viernes Ť 25 Ť mayo Ť 2001
Jorge Camil
Información privilegiada
Hace muchos años, un prominente abogado mexicano me dijo con profunda seriedad y sin ambages: "si México aplicase una vigésima parte de las reglas de la bolsa de Nueva York sobre información privilegiada, el cien por ciento de los jugadores de la bolsa mexicana estaría en la cárcel". Por el contexto de la plática me resultó obvio que el concepto "jugadores" echaba en un mismo saco a emisores, casas de bolsa, autoridades y asesores financieros involucrados en la naciente industria de las colocaciones públicas. Al sacar un porcentaje minoritario de acciones a bolsa los empresarios descubrieron un negocio redondo: obtenían liquidez, conseguían del "gran público inversionista" financiamiento mucho más barato que el crédito bancario, conservaban el control mayoritario del negocio y elevaban considerablemente (aunque fuese en forma artificial) el valor de sus propias acciones. Las casas de bolsa y los asesores financieros envolvían en papel celofán la atractiva idea de la "salida a bolsa" y obtenían de los emisores comisiones millonarias basadas en el monto de la colocación. Era como el juego de la perinola: štodos toman! Bueno, todos menos los inversionistas. Por esos años Gordon Gekko, el legendario financiero en la película Wall Street, de Michael Douglas, se convirtió en el personaje favorito de decenas de jóvenes "promotores" y "bolseros" mexicanos que arruinaron a miles de incautos inversionistas al final de los ochenta y que, sin haber "salido del cascarón", se exhibían con lujo de protagonismo en los principales restaurantes de la ciudad de México, pelo engominado (a la Gekko), traje azul marino con raya de gis, corbata amarilla (la proverbial power tie) y tirantes de colores sicodélicos que vociferaban su desprecio por todos aquellos comensales incapaces de ganar millones de dólares en una mañana de llamadas telefónicas. (Los imberbes promotores desconocían, por razones de edad, que esas ganancias espectaculares jamás nos fueron ajenas, había políticos que las obtenían sin mover un dedo y por el solo hecho de su nombramiento.)
La historia de Gordon Gekko no tuvo un final feliz (ni en la realidad ni en la ficción cinematográfica). El deshonesto magnate hollywoodense cayó finalmente en las garras del FBI, y en la vida real los prototipos, Michael Millken e Ivan Boesky en Estados Unidos, y Mario Conde en España, fueron sentenciados a penas carcelarias por abuso de información privilegiada y obligados a regresar cientos de millones de dólares en multas y daños pecuniarios. Pero en México, país de las maravillas, jamás pasó nada. Aquí muchas de las supuestas "emisiones públicas" eran realmente operaciones privadas; ejemplos de libro de texto de lo que en Estados Unidos se conoce como insider trading: operaciones bursátiles realizadas por quienes tienen acceso a información privilegiada. La lista de posibles involucrados en esa práctica ilegal es interminable: funcionarios de empresas emisoras, consejeros, asesores, abogados, o simplemente amigos y familiares. Pero los Gordon Gekko mexicanos parecen haber cruzado la frontera. El Wall Street Journal reveló la semana pasada que un tribunal federal de Nueva York congeló 6 millones de dólares de ocho ciudadanos mexicanos acusados de abuso de información privilegiada. Los implicados, sancionados con una multa por 16 millones de dólares, son familiares de un socio del despacho mexicano de abogados que asistió a Grupo Sanborns en la adquisición de CompUSA, el minorista de computadoras. Según el diario mencionado, un consejero de Sanborns habría adquirido también un importante paquete accionario antes de la oferta pública. Pero el escándalo de CompUSA no es un incidente aislado. Una semana antes, algunos accionistas fundadores de Grupo Mexicano de Desarrollo habían sido acusados de utilizar información privilegiada para comprar acciones de Nalco Chemical Co.
El abuso de información privilegiada es un delito severamente castigado en los países donde existe un verdadero estado de derecho, porque destruye la confianza en los mercados bursátiles. En el caso de CompUSA, por ejemplo, los implicados, merced a la información privilegiada, adquirieron acciones a 5 dólares por título, mientras que Sanborns, el inversionista institucional que jugó con las reglas del mercado y adquirió el control para operar la empresa, no para especular, fue obligado a pagar 10 dólares por acción. La nota del Wall Street Journal cierra con un comentario irónico: desde 1996, cuando México decidió penalizar el abuso de información privilegiada, sólo 16 individuos han sido multados con la ridícula suma total de 2 millones de dólares. Parafraseando al ex secretario de Estado, Horacio Flores de la Peña, reconocemos que "en México la corrupción se inicia con frecuencia en el sector privado".