viernes Ť 1Ɔ Ť junio Ť 2001
Luis Javier Garrido
El rollo
El nuevo gobierno no parece tener al concluir sus primeros seis meses preocupación alguna por la similitud cada vez mayor que evidencia con los gobiernos de la tecnocracia priísta (1982-2000), como se ve ahora con la expedición del Plan Nacional de Desarrollo (PND).
1. El PND para 2001-2006, dado a conocer por el presidente Vicente Fox en Palacio Nacional durante un acto ritual al más puro estilo del presidencialismo priísta (29 de mayo), no es un plan de gobierno, pues no contiene metas ni objetivos ni tampoco los medios para alcanzarlos, y no cumple con el mandato del artículo 26 constitucional que obliga a una planeación democrática. Y si no ha recibido una severa impugnación es porque en el México de principios del siglo XXI no existe una oposición política seria, capaz de presentar propuestas que pudieran constituir un plan de gobierno.
2. La campaña presidencial de 2000, una de las más pobres en la historia reciente, se caracterizó por la ausencia de propuestas concretas no sólo de parte de Fox, sino de todos los candidatos que, además de abusar de las generalidades y de las invectivas, se refugiaron en la retórica oficialista tradicional de que el plan se redactaría luego de la campaña y tras escuchar a la ciudadanía, arrogándose todos el derecho de elaborarlo sin el pueblo, y la consecuencia no sorprende.
3. El PND, tanto en su proceso de elaboración como en su contenido, evidencia que la lógica del ejercicio del poder en el gobierno foxista sigue siendo tan presidencialista como en los años del sistema de partido de Estado. En vez de impulsar una modificación constitucional para que dicho plan pudiese ser sometido antes que al Congreso (como solicitaron durante años el PAN y el PRD) a la propia ciudadanía vía plebiscito, Fox recurrió a las mismas prácticas del priísmo para salir del expediente: a) llevando a cabo una campaña de supuesta consulta popular, que no fue más que simulación, y b) dando a conocer un documento que no compromete al gobierno a nada y le deja las manos libres para cualquier política.
4. El PND es un documento retórico, lleno de generalidades, deficiente en su caracterización de los problemas y mediocre en sus poco claras aspiraciones, y que a todas luces no tiene más propósito que lograr el aval de los dos partidos de la oposición parlamentaria, PRI y PRD, para enfilarlos en una lógica de negociaciones que haga viable las iniciativas del foxismo en los próximos dos años y medio, hasta que concluya la actual Legislatura.
5. El plan foxista de 2001 constituye un nuevo retroceso en la vida pública del país, pues lejos de responder a las ofertas de campaña de Fox en el sentido de que en el nuevo régimen las decisiones se empezarían a tomar de abajo hacia arriba, es la confirmación de que las determinaciones fundamentales no sólo no se deciden en el país, sino que ni siquiera se discuten.
6. Los esfuerzos de planeación se iniciaron en México, como se sabe, en 1933, cuando el PNR aprobó el Plan Sexenal 1934-1940, por el que el grupo callista pretendía controlar al gobierno de Lázaro Cárdenas, y que terminó por sustentar la acción de su gobierno, y se prosiguieron en 1939, con el Segundo Plan Sexenal 1940-1946, que no cumplió Avila Camacho con el argumento de la guerra, y que fue el último plan de gobierno real en la historia mexicana. Pues desde 1946, con la campaña alemanista, apareció la práctica de que era el candidato presidencial oficial el que le imponía a su partido --y a la nación-- el que ya no era un plan, sino un verdadero rollo, y ése es el modelo que ha seguido Fox, aunque nunca se había dado con tan pobres resultados.
7. El plan de 2001 puede ser, por su escasa calidad, una evidencia de la incompetencia de muchos de los responsables en el equipo foxista y de su nula competencia en materia legal. Baste señalar que plantean en el mismo, como logro, la creación de "coordinaciones" en Los Pinos ignorando que los asesores presidenciales no pueden tener "funciones" de gobierno por más que ahí se les asignen, ya que éstas sólo pueden serles conferidas por las leyes. Este documento es, por sus omisiones y el desdén con el que se tratan ciertos temas, en especial en materia educativa, cultural y social, un indicador de las verdaderas prioridades del proyecto trasnacional, las que aparecerán menos veladas en los diversos programas sectoriales.
8. El plan de Fox, obviamente, no logra esconder, como no se logró hacer tampoco al darse a conocer los planes respectivos de Salinas y de Zedillo, que el verdadero plan para México es el que nos imponen desde Washington el Banco Mundial y el FMI, bajo la batuta del gobierno de George W. Bush, y que se expresa a través de múltiples programas y recomendaciones que Fox, al igual que sus predecesores, obedece de manera obsecuente, sin capacidad ni voluntad de resistencia, a cambio de su respaldo político.
9. Los hechos no pueden ocultarse y, a seis meses de haber llegado a la Presidencia, Fox se halla en un marasmo: no tiene un plan de gobierno propio, ni en lo económico ni en lo político, y está a merced del capital financiero trasnacional, tanto como lo habrían estado los candidatos de las otras dos fuerzas políticas de haber triunfado en las elecciones del 2 de julio.
10. El país ya tiene el embrión de otro proyecto al margen del trasnacional que han aceptado todas las fuerzas políticas, y es el que lentamente se ha ido definiendo desde la base de la sociedad: el de las comunidades indígenas, que reclaman una real autonomía; el de los maestros de la CNTE, que pugnan por sus derechos en el marco de una educación pública y gratuita al servicio de la sociedad; el de los trabajadores, que aspiran a otra forma de organización del sistema de producción: el de todos aquellos a los que el gobierno foxista no ha querido escuchar y que están definiendo de manera cada vez más clara un porvenir que, para ser de todos, tiene que haber sido decidido por todos.