VIERNES Ť 25 Ť MAYO Ť 2001

Ť José Cueli

La piel del cielo

Lorenzo de Tena, personaje central de La piel del cielo -novela de Elena Poniatowska con la que ganó un muy justificado Premio Internacional Alfaguara de Novela- nace en el barrio de Coyoacán, quizá el lugar más típico y sugerente de la ciudad de México. Flotan en su atmósfera leyendas sin fin, dándole su enigmático prestigio. Es en este casi mágico entorno donde Lorenzo soñó con trascender el tiempo y el espacio entretanto surgía la inevitable inquietud que nos acecha a los humanos, la pregunta sobre el origen, nuestro propio origen. Así, el personaje se pregunta, Ƒde dónde vengo?

Tempranamente en su niñez queda huérfano de madre y este doloroso suceso es la línea que traza, como la melodía de una sinfonía huidiza e inasible, la trama de la novela. La pérdida de Lorenzo acontece en esa edad cuando la falta de conciencia todavía no alcanza para comprender lo que se pierde.

La búsqueda inconsciente de la madre perdida conduce a Lorenzo a una pasión por el espacio y las estrellas, ama el cielo acariciando el peligro de la soñada aventura, prendado de un afán de conocimiento de otros mundos.

Su vida, entregada a la madre Astronomía y su fama por trabajos de excelencia, se encuentran comprometidos por las grillas universitarias y burocráticas que no hacen más que encubrir el dolor infantil nunca superado. La vida juega con Lorenzo cuya existencia está marcada por las pérdidas. Inevitablemente ve cambiar el rumbo de su porvenir. Adiós a la casa paterna, al barrio, a la madre, a los hermanos y hermana, a sus amantes (Lucía mucho mayor que él) quien termina suicidándose y con ello repitiéndole la historia. Se esfuman también la carrera de abogado al irse a Harvard, la ciudad y su última amante, Fausta, desaparece y le regresa a su Coyoacán cargado de nostálgicas leyendas, lugar donde él había vivido la parte más feliz de su vida.

Elena Poniatowska nos narra espléndidamente la dura, cruel y desesperada lucha de Lorenzo el científico que sufre resignadamente buscando en las estrellas lo perdido, viviendo atormentado, acariciando invenciones y proyectos que le ayudaran a elaborar la muerte de la madre en su niñez temprana; trazando sus pasos en los senderos de lo inelaborable, tan solo mecánica repetición incontrolable como resultado de una situación traumática.

De una pérdida temprana del primer objeto amado, un vivir depresivo, una búsqueda incesante, y un dejar al alma subir a las estrellas, de un no querer discernir la verdad de lo soñado, nace una brillante carrera, matizada por el dolor que tan magistralmente escribe Elena.

Dolor que ahonda la incompletud y el desamparo originario descritos por Freud. Soñar, aun sabiendo que estamos soñando, como diría Nietszche. Búsqueda de lo perdido aun por los más insospechados caminos. Herida constitutiva que nos marca de manera indeleble y que en Lorenzo es más honda aún por la pérdida real de la madre. Ternura peregrina que nos envuelve al acompañar a Lorenzo traspasado por un dolor silencioso, en su amorosa búsqueda de la madre amada entre las estrellas.

Eterno retorno de lo perdido, que justamente en su ausencia se torna presencia, incesante búsqueda de esa primera huella que nunca se encuentra, deseo que nunca se satisface porque es deseo del otro. Intento permanente de recrear el paraíso perdido y retornar a la fantasía narcisista de completud, a la ilusión de unicidad con la madre.

Lorenzo, que en su quehacer científico lo que en realidad busca una y otra vez en ''la piel del cielo" es su propia piel, en un intento por recrear quizá esas primeras caricias maternas capaces de marcas el destino del ser humano, se nos convierte, en la narración de Elena, en un personaje entrañable que termina por tocar nuestras fibras más íntimas. La búsqueda de Lorenzo se convierte asimismo en nuestra propia búsqueda de la piel del cielo, la piel del amor.