Eduardo Galeano
El electricista
Andaba en bicicleta, con la escalera al hombro, por los caminos de la pampa infinita. Bautista Riolfo era electricista y también todero, arreglador de todo, motores y relojes, molinos, radios, escopetas, lo que fuera: según se decía, la joroba que tenía en la espalda le había salido de tanto agacharse hurgando máquinas y maquinitas.
René Favaloro, el único médico de la comarca, también era todero. Con los pocos instrumentos que tenía y los remedios que encontraba, oficiaba de cirujano, partero, psiquiatra o especialista en lo que se necesitara componer.
Con la ayuda de todos los vecinos, cercanos y distantes, René pudo fundar una clínica comunitaria. Y con la ayuda de Bautista, pudo instalar el primer equipo de rayos X que hubo en toda la región.
Junto con esa máquina de radiografías, René compró también, en Bahía Blanca, una máquina de música: un tocadiscos holandés, a pagar en cómodas cuotas cuandopuedarias. En aquellas soledades de la pampa, habitadas por el viento y el polvo y muy poquita gente, la música era una compañera imprescindible.
Pero el tocadiscos tenía sus mañas, y en un par de meses se negó a seguir funcionando. Y ahí vino Bautista, en su bicicleta. Sentado en el suelo, se rascó la barba, investigó, soldó unos cablecitos, ajustó tornillos y arandelas:
-A ver ahora -dijo.
Para probar el aparato, René eligió un disco, la Novena de Beethoven, y colocó la púa en su movimiento preferido.
Y se desató la música. La poderosa música invadió la casa y se echó a volar por la ventana abierta, hacia la noche, hacia el desierto; y siguió viva en el aire después de que el disco dejó de girar.
Cuando el silencio volvió, René comentó algo, o algo preguntó, pero Bautista no contestó nada.
Bautista tenía la cara escondida entre las manos. Y un largo rato pasó, hasta que por fin levantó la cara mojada. Y entonces aquel electricista consiguió decir:
-Perdone, don René. Pero yo no sabía que esa... esa electricidad existía en el mundo.