VIERNES Ť 25 Ť MAYO Ť 2001

Ť Espero que sean benévolos con él, fue la petición del charro de Huentitán

Vicente Fernández encargó su potrillo mayor al público del Acapulco Fest

Ť Ofreció un maratónico recital de 33 canciones ante un repleto Salón Teotihuacán

Ť Al final de su actuación expresó sentidas palabras que dejaron ver su posible retiro

JUAN JOSE OLIVARES ENVIADO

"Y las bendiciones son para mi hijo. Espero que sean benévolos con él", dijo Vicente Fernández al hacer oficial el apadrinamiento de su potrillo mayor, Vicente Fernández hijo --quien espera ''dar un 200 por ciento para no ser mediocre"-- dentro de un maratónico recital (33 canciones), el más completo-macizo ofrendado en el repleto salón Teotihuacán, sede principal del internacional Acapulco Fest 2001. "Escogí que fuera aquí, como cuando les presenté (hace unos ayeres) al menor de mis potrillos".

Vicente, vestido con esos lindos trajes charros y pistola oro de medio metro, la volvió a hacer. Como siempre. Y aprovechó la oportunidad para "encargar" con su público a su hijo, quien interpretó seis canciones, una de éstas con el padre, afectivo protector que antes de salir al entablado pidió té con limón para su retoño ("pa'que se le quite el miedo al méndigo") y a quien propinó un beso en la boca de amor paterno, de cobijo. Vicentito le dedica su primera canción a su papi, después lo abraza y se funden. Otro beso. Vicente hijo canta Déjenme llorar (como llora un niño), pero la sombra de Vicente Fernández es inmensa. El intento se hizo.

Chente, retador y gran divo

chentehijoLuego arrancó el hijo de Huentitán --quien en breves palabras luego del show, dijo que viajará a Estados Unidos para promover y arreglar la salida de su nuevo material aproximadamente dentro de unas tres semanas-- con canciones como De un rancho a otro, Bohemia de amor, La que se fue, piezas de compositores como Martín Urieta, Chucho Nila, Benito de Jesús, Federico Méndez, Indalecio Ramírez, y por supuesto José Alfredo Jiménez.

Vicente es un retador y gran divo. Sí, y lo demuestra cada vez que se para en el escenario. Es querido: bastaba una sonrisa, un gesto, una gesticulación o una demanda para excitar a los más de cinco mil. Y dice: "Me pregunto de dónde saco tanta energía". La gente se para. El les pide con humildad que se sienten. "En cada ocasión es como mi primera vez. Y ahora pa'que no me callen: Mujeres divinas", con dedicatoria a la mayoría femenina presente.

Lástima que seas ajena y Volver, volver, porque "en Acapulco sigo siendo El rey". Se pasea de un lado para otro. Levita en el escenario, cuyas luces se apagaban al paso de una auténtica luminaria. La gente se levanta de sus asientos, y los provoca: "ésta es la última'' y los sigue toreando. Y da la primicia de una canción de su nuevo material, una pieza de Manuel Eduardo Toscano. "La compañía nos tiene prohibido cantar las canciones antes de que salga el disco, pero la compañía se puede...'' y sí que las puede.

Se escuchan Ella, Ya me voy como siempre, El jazmín y la rosa, Nuestro juramento y la algarabía circunda todo el Centro de Convenciones y hasta en la parte de afuera, donde se colocó una pantalla gigante para expandir la alegría vernácula en la costa.

''Yo no me quiero ir''

Me voy a quitar de en medio, Las llaves de mi alma y los efímeros despidos. No lo dejan irse. "Yo no me quiero ir", con su voz, la cual luce colocándose el micrófono en la cadera, que erótica también mueve.

Y no para y exalta a la audiencia. Parece que no se cansa, como si el tiempo no hubiera pasado desde los ayeres en que se ganaba la vida en las plazas públicas ("es que es uno de los vicios que pido me perdonen mis hijos, el trabajar mucho"). Que sepan todos, Aunque me duela el alma, Aprendiste a volar, y su ronco pecho expulsor sonoro de mexicaneidad pulsa, como su lengua, como se pudo apreciar en las dos pantallas dentro del inmueble.

Canción tras canción y la ovación "para mi mariachi: esas gentes que están siempre atrás de uno y que poco se menciona".

Humildad, ese es un don del gran Chente Fernández. El final y los presentadores Héctor Suárez y Mónica Noguera confirman la pleitesía que se le debe dar a la máxima figura del canto ranchero. Se despidió con dos canciones, una de José Alfredo que refrenda el amor por una rola y no por el cantante. Posterior, el éxtasis con un discurso triste de despedida que inundó los ojos del de Huentitán. Eco de unas Golondrinas y un presagio que la gente espera nunca llegue.