miercoles Ť 30 Ť mayo Ť 2001
Luis Linares Zapata
Un anunciado adiós
Con la contundente derrota del PRI en Yucatán se inicia el anunciado adiós de un hombre, un cacique, una época, una forma de entender y hacer la política que tenía al PRI como un cautivo, como una obediente sucursal de los designios y caprichos de Víctor Cervera Pacheco, el gobernador de una década copeteada e ilegal. Pero no es esta derrota el golpe definitivo que meterá al Revolucionario Institucional en el carril de su transformación en pos de un lugar en el accionar que configura a México. Le hacen falta otras tantas batallas y descalabros para desembarazarse de todos aquellos actores de mil y una de sus acciones fallidas, de sus complacencias, desviaciones y contubernios. Hombres y mujeres que continúan usufructuando sus siglas; una gran parte de los puestos públicos que todavía mantiene; que manosean los cuantiosos recursos de que dispone; el mediocre y desorientado empleo que da a las múltiples palancas de negociación que aún tiene a su alcance para afectar el presente del país. Y, también, será preciso distanciarse de esos otros (Labastida y Madrazo, et al) que se erigen como depositarios de una herencia que, sin duda, sigue siendo oída y respetada por muchos mexicanos y que les permite usar o desusar, para su propia continuidad y provecho, las esperanzas de muchos por un futuro político que consideran moldeable por su influencia y poder.
La traumática experiencia del 2 de julio no ha sido asimilada y menos aún procesada por el priísmo para transformarla en senda constructiva. Lo sucedido es un hálito que vaga insepulto, como una densa e inasible nebulosa, entre las luchas internas por hacerse de, al menos, un cacho del lugar dejado por el Líder Nato, por el núcleo de todo poder en que erigían al presidente en turno. Independientemente de quién fuera éste, qué pensara, cómo actuara, cuáles fueran sus capacidades y merecimientos, les bastaba con saber que era el que mandaba y, entonces, de manera por demás gratuita, le atribuían el conocimiento, la sabiduría para indicar hacia dónde ir y de qué manera llegar. Alegaban que tenía, a su privilegiada disposición, los medios y la autoridad para lograrlo. Pero, sobre todo, se subordinaban porque lo erigían, por propia voluntad, enseñanza o temor, en el benevolente receptor de su obediencia que, en muchas ocasiones, llegaba hasta la obcecación o la ignominia. La más leve disidencia, que las hubo para mérito de algunos, era penalizada con el horror del ostracismo, si no es que con el desprestigio, destierro y, a veces, la cárcel. Yucatán fue, durante los últimos 15 años de cierto, una réplica acentuada del modelo general.
Tampoco han podido manejar los priístas su actual desamparo ni los múltiples resortes y capital a su disposición para rencontrarse entre ellos, para imaginar y proponerle a los ciudadanos un horizonte atractivo y, lo más difícil, para saldar cuentas con su propio pasado. Cervera es sólo el último ejemplo de sus desgracias: éticas, sociales y políticas, ésas que se concretan, al final del día, en la expulsión de un partido del poder público. Antes fue Morelos, luego Chiapas, y tal vez les vuelva a ocurrir en Michoacán y Tabasco para que acumulen mayores evidencias de su desasosiego, de su pérdida de centro rector y cohesión.
El patronazgo de Cervera sobre la vida organizada y pública peninsular durante, al menos, tres lustros, no ha quedado impune. Los votantes le han volteado la espalda con singular alegría, a pesar de las cortedades de Patrón Laviada, el simplón e improvisado candidato de los panistas. Los desatinos escenificados por Cervera, y diputados locales seguidores, de cara a los organismos electorales federales, el IFE y el TEPJF, y de pasada la SCJN, fueron los postreros sainetes que presagiaban la debacle inminente. Y el priísmo, como un solo hombre y otras tantas mujeres, se fue detrás de Cervera y desplegó el plumaje de un ser agonizante que no supo dónde detenerse, cómo distanciarse y replantear su conducta, sus pretensiones, su estrategia de rescate. Hasta sus candidatos le fueron impuestos por el mandón del sureste con rizo sobre la frente. Sobre los despojos que recojan ahora tendrán que cimentar, si logran hacerlo, las posibilidades de su reconstrucción.
A escala nacional a los priístas les aguarda una asamblea (noviembre), que empieza a ser achicada, desde adentro y de antemano, en sus pretensiones reconstructivas en lugar de abrir las miras y dar cabida a toda variedad de atrevimientos y propuestas. Las advertencias de ruptura se van solidificando, toman forma particular y nombres precisos, muchos de ellos de sólida formación, reputación aceptable y visiones que encajan bien, hoy en día, con el talante de la nación. La suerte está echada sobre un mar de incertidumbres que sólo los priístas, con su experiencia probada, pueden inclinar hacia la renovación. Ojalá y aprendan de sus fallidos respaldos a quien los llevó, finalmente, al despeñadero, a pesar de sus variadas, como sobadas triquiñuelas.