LUNES Ť 28 Ť MAYO Ť 2001

Ť Hermann Bellinghausen

Mujer con abrigo

Irina nació en cuna regia, bajo una lápida de abolengo, o como se llame esa pátina familiar de orgullo social que suele remontarse un siglo atrás, o más. En rebeldía desde la secundaria contra el partronazgo del padre, el abuelo y la telaraña de intereses familiares, empezó a huir muy pronto, y eso la llevó a conocer el mundo. En la educación del burgués, aunque sea mujer, los viajes valen prestigio, así que no encontró demasiados obstáculos para emprenderlos.

En la casa no sabían que hacer con ella, no se llevaba con los hermanos ni las primas, ya no digamos con sus padres. Terca, 'contreras', la cabeza llena de ideas, yéndose a Europa les quitaba un problema de encima. Esa niña Irina daba de qué hablar hasta en la familia grande.

De entonces, ya corrió agua bajo los puentes. Y qué puentes: los que se desperezan sobre el Arno, el Rhin, el Tajo, el Hudson, el Támesis, el Sena. A sus ventitantos avanzados, confiesa que ha vivido. Van a ser doce años que de la casona de San Angel no recibe plata, regalos, recomendaciones, siquiera un desayuno; tampoco beneficio de las empresas de papá. A fuerza de alejamiento, una poca de terapia y un mucho de poner las pasiones y el estudio en otra parte, Irina abrió un camino y a él se dedica.

Atraviesa una etapa de no creer mucho en los hombres. Evita involucrarse en una relación, y más después del aborto. Ha estado muy a gusto saliendo con un casado. Bueno, es un lío, pero más para Vinicio que para ella. Él es el de los nervios, el de agáchate que ahí va mi cuñada, de llegar al cine con la película empezada y salirse en los créditos, de escoger las mesas del rincón en restoranes, cafés y bares. La lleva a ciertas reuniones, pequeñas, a una fiesta, ni loco, a menos que sea de conocidos de ella.

A Irina le gusta Vinicio, tímido, abusado y chistoso, le inspira ternura de la buena. Lo aconseja de cómo hacerle con los niños y alguna vez cometió la obcenidad de elegir, a petición de Vinicio, el regalo de cumpleaños de la esposa. Es lo que se dice una amante comprensiva. A Vinicio le facilita las cosas, claro, pero verla tan suelta e inaprehensible lo inquieta. Se de él dependiera, los uniría el juego tiránico del macho en cautiverio ( o marido en adulterio). Con cierta tristeza, Irina siempre ha sabido que no durarán. A este paso Vinicio acabará esquizofrénico, con úlcera, o simplemente cansado.

Y ahora, ella vuelve a dirigir la pasión en otras direcciones. Aunque él le lleva quince años, y la edad lo vuelve interesante, parece un niño buscando mamá, y eso puede ser lindo para una amante, pero cansa. La cita preferida de estos amantes es la de los jueves en una banca frente al lago menor. No todas las semanas, pero siempre jueves. A las cinco de la tarde, aunque llueva, se sientan a los arrumacos, suspiran exageradamente, platican, metiéndose mano mientras. Al fotógrafo, que tiene corazón de piedra, llega a darle pudor, de a tiro se siente un vulgar 'peeping Tom', y desvía la mirada, igual que los transeúntes y navegantes de esa hora, calmada por lo regular.

Si hay suerte, a Vinicio le alcanza el tiempo para correr al hotel y quizás pasar la noche juntos. ƑPodrían ir al departamento de Irina? Y ella, no. Eso la invadiría. En cierto modo acierta en su malicia doña mamá cuando la acusa, en ausencia las comidas del domingo, de pobre solterona. Entre las tías, de peor lengua, corre la versión de que esa niña se hizo lesbiana. Ganas no le faltan, aunque sea por darle en la cabeza a la parentela.

Irina y Vinicio componen una pareja muy plástica, retratan bien. Gestos intensos, elocuentes. Ella acostumbra un excelente vestuario, y tiene un cuerpo de esos que lo que se ponga le va. En otra vida, hubieran formado la pareja ideal. Vinicio lamenta, dice, haberla conocido después de casarse, pero a Irina le parece bien así. No existe el 'hubiera', dice. Para cuando Vinicio se estaba casando, Irina, chamaquita, llegaba a Roma por primera vez. En aquel entonces no le hubiera interesado Vinicio, ni nadie. En aquel entonces, además, Vinicio sólo tenía ojos para su actual esposa., y qué bueno. Así son estas cosas.

La tarde, inevitable, encuentra una Irina decidida a terminar la historia. Hacen sol y frío. El fotógrafo la ve llegar envuelta en un abrigo azul oscuro y una bufanda roja roja que le favorece enormidades. Se pone alerta, cambia el rollo, este jueves hay cita. Pasa el tiempo. Irina lee el periódico, escribe en un cuaderno, fuma, platica con el billetero, mira disimuladamente el reloj. El fotógrafo toma un prometeder encuadre de Irina soltándose el pelo, que sin la liga estalla como una ensortijada flor luminosa.

Vinicio aparece, demorado y un poco pálido, paranoico, cariñoso. Irina acopia valor, lo calma, le acomoda el copete unas veinte veces, le besa los ojos. Y bruscamente suelta el ya no más, te quiero mucho pero me voy de viaje, no, no me prometas, te conviene un receso. ƑUn qué? Si, dedícate a tus hijos, conoce gente, ya no te escondas como conmigo.

Saque de onda. Vinicio se abisma., lloriquea. Niño. Se aproxima a la orilla. Ella, desde la banca, lo observa, quisiera acompañar sus lágrimas, pero no le salen. Él amaga con tirarse al lago. Ella repite su nombre dulcemente. El semblante descompuesto, él oscila. Ella camina, se para detrás, le toma los hombros y lo engulle en su abrigo, lo abraza.

Él, fuera de sí, jala la bufanda roja con todo e Irina y se arroja. Los dos caen al agua, y tras el chasquido, la gente mira. Irina y Vinicio se jalonean, abofetean, besan, llorfan y ríen mientras nadan, torpemente, hasta la orilla. El abrigo le pesa horrores a Irina, le cuesta salir del agua, hecha una sopa. Chorreando, abrazados, se alejan juntos, fuera de este mundo. Tendrán una última noche. Se desean con melancolía, y los nervios de la primera vez. Entonces temían lo que pudiera suceder. Ahora saben, qué caso tiene el miedo. Saben que se pierden. Tanto Leonard Cohen como José Alfredo Jiménez y Billie Holiday tienen canciones para días como éste.