sabado Ť 26 Ť mayo Ť 2001

Luis González Souza

ƑCongreso Ciudadano o (des)gobierno extranjero?

Esta semana tuvimos el honor de participar en dos actos de gran relieve en dos hermosas ciudades de nuestro país: en San Luis Potosí, al conmemorarse la despedida (sólo) terrenal de ese símbolo de la lucha cívica, que fue (es) don Salvador Nava Martínez; y en Culiacán, al efectuarse la merecida entrega del doctorado honoris causa, por la Universidad Autónoma de Sinaloa, a don Samuel Ruiz, el Tatic y sujeto clave en la reivindicación de los derechos indígenas.

En ambas ciudades las inquietudes más generalizadas que nos tocó escuchar tienen que ver con el Congreso Ciudadano fundado el pasado 16 de mayo, de lo cual dieron cuenta algunos medios y sobre el cual escribimos la última ocasión.

Aunque siempre constructivas, esas inquietudes alcanzan a veces el tono de la angustia: Ƒqué hay que hacer para ingresar al Congreso Ciudadano?, Ƒqué fuerza tendrán sus resoluciones? Y, sobre todo, Ƒpara qué otro congreso si ya tenemos uno, el Congreso de la Unión?

Obviamente, nuestras respuestas no lograron rebasar el escalón de los deseos y la intuición. Pero prometimos ensayar una nueva reflexión, aunque otra vez a título estrictamente personal, puesto que la última palabra siempre será la de los congresistas ciudadanos mismos. Donde no hay dudas es en que la maduración democrática de nuestro país exige la autonomía, ya no sólo de los pueblos indios (ley Cocopa), sino de todos los sectores de la sociedad y en todos los rincones del país. Autonomía que, como lo establece el artículo 39 de la Constitución -si aún no ha sido derogado por otra más de las recomendaciones del Banco Mundial-, comienza en la capacidad para darnos nuestras propias leyes, instituciones y formas de gobierno.

Ciertamente ya tenemos un Congreso federal y 31 congresos estatales, pero la mayor parte de sus integrantes todavía no aprenden su tarea más elemental: escuchar y obedecer a la sociedad que los eligió. La gota que derramó el vaso fue la burla que están haciendo del mandato de paz, de la ley Cocopa, de la caravana zapatista y, en suma, de incontables esfuerzos para evitar otra guerra civil en México. De ahí la necesidad de un congreso directamente ciudadano, en el que la sociedad se represente a sí misma y supere los pantanos de la politiquería, las simulaciones y las prepotencias. Por eso, o para ello, el Congreso Ciudadano tendrá que ser, antes que nada, un ejemplo y una escuela de ética política, bajo los cánones de la nueva cultura democrática que tanta falta sigue haciendo a nuestro país.

Y vaya que el tiempo apremia. Semana a semana, la problemática de la transición se complica más y más. Sólo en una semana, la pasada, acabó de esclarecerse la dependencia ya suicida del "nuevo" gobierno de Fox hacia un Banco Mundial que lo mismo dicta "recomendaciones" para vender Pemex y la CFE, que para acabar con aguinaldos, prestaciones y demás derechos de los trabajadores mexicanos. Y todavía se nos dice que así México se convertirá en un "tigre asiático".

Suponiendo que nuestro vestido taiwanés o coreano fuese algo a celebrar, lo cierto es que, de no reaccionar pronto, apenas seremos un "gatito americano". Sobran las varitas mágicas ya a la vista: Plan Puebla-Panamá, esquirolaje teleciano contra alternativas latinoamericanistas al ALCA, renovada servidumbre (extradiciones por delante) ante los dictados de EU en la lucha contra el narcotráfico y la migración (ellos ponen la migra y nosotros los muertos, junto a una retórica cada vez más indignante).

Hasta hace poco la discusión giraba en torno a los destinos de la transición: ƑMontebello, o el Sumidero? Ahora es en torno al sujeto de la transición: Ƒtodavía hay país a transitar? ƑSerá otro "tigre asiático" o un lindo "gatito americano"? ƑQuién la hará de Tom. y quién de Jerry?

Sobra materia de trabajo, pues, para un Congreso Ciudadano. Y eso que no hemos mencionado el "reformón" fiscal ya anunciado ni los "reformones" por venir en educación, salud, cultura... y lo que al Banco Mundial, o a algún pariente cercano, se les siga ocurriendo.

El Congreso Ciudadano carecerá de todo, menos lo principal en el mundo de nuestros días: la fuerza moral. Creo, por último, que no habrá trámites de membresía ni burocratismos de ninguna especie. Fuerza moral y autonomía son sus divisas. Ojalá pronto, en cada estado y municipio del país, los hombres y mujeres más limpios y prestigiados formen sus propios congresos ciudadanos. En el México de hoy, nadie sino la propia sociedad podría ponerle un alto al desastroso (des)gobierno extranjero que ya palpamos. Nadie, sino ella, hará efectiva la ley Cocopa.