sus logros, su música- son imposibles de reconstruir. Danza contemporánea: deslizamiento de espaldas por el suelo, mujeres ''lanzadas'' al espacio, efímeras correspondencias literales con la letra de las canciones: se baila sobre el trazo original del baile mismo. Movimientos estilizados. Diseños sofisticados a lo West Side Story. Medio siglo que dijo muchas cosas bailando, sobre todo en México. Arráncame la vida es realmente un tango irreverente y ligero. Sentido del espacio y sentido del tiempo (los años), danza que puede bailarse por las calles.
Sólo en el fondo o en ciertos fogonazos de los movimientos Lugo propone o esboza los ritmos originales; consigue así un renovado concepto, una nostalgia bastante dinámica y, por fortuna, nada lacrimosa: los ritmos que le dieron vida a los jóvenes de la segunda mitad del siglo XX están allí, a la vista, con cierto sentido del humor, como cuando ''narra'' las reprimidas actitudes femeninas de los años cincuenta, los complicados apoyos y diversiones de pandillas y de grupos... por sexos. Incluso una fina, burlona simbolización de los trances de los enamoramientos de la época (las damas acaban por ponerse los zapatos de los caballeros, y éstos permanecen en romántica lontananza) acaba también por reconocer las excepcionales dotes de estos ya desaparecidos personajes y sus zapatos ''nos quedan grandes''.
Y siempre presente el escozor romántico, el sufriente padecimiento del amor, el cual, una buena, larga época del devenir latinoamericano (sobrevive en las telenovelas actuales) resulta sublime por sus ataduras y limitaciones, expresadas en canciones, hábitos, películas.
Las imágenes se suceden ante nuestros ojos y, sí, mediante un lenguaje renovado y original (buenos y aptos bailarines) de danza contemporánea (a veces ciertos movimientos evocan las señas y señales del lenguaje de los sordomudos), nos invade un dejo de imágenes finas, vivas, y optimistas: en el manejo que esos cuerpos jóvenes se logran ritmos, ambientes, canciones, pasos de por sí intensos. Cada quien con sus respectivas bronca y pareja. Descubrimos una auténtica ''ejecución'' de aquellos lares, enjambres, grupos sociales que bailaban muy bien: una limpia invocación ligera y renovadora de los ritmos y piezas que caracterizaron a los miembros de varias generaciones de aptos movedores del bote, asistentes de salones, fiestas, tés danzantes, recepciones.