VIERNES Ť Ť MAYO Ť 2001

Ť Miller, amigo de Putin, remplaza a Viajiriev

Limpia en la cúpula del monopolio estatal de gas del Kremlin

JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL

Moscu, 31 de mayo. El relevo en la cúpula de Gazprom, el monopolio estatal del gas, con la salida del hasta ayer inamovible Rem Viajiriev y la imposición de Aleksei Miller, un hombre de toda la confianza del presidente Vladimir Putin, por sus implicaciones políticas y el papel preponderante de este consorcio en la economía rusa es equiparado aquí con un cambio de jefe gobierno.

Gazprom, con un volumen de ventas el año pasado de 17 mil millones de dólares, que representan 8 por ciento del producto interno bruto de Rusia, aporta una cuarta parte del presupuesto federal.

Y es el principal, sino el único, instrumento de presión económica que le queda a Rusia en política internacional, tanto para reclamar liderazgo en el espacio postsoviético como para tratar de ganar posiciones en su relación con el resto del mundo, en primer término los países de Europa occidental, cada vez más dependientes del gas ruso.

Con el control sobre 25 por ciento de las reservas de gas natural en el mundo y ya cercano a dominar 40 por ciento de su comercio global, Gazprom podría llegar a suministrar, en un año, dos terceras partes del gas que consume Europa occidental.

Al mismo tiempo, y debido a las paradojas del capitalismo implantado en Rusia por Boris Yeltsin, Gazprom ha funcionado con éxito gracias a la corrupción que, según ha documentado la prensa, corroe hasta la mé-dula a su privilegiada casta de ejecutivos.

Ello es así desde que su primer director general, Viktor Chernomyrdin, ex primer ministro y actual flamante embajador en Ucrania, y su sucesor, Rem Viajiriev, que había logrado mantenerse en el cargo los últimos nueve años, convirtieron a Gazprom en un ramificado sistema de clanes.

La fórmula del éxito, tan sencilla como amoral, consistía en que los altos ejecutivos de Gazprom, sin control por parte del Estado, generaran divisas para Rusia y para sí mismos, beneficiándose de todo tipo de exenciones fiscales y de una absoluta impunidad, a prueba de la más mínima sospecha.

Bajo la conducción de Viajiriev, conocido entre sus subordinados con el sobrenombre de Papasha (Papacito), Gazprom llegó a ser un pilar de la economía rusa, pero también se volvió la mayor fuente de fuga de capitales del país, mientras redujo la extracción de gas y acumuló una deuda superior a los 10 mil millones de dólares.

La estructura accionaria de Gazprom es muy compleja y, desde su origen, parece pensada para que la influencia real se obtenga a través de prestanombres: la mitad de las acciones están, formalmente, en manos de decenas de miles de personas y empresas menores que, en la época de la privatización masiva llevada a cabo por Yeltsin, cambiaron sus bonos por una acción de Gazprom.

El Estado controla entre 35 y 38 por ciento de las acciones, 11 por ciento fue adquirido por extranjeros (entre otros, consorcios de la talla del alemán Ruhrgas o las multinacionales British Petroleum y Shell) y cerca de 5 por ciento, oficialmente, pertenece a los altos ejecutivos de Gazprom. En la práctica, es un secreto a voces, que estos últimos tienen, mediante prestanombres, no menos de 25 por ciento de las acciones.

La salida voluntaria de Viajiriev --al grado que él mismo votó por su destitución--, la promesa de encabezar un órgano no ejecutivo, el Consejo de Administración, parece pactada. Las reglas del juego cambiaron cuando Viajiriev, un año después de la llegada de Putin al Kremlin, ya nada pudo oponer al peligro que empezó a cernirse sobre su persona desde la procuraduría rusa.

Hace unos días, filtraciones interesadas a influyentes periódicos europeos sirvieron de recordatorio a Viajiriev del voluminoso expediente que se ha acumulado en su contra en los últimos años.

La acusación más grave implica a una hija de Viajiriev y a un hijo de Chernomyrdin, copropietarios de una empresa que recibe jugosos contratos para el tendido de gasoductos y que adquirió cerca de 5 por ciento de las acciones de Gazprom a precio de ganga, así como la denuncia de una extensa red de intermediarios que lucran con los contratos de exportación de gas ruso.

Antes de ser exhibidos, cabe recordarlo, Viajiriev y compañía hicieron el trabajo su-cio de desmantelar el imperio mediático del magnate Vladimir Gusinski, servido en bandeja al Kremlin. De pronto, Cherno-myrdin aceptó ser nombrado embajador en Ucrania y Viajiriev dejar el cargo a un antiguo subordinado de Putin.

Así, Aleksei Miller quedó al frente del monstruo de mil cabezas y, aunque nunca había manejado un consorcio que da em-pleo a más de 300 mil personas, su lealtad a Putin resultó determinante.

Su encomienda parece ser casi una misión imposible: incrementar la influencia de Gazprom como instrumento de política ex-terior, hacer que genere más impuestos y divisas para el Estado y desmantelar la red de complicidades entre los altos ejecutivos.

Esto último es lo más difícil y, para evitar que cualquier paso precipitado derive en colapso del consorcio más importante del país, Miller tendrá que andar con pies de plomo. También es grande la tentación de que el equipo de Viajiriev acabe siendo remplazado por una nueva corte de agraciados.

La transición en Gazprom no será fácil y, por lo pronto, no es claro qué pasaría si el grupo de Viajiriev decide vender a compradores extranjeros las acciones que, se dice, controla mediante prestanombres. En ese supuesto, el Kremlin tendría que lidiar ya no con ejecutivos con fama de corruptos, sino con gigantes de la economía mundial.