VIERNES Ť 25 Ť MAYO Ť 2001
Luis Angeles
Críticas a la democracia
No es de buen gusto criticar la democracia en estos tiempos, ni se tiene hoy en día mejor opción que la de ser un demócrata reconocido, si quiere uno mantenerse en el rango de lo "políticamente correcto".
Por otra parte, es deber de todo ciudadano ejemplar proteger la democracia porque está siempre amenazada. Más allá del autoritarismo y de la anarquía, que son sus enemigos naturales, están los actores sociales que la construyeron, impacientes por obtener buenos resultados de los gobiernos democráticos, y están también esos casi siempre volátiles electores que apostaron todo y ahora reclaman certidumbre, cuando la democracia es precisamente el reino de lo imprevisible.
Desde hace algunos lustros hemos visto que la certeza con que opera un político tecnócrata no es la de un político demócrata. El primero quiere comerse el mundo a puños, es adicto a las grandes decisiones, definitivas, trascendentes e irreversibles; el segundo es propenso a las soluciones parciales, moderadas y temporales. Es el político comprometido con la democracia el que pasa su tiempo en la negociación, casi siempre en el poder Legislativo, sin que al cabo pueda adjudicársele un triunfo contundente en su haber.
La democracia es el reino de la complejidad y del riesgo, porque sus contrapesos se resisten mutuamente, paralizándolo todo; el autoritarismo es el reino de la simplicidad porque los contrapesos no existen y los políticos son más eficientes.
Por si fuera poco, en este mundo de ingratitudes e incomprensiones nunca faltan los críticos liberales de la democracia que tienen que recordarnos que Hitler y Mussolini accedieron al poder a través de métodos democráticos.
Otros más nos recuerdan que la democracia no siempre es el resultado de la propia evolución histórica de un país, de la "excrecencia orgánica del desarrollo", como decía Tocqueville, sino un fenómeno estimulado desde fuera, como un decreto moral que termina por imponerse como valor supremo, convirtiéndose en una expresión de lo que niega: el autoritarismo, en un intento colonialista en plena etapa de la posguerra fría.
Países de Europa del este, como Polonia o la República Checa, poseían antes de 1989 una historia industrial avanzada y socialmente democrática; habían sido sociedades expuestas a la ilustración occidental; habían experimentado cierta tradición burguesa; habían alcanzado altas tasas de alfabetización y bajas tasas de natalidad. Reconstruir ahí la democracia era un esfuerzo plausible, pero imponerla en sociedades ayunas de esta cultura equivale a un intento colonialista de importar un idioma o una religión para establecerla por cualquier método.
Las críticas a la democracia llegan a decir que no es tan democrática, porque requiere ciertamente de una masa silenciosa, de que algunos no sean precisamente demócratas militantes y de que la indiferencia de muchos termine por favorecer el clima político de tranquilidad que requiere. Decía James Madison que "si cada ciudadano ateniense hubiera sido un Sócrates, cada asamblea ateniense habría sido una turba".
En la democracia, como en toda la política, lo que importa son los resultados. El fin de la guerra fría cambió la actitud de las naciones más desarrolladas hacia la democracia en regiones como las nuestras; pero en países con alianzas estratégicas como Arabia Saudita o Egipto ningún país industrializado de occidente quiere pensar en llevar elecciones libres. Tal vez por ello la política y la ética tengan tan poco en común; tal vez por ello también a la ética se le circunscriba al reino de las intenciones y a la política al reino de los hechos.
En fin, los reclamos históricos a la democracia son abrumadores. Nunca -se dice- la democracia ha formado los Estados, y con frecuencia ni siquiera los fortalece, porque los obliga a asumir coaliciones frágiles. Las clases medias, que son su pilar fundamental, paradójicamente se originan casi siempre en regímenes autoritarios, pero sobre todo, que ese nivel de desarrollo social requerido por la democracia sólo ha existido en una minoría de lugares y en determinados periodos.
El señorío de la democracia en la posguerra fría es un triunfo de la filosofía liberal, pero en el futuro no habrá más democracias radicales que las de nuevo cuño; el péndulo se detendrá en el centro: si el sistema se inclina demasiado a un extremo deberá corregirse para no caer en el desastre. Finalmente, tanto las democracias tambaleantes como los regímenes despóticos espantan a los inversionistas. Seguramente por ello se recomiendan sistemas mixtos como la forma más estable de gobierno.
La democracia tiene muchos enemigos porque criticarla no es un arte difícil y sí constituye -como es el caso- un acto democrático.