Ť Medidas policiacas no resolverán el problema, advierte experta del CIESAS
En Atzalan, el pueblo protege a los polleros
Ť El "coyote bueno" representa la posibilidad de alcanzar el sueño de mejorar de vida
Ť El padre de una víctima de Yuma clama justicia; fue "voluntad de Dios", dice la madre
ALBERTO NAJAR ENVIADO
El Equimite, Municipio de Atzalan, Ver., 31 de mayo. Para Ranulfo Barreda Herrera, saber que su hijo y nieto estaban muertos fue menos doloroso que enterarse de la forma en que perdieron la vida.
"No he dormido nomás de pensar cómo batallarían en su muerte tan dolorosa, tan sacrificada", dice justo al lado de la camioneta que compró Raymundo Barreda Maruri con lo ganado en un viaje anterior a Estados Unidos.
"Me imagino que el primero que murió ha de haber sido su hijo, porque estaba muy menor. Pienso que lo haya agarrado en brazos, lo levantara y tratara de hablarle. Cualquiera que hubiera fallecido primero hubiera causado la muerte del otro; si mi hijo murió primero estoy seguro que mi nieto se hubiera quedado para morir con él. O a lo mejor fue al revés."
La calma que conservó toda la mañana se esfuma. "Es como morir a pausas."
Los amigos de Raymundo y su hijo, también llamado Ranulfo, escuchan en silencio. Sus rostros parecen más som-bríos que los de otros dolientes que acudieron por decenas a esta comunidad en la sierra norte de Veracuz.
En voz baja los hombres recuerdan historias de quienes intentaron cruzar la frontera norte y aquellos que finalmente lo consiguieron. Son tantos los que tienen algo que contar, que por momentos el rumor se convierte en barullo.
Los funerales de los siete migrantes originarios de Atzalan que fallecieron en el desierto de Arizona la semana pasada trajeron el mensaje de que una muerte así le puede pasar a cualquiera que viva por estos rumbos.
Porque en este municipio, cuya vida gira en torno del café, los cítricos y algunas maquiladoras, la emigración a Estados Unidos es, paradójicamente, una alternativa para seguir con vida.
"No hay de otra, el café no tuvo precio y la naranja es cascaruda y de mala calidad", se queja Luis Herrera, de Cuatro Caminos. "La verdad es que aunque sea arriesgado el viaje muchos lo vamos a tomar; al menos tenemos el chance de ganar los centavos que aquí no existen."
Don Ranulfo no escucha esta parte de la conversación, y tal vez no la hubiera aprobado. Para él sólo hay un responsable de que su hijo y nieto estén en féretros sellados: el coyote que enganchó a su hijo.
"Coyotes artesanales"
El trasiego de migrantes es una actividad común en este municipio veracruzano.
Ante la demanda de viajes a Estados Unidos, desde hace tres años algunas personas se dedican a ofrecer el traslado de jóvenes, mujeres y adultos al país del norte, con la garantía de entregarlos en puerto seguro allende la frontera.
Generalmente se trata de vecinos de las mismas comunidades que han realizado la travesía en una o varias ocasiones, y que por lo mismo conocen algunas rutas para cruzar la línea. Estos "coyotes artesanales", como los define Patricia Zamudio, del Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), no necesariamente forman parte de las grandes mafias que trafican con seres humanos, aunque se han detectado casos en que se opera en forma más organizada.
En estos casos los enganchadores de la comunidad trabajan con individuos que trasladan grandes cantidades de personas en camiones propios o rentados.
Este parece haber sido el caso de Raymundo Barreda y su hijo.
Don Ranulfo, padre de Raymundo, cuenta que a principios de mayo llegó a la comunidad el pollero que en dos ocasiones anteriores había llevado a su hijo al vecino país, y después de una plática más o menos larga lo convenció de que intentara de nuevo la travesía.
Este sujeto, a quien don Ranulfo identifica como Moisés Sierra, fue el responsable de llevar a sus familiares hasta Sonora. "De allí fue la última vez que hablaron para decir que ya mero cruzaban", recuerda. "Después ya no supimos nada."
Después que se conoció la muerte de los migrantes, Moisés Sierra desapareció. "No sabemos si está muerto, pero no creo porque no apareció en la lista que se dijo en la tele", expresa don Ranulfo. "Por eso yo creo que está vivo, y lo deben agarrar. Lo que le hizo a mi hijo es una vileza, una traición que yo no puedo perdonar."
Sin embargo, al parecer éste no es el único pollero que participó en el traslado de los atzaltlecos.
En Cuatro Caminos, por ejemplo, se supo ayer que el encargado de llevar a Mario Castillo, otro de los muertos, fue un sujeto que se apellida Arcos, vecino de la comunidad, también desaparecido desde la semana pasada.
De acuerdo con la versión de algunos vecinos, este individuo ya debe varias, e incluso se supo que a principios de mayo abandonó en Phoenix, Arizona, a un grupo de jóvenes de la misma comunidad.
La espada y la pared
Paradójicamente, advierte Partricia Za-mudio, perseguir a estos polleros locales resultaría contraproducente.Y es que, para bien o para mal, hasta ahora cumplen una función importante en las comunidades donde trabajan.
"Es el fenómeno del coyote bueno y el coyote malo", explica. "Hay casos en que la misma cercanía que tienen con sus ve-cinos es como un seguro de que no los abandonarán en cualquier lado, además de que existen más posibilidades de que se preocupen por ellos."
Es esta otra de las razones por las cuales es difícil terminar con esta actividad. Y es sencilla: "La misma gente los protege".
Por encima de todo, insiste la investigadora, lo más importante es que las medidas policiacas no terminarán con el problema, pues mientras no se resuelvan las causas de fondo, es decir, el desempleo y la crisis agropecuaria, los veracruzanos y en especial los vecinos de Atzalan seguirán emigrando.
Y no es teoría: ayer, en el velorio de su hijo,
doña Delfina Maruri reconoció que en el fondo a Raymundo
Barreda no le quedaban muchas salidas. "Quería terminar su casa,
ponerle baño, cocina, el piso. Pero no había de dónde
agarrar dinero. Por eso se fue. Y lo que pasó, Dios así lo
quiso."