viernes Ť 25 Ť mayo Ť 2001

Horacio Labastida

Lázaro Cárdenas vive

El pasado lunes 21, en el Monumento de la Revolución se recordó el 106 aniversario del natalicio del único gran presidente de la República en la historia moderna del país. La guardia de honor fue solemne, respetuosa y llena de la emoción de conmemorar la figura del mandatario que manejó el poder del Estado en función de las demandas del pueblo y los intereses de la nación. Con mucha razón Melchor Ocampo escribió desde Veracruz a un amigo michoacano, en medio del debate sobre las Leyes de Reforma (1859) no bien aceptadas por otros colaboradores de Benito Juárez, escribió a un amigo, decíamos, que la eminencia del hombre en la vida social y política se configura en el momento en que sus ideas y actos reflejan las ideas y los actos deseados por la mayoría de la población. Y no hay duda de que ésta es la excelencia que día a día acompañó a Cárdenas al adoptar las decisiones públicas que encauzaron la marcha de la administración.

Cabe entonces hacer una pregunta que cala en el fondo de los acontecimientos registrados en los años 30 del siglo pasado: Ƒcuáles fueron las fuentes de la ideología predominante en la conciencia del presidente Cárdenas? El mismo lo dice en algunas partes de sus Apuntes, editados por la UNAM entre 1972 y 1974; en estos textos el general michoacano asegura que antes de tomar una determinación gubernamental reflexionó siempre profundamente en las grandes lecciones de la Revolución, o sea en los principios que apuntalan las normas centrales sancionadas por el Constituyente de 1917.

Como la reforma agraria estaba prácticamente suspendida, Cárdenas la reactivó hasta el grado de fundar los ejidos colectivos de Yucatán, La Laguna y Nueva Galicia, con indudable éxito en sus fases preliminares, a pesar del sabotaje que los encomenderos de entonces desataron contra las cooperativas. Para el gobierno cardenista el artículo 27 constitucional no reduce el problema del campo a un reparto físico de tierras; por el contrario, la prosperidad de la sociedad rural exige, al lado de los predios, la aplicación de tecnologías productivas, de comercialización y créditos suficientes y oportunos, elementos estos descuidados y casi anulados por los gobiernos posteriores con el resultado de un ostentoso fracaso en la economía campesina. No dejó Cárdenas de estimular el desarrollo industrial, y la mejor prueba de esta estrategia fue la fundación de Nacional Financiera, destinada a fomentar una capitalización propia que impidiera la caída de nuestros mejores recursos en manos de las subsidiarias extranjeras. Resultó natural que el aliento industrialista y agrario se viera correspondido con una elevación en la vida de los obreros citadinos y no citadinos, propiciando su organización sindical y las ligas agrarias que pronto, unas y otras, hallaron en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), sustituto del callista PNR, el instrumento de lucha política y social.

Por otro lado, es obvio que Cárdenas comprendió en profundidad que el Constituyente, en su citado artículo 27, acató y declaró la voluntad general de desechar y frenar el dominio de las grandes empresas trasnacionales y sus infiltraciones destructivas de la soberanía nacional por acuerdos de autoridades sometidas, opuestos al interés común y acaudaladores de los monopolios metropolitanos. En este marco se acordó la expropiación de las compañías petroleras hacia 1938, regresando al país el tesoro de los hidrocarburos para su directo beneficio, programa ciertamente traicionado en los últimos sexenios gubernamentales. Cárdenas nunca ocultó que con estas providencias intentaba consolidar el nacionalismo cultural y económico frente al extranjero.

Un orgullo íntimo se extendió entre los asistentes a la solemnidad rendida ante la tumba de Lázaro Cárdenas, el lunes pasado, al hacerse presente la identidad de las aspiraciones del pueblo con el gobierno que presidió el distinguido hijo de Jiquilpan. Ni Obregón y Calles en los tiempos anteriores ni Miguel Alemán y los sucesores comprendieron ni procuraron cumplir con el mensaje redentor de la patria que se cobija en la Constitución queretana.

La Revolución y el cardenismo nunca se plantearon el crecimiento y el desarrollo como una tarea en sí y para sí. Claro que es esencial aumentar la riqueza e inducir cambios materiales, pero no al margen de la ética connotada por la justicia social. Esto fue lo que diputados constituyentes como Francisco J. Mújica, Pastor Rouaix, Antonio Ancona Albertos, Jesús Romero Flores hicieron sentir al país en los debates del hoy Teatro de la República, recogiendo de un modo u otros los ideales de Emiliano Zapata y quienes con el jefe sureño suscribieron el Plan de Ayala (1911).

Esa es la corona patriótica que acompaña en la historia a Lázaro Cárdenas. Su demanda de instalar en México una civilización justa es hasta hoy la misma demanda que el pueblo ha venido planteando desde 1813, al iniciarse el congreso insurgente de Chilpancingo.