Ť Ingresa el miércoles a la Academia de Artes como miembro de número
Guillermo Arriaga critica al director del Kirov; ''México no son las telenovelas''
Ť Con 50 años en la danza, dice que ya no quiere hacer coreografías; ''que las hagan los jóvenes"
CESAR GÜEMES
A la espalda de su silla preferida para la lectura, lo contempla un busto de sí mismo, que hiciera el recientemente fallecido Augusto Escobedo y que a Guillermo Arriaga le compró su padre en 500 pesos de los de hace cinco décadas. El resto de su espacio lo componen numerosos libreros, una muy respetable cantidad de discos y un piano. Bailarín, maestro, en su momento funcionario público dentro de su ambiente creativo, Arriaga cumple este año 50 de coreógrafo y el miércoles a las 19 horas en el Museo de San Carlos será recibido como académico de número en la Academia de Artes.
-Estás en muy buena forma, maestro, ¿cuántas horas dedicas semanalmente al trabajo?
-Todas la posibles. No descanso ni los domingos.
Enciende un cigarro y alude a un ejemplar de La Jornada, en el cual el director artístico del Ballet Kirov hizo afirmaciones con las que no está de acuerdo. Es enérgico Guillermo Arriaga, cuya coreografía Zapata anda ya por las 2 mil 500 representaciones: "No se vale venir a este país, en donde hubo una revolución antes que la rusa, y mantenerse al margen de la información. Aquí estuvieron Trotski, Einsenstein, Fromm y muchos más. Aquí han crecido grandes artistas nacionales. No se vale que el director del Kirov considere que México es lo que se ve en las telenovelas. Además vienen con Giselle y con El Corsario, algo tan sobado y tan visto. Bueno, cuando fui director de la Compañía Nacional de Danza respeté el repertorio tradicional porque era mi deber, pero lo que no perdono es que se piense que nosotros somos lo que sucede en las telenovelas de Verónica Castro. Si fuera un empleado, un obrero o un burócrata ruso a lo mejor se alimentaría de futbol, pero que el director del Kirov nos vea así es algo que no permito. Soy alguien que ha trabajado maravillosamente bien para mi país y desde esa posición hago este señalamiento".
-¿En donde dirías que reside la sensibilidad nacional para apreciar la danza en México? ¿En lo diverso de las regiones, tal vez?
-Hace un par de días tuve la oportunidad de ver un video magnífico, realizado por Josefina Lavalle, compañera de toda la vida, por cierto candidata al Premio Nacional de Ciencias y Artes. Ese video es un documento maravilloso, ahí está México, no en los partidos de América y Guadalajara.
-O Pachuca y Santos, para el caso.
-Para el caso da igual, porque si bien respeto al futbol y la práctica del deporte, no estoy de acuerdo con la manipulación. Mientras los integrantes del Pachuca y el Santos ganan millones de dólares, los grandes intelectuales del país medio comen. Así estamos y no estoy de acuerdo. En fin, el caso es que el video de Josefina se dedica a Waldeen, naturalizada mexicana, y es un documento riquísimo que muestra a la madre de la danza moderna en nuestro país. Ahí está buena parte de nuestra riqueza y del cariño nacional hacia la danza.
-¿Sobre un tema similar tratará tu discurso de entrada a la Academia de Artes?
-Más o menos. Es un compendio de un texto amplio titulado La época de oro de la danza moderna mexicana, que lamentablemente se encuentra sin publicar. Es un repaso, digamos. El trabajo original me llevó al menos seis años. Los testimonios abarcan a todos los personajes centrales de la época, José Chávez Morado, Juan Soriano, Evelia Beristáin, Josefina Lavalle o Antonio López Mancera. Es una síntesis que se llama La danza mexicana en el siglo XX. Ese será mi discurso.
-Algo ocurrió para que esa época se considerara de oro y el presente de la danza sea distinto, aunque hoy existen una enorme cantidad de escuelas y de posibilidades. ¿A qué se debe que ese periodo brillara más?
-A que todo es pasajero. Como el cubismo tuvo su tiempo en las artes plásticas, lo mismo pasó en la danza. A nosotros en ese momento nos tocó el final del ciclo nacionalista que venía de Mariano Azuela y Martín Luis Guzmán. Son ciclos irrepetibles. Lo que se debe hacer, creo, es trabajar, es lo único.
-Has obtenido el reconocimiento nacional e internacional con tu trabajo. ¿Te sientes satisfecho?
-Casi. No ha sido fácil. Y doy un ejemplo: En el 93 la SEP nos reconoció como sociedad autoral y me eligieron presidente de la Sociedad Mexicana de Coreógrafos. Instauramos la norma de que se inscribieran los creadores sin pagar un peso. Al paso del tiempo el Fonca nos dio un apoyo, compramos una fotocopiadora y algunos enseres mínimos. Después de ser cuatro años presidente, sin fondos, solicitamos una cuota de 50 pesos cada seis meses para los socios. Evelia Beristáin, Josefina Lavalle y yo fuimos los únicos que aportamos ese dinero.
"Y aunque no puedo decir el nombre, él se reconocerá, a un muy respetado artista nacional perteneciente a la asociación, le dije: es increíble que tú, con el dinero que ganas, no des tu aporte de 50 pesos que son para beneficio de los más jóvenes, no de nosotros los viejos. ¿Sabes qué me respondió? Me dijo: la verdad es que soy socio porque soy tu cuate. Esa fue su postura. Ahora coreógrafos y bailarines como él buscan inscribirse en el Seguro Social y pelean por pensiones, mientras que en su casa, la Somec, no son capaces de dar lo mínimo. Cuando recibí hace año y medio el Premio Nacional de Ciencias y Artes, lo dediqué a mi gremio. No tuve ninguna respuesta, ni una. Y eso duele. Por eso cuando me reeligieron para presidir la Somec, tiré la toalla, no acepté".
-Di finalmente qué necesitas para regresar a la coreografía, ¿espacio, tiempo?
-Ya no quiero hacer coreografía, que la hagan, a través de mi experiencia, los que vienen. A eso se abocan los talleres que imparto. Lo único que les pido a los jóvenes talentosos es que se acuerden un poco de los problemas sociales de México, que miren su raíz prehispánica y su diversidad cultural. Tenemos un país que no merecemos.