MIERCOLES Ť 30 Ť MAYO Ť 2001
Jorge Alberto Manrique
Los barros escuetos de Marta Palau
Las estructuras de barro de alta temperatura en la exposición de Marta Palau, en la Galería Juan Martín, son sencillas, un poco como cuartos o muros o armaduras. Hacen una superficie rugosa, ruda, irregular.
Son recintos, espacios, corazas. La palabra ''naualli" que está en los títulos de sus obras remite al idioma náhuatl y también al nahual, mágico, encuentro, transformación, encantamiento, hechizo. Asimismo remite a espacios, cerrados o abiertos, o petos de defensa.
Apenas un poco de color parraleado o barcino (piezas quemadas en el taller de Hugo Velásquez, en Cuernavaca); en otras apenas se advierten círculos o formas almenadas o discos, también momoxtles o teocalis, a veces con círculos muy leves, de terra cotta, o esgrafiados en la extensión de la superficie.
Las estructuras son simples, de formas elementales, sin chiste (Ƒo es ése el chiste?); las paredes, los setos heridos, rotos, dañados. Los objetos escultóricos de Marta Palau son escuetos, no tienen retórica, ni parecen tener explicación ni una interpretación. Son nada más: son sólo una extensión, una amplitud, un espacio, un despliegue. Se agotan en esos recintos o esas armaduras o torsos vacíos. La fuerza de sus piezas está en su inanidad.
Hay más cosas en la exposición de la Palau: los papeles de amate, los papeles monumentales con reflejos de las cuevas de Baja California, con los hombres despatarrados y sexos colgantes entre las piernas, con venados y las huellas de manos. Guerrero caído (1999) es un cadáver un poco más chico que lo normal, con la cabeza compuesta de una concha de armadillo, con armas, huesos o varas, con un pie y el otro sustituido por una raíz en la tierra: la imagen es terrible.
''Todas las cosas que en el mundo vemos -dice Bernardo de Balbuena a principios del siglo XVII- su habla tienen, trato y compañía". Así en la obra de Palau tienen su lenguaje las cosas, no lo entendemos pero ''su habla tienen, trato y compañía".
El proceso del quehacer de Marta Palau va, sin otros avatares anteriores, desde el tejido o por lo menos el textil -que aprendió del maestro Grau-Garriga, catalán-, pero que en su oficio de tejedora llega más lejos con un carácter más brusco, con más garra. Luego vino la experiencia del Salón Internacional Michoacano del Textil en Miniatura, en Morelia; el taller, donde fue maestra en La Habana y continuó con los bastones de mando forrados de lana (en el Palacio de Bellas Artes, en México), los escudos, que defienden pero no hieren: de tierra, el humus que es vista... hasta los estandartes, en elementos izados, símbolos, motivos, en la experiencia del Centro Cultural Tijuana.
La escultura y los papeles de amate son el reflejo y el espejo de la realidad que se pule entre los hombres y las mujeres que la habitan y viven.