lunes Ť 28 Ť mayo Ť 2001

Armando Labra M.

Priísmo foxista, cumbre borrascosa

En la célebre obra de Voltaire, Cándido El Optimista, el tuerto profesor Panglós se dedica a justificar los aconteceres más adversos ("...de los males individuales se compone el bien general, de suerte que cuanto más males particulares, mejor está el todo") sirviendo de consejero del personaje principal. No por ello la realidad dejaba de ser como era y Cándido, al seguir los consejos de Panglós, pagó caro su ingenuidad.

Es natural que todo gobierno que comienza, sobre todo en México y más aún ahora, busque ser optimista, anime a sus Panglós y sus Cándidos estén contentos. Otra cosa es mentir u ocultar, y peor cuando se hace con conocimiento de causa, pero ésa será otra historia.

Todo gobierno que comienza recorre su curva de aprendizaje. Hace seis años se dudaba si el gobierno zedillista duraría dos años, toda vez que había sido constituido para una época que se pronosticaba tranquila y que encaró de pronto una situación de crisis para la cual ciertamente no estaba preparado, ni el presidente ni su gabinete, y se notaba.

Sin embargo, a diferencia del actual, el naciente gobierno zedillista hace seis años si bien transitaba pesadamente por su propia curva de aprendizaje, no había despertado esperanza alguna entre la población y muy pronto quedó claro que el "bienestar para tu familia" era sólo frase de campaña y nadie se sintió sorprendido por ello.

La gran diferencia hoy es que las expectativas que ofreció el candidato Fox como bandera de cambio despertaron esperanzas que ahora se convierten en exigencias que, de seguir inatendidas se convertirán en reclamo, luego en denuesto y en votos adversos. No es una historia nueva.

Tampoco es novedad que la estricta medida en que los presidentes de México se han encumbrado, merced al mito, la propaganda, la ingenuidad o la megalomanía, como seres providenciales o populares, el desplome desde la cima, mientras más alta, resulta más dramático. Salinas ilustra, con Santa Anna, este síndrome. Presumir ahora de una grande popularidad, equivale a escalar hacia una cumbre cada vez más elevada pero borrascosa. Y riesgosa.

Desde tal perspectiva, nada nuevo de fondo en efecto se aprecia en el ya no tan flamante quehacer político en Los Pinos. Lo que antes se criticó como populismo y acciones improvisadas, ahora persiste, pero en muchos casos a niveles que no se hubiera atrevido el priísta más osado. No digamos los dislates verbales de algunos secretarios.

Lo que percibimos ahora desde Los Pinos es un estilo de gobierno priísta-primitivo, exacerbado, sin el PRI ni sus virtudes y defectos como partido gobernante. Y para todo propósito, también sin el PAN, ni sus virtudes y defectos como partido opositor, pero tampoco como partido en el poder.

Lo notorio, que no por ello ejemplar, de nuestra actual circunstancia, es que flotan en el ambiente político un gobierno desligado esencialmente de su partido, carente de propuestas de cambio real y cómo realizarlo, pero asimismo secuestrado por la imediatez de las inercias y los intereses tradicionales, no sólo los más pedestres, sino llevados al extremo como consecuencia de la falta de oficio político.

El priísmo foxista es, por tanto, el rasgo más distintivo --y quizás involuntario-- del "cambio", resultado pragmático de la mezcla de sorpresa, ignorancia y urgencia, así como de natural novatez de un gobierno encabezado por un presidente popular ocupado en no dejar de serlo, que se entorna de un equipo inexperto y desde luego, no tan taquillero.

Como sea, el tema presidencial es ahora en verdad cada vez menos relevante y sus rasgos, sea por desgaste, incoherencia, liviandad, dejan de ser guía de acción y referencia política seria, importante. Son otros los centros de decisión y, por ello, es ahora el tiempo de la sociedad y de nuestra aptitud de organizarnos y asumir que la vida política y el rumbo de la nación ya no dependen de individuos, sea cual fuere la altura de su cumbre. Dependen de nosotros, de todos. Ť

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