MIERCOLES Ť 23 Ť MAYO Ť 2001
Pedro Alvarez Icaza
Inconsciencia, a la basura
No hace mucho tiempo, quizá unos seis u ocho años, cuando a bordo de un vehículo uno llegaba a una esquina con un semáforo con la luz en rojo, la mayoría de los tripulantes y acompañantes de los autos que compartían con nosotros la impaciente espera no tenían puesto el cinturón de seguridad. Sin temor a equivocarme, de cada diez, seguramente ocho o nueve no lo tenían colocado. Hoy, después de leer este artículo, estimado lector, haga la prueba y le aseguro que la mayoría de los automovilistas lo usa, probablemente en relación inversamente proporcional al caso señalado arriba.
ƑQué provocó este cambio de conciencia ciudadana?, Ƒla legislación vigente?, no es probable, porque desde hace años es obligatorio el cinturón de seguridad; entonces se puede deber a otros factores. ƑTecnologías más amigables y cómodas con los usuarios? Tampoco es sólida esta respuesta, porque muchos coches en la actualidad, sobre todo los más económicos (por decir los menos caros), tienen sistemas sencillos de colocación del cinturón y sus usuarios lo usan. Mi argumentación tiene dos razones sencillas: la primera tiene que ver con la persuasión colectiva: si la mayoría lo usa el que no lo hace es socialmente señalado como un ciudadano irresponsable. La segunda tiene que ver con la sanción de los agentes de tránsito; yo mismo, como muchos ciudadanos, he sido invitado a ponérmelo cuando por "distracción" lo olvido.
ƑPor qué sacar a colación el tema? Porque me parece muy ilustrativo sobre la falta de conciencia ciudadana individual y colectiva en torno al tema de la basura y porque, al igual que en el de los cinturones de seguridad, el asunto tiene remedio si partimos de una toma de conciencia, primero personal para luego hacerla extensiva; sólo así podremos encontrar soluciones accesibles de carácter público que multipliquen los efectos favorables y minimicen los costos del remedio en un tema tan complejo como la generación y almacenaje de basura.
Volvamos al mismo semáforo en rojo. Más de una vez hemos visto a un ciudadano tirando desde su auto, discretamente (cada vez más discretamente), un papel en la calle (cajetilla de cigarros, propaganda recibida en el semáforo de la calle anterior), y Ƒqué hacemos? Las más atrevidas, casi siempre mujeres, reclaman airadamente; le siguen los niños, que desde la ventana gritan: "šcochino!"; continúa el grupo que con más discreción, y no en todas las ocasiones, se baja del vehículo para decir al ciudadano irresponsable: "se le cayó esto", aunque todos sabemos que en realidad lo tiró, pero es una manera sutil para no avergonzarlo. Pero la inmensa mayoría, aunque reprobamos el hecho y nos parece que nuestra calle, nuestra colonia, nuestra ciudad, nuestras carreteras y, en fin, nuestro país está sucio, realmente sucio, no hacemos nada.
Estos vicios privados se convierten en tragedias públicas no sólo por lo que significa recolectar en el país más de 80 mil toneladas de basura diariamente (La Jornada, 14/04/01), sino porque el esfuerzo de recolectarla es mucho mayor al encontrarse dispersa en calles, camellones, jardines, etcétera, y no en sitios predeterminados.
En efecto, el costo de recolectar basura tirada y dispersa es mucho mayor que cuando está confinada en el coche, la casa, el camión de basura o en el relleno sanitario. Se requiere de un ejército de barrenderos que debe recoger varias veces al día basura que para empezar no debería estar tirada.
Claro que el problema es mucho más complejo y requiere de soluciones integrales. El uso y cada vez menos reuso de materiales de almacenaje permanente está sustituyendo el paisaje urbano por uno de plástico. El argumento, por ejemplo, de no usar botellas de vidrio para evitar su lavado y por tanto requerir volúmenes industriales de agua para este fin, puede sonar lógico, pero no por ello hay que olvidar que estas botellas de PET deben regresar a los lugares generadores para ser reprocesadas. Para el caso, debe estar contemplado en los costos de producción y consumo un porcentaje de estímulo o sobreprecio que valore en el consumidor el retorno de estos materiales a los generadores, y éstos, a su vez, responsabilizarse de transportarlos a los lugares de origen para su reprocesamiento industrial.
Vuelvo al tema central. Cualquier acción de gobierno --el federal normando, el estatal apoyando en la creación de infraestructura y el municipal o delegacional operando los programas de manejo y minimización de residuos sólidos-- será inútil si no se acompaña de una estrategia convincente de comunicación masiva que sacuda nuestra conciencia individual a tal grado que a unos nos dé vergüenza tirar un papel en la calle, en el cine o en el parque, y a otros no nos dé vergüenza reclamar la falta ciudadana. Hay que tirar nuestra inconsciencia a la basura, digo, por lo menos para empezar.
El problema es mucho más complejo y habrá que bordar sobre éste, y que comprende cambios en los hábitos de consumo, sustitución inducida de materiales no degradables, la vida moderna y práctica, escasez de materias primas naturales y uso excesivo de otras. Todo ello requiere de una discusión profunda. Volveremos sobre estos temas más adelante.