a
f o r i s m o s
El
aforista de San Andrés Tuxtla
Marco
Antonio Campos
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Francisco Hernández,
Aforismos,
Ediciones Monte
Carmelo,
México, 2001.
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En 1997, en un folleto publicado en Comalcalco,
Tabasco, en una recopilación hecha por un joven tabasqueño,
Ervey Castillo, apareció a primera edición de estos aforismos.
Con paciencia deslumbrada, Castillo fue sacando de la obra poética
de Hernández pequeños filones de oro y guardándolos
casi secretamente en un cuaderno. En una entrevista publicada en 1999,
al comentar Hernández sobre el folleto, dijo: Jamás pensé
que dentro de mis poemas vivieran tantos aforismos. Cuando vi el folleto
fui el primer sorprendido. Cuatro años después, en una edición
corregida y aumentada, se publican de nuevo los aforismos.
Uno pensaría que muchos de estos
aforismos, que parecen dejar su brillo en el filo de la navaja, que entran
en nosotros como una cuchillada o nos golpean como un puñetazo brutal
en el rostro, están labrados minuciosamente en la soledad fértil;
no, la gran mayoría han salido en instantes de lúcida y desgarrada
espontaneidad y han sufrido apenas mínimas correcciones, como la
mayoría de todo lo que ha escrito Hernández.
Hernández escribió una frase
que hubiera aprobado Roger Munier: Yo sólo estoy seguro de mi ausencia.
Hernández, como buen idealista pesimista, sabe que este es un mundo
de reflejos y de apariencias donde apenas alumbra la Malaluz. Cuando Hernández
se ve en el espejo no sabe si el reflejo o el reflejado es él. O
dicho de otro modo por él: La luna del armario devuelve ausencias
de cuerpo entero. Es mejor no tocarse el rostro, quizá los rasgos
han desaparecido.
Son constantes las referencias en su obra
al espejo, a la sombra, al mal sueño, a la locura, a la enfermedad,
al abismo, al infierno, al olvido, a la ausencia. Pero ¿cómo
huir de esto? ¿Cómo crear una nueva realidad si la verdadera
vida, como diría Rimbaud, está ausente? ¿Cómo
salir de esta ciudad asfixiante que es el mundo, si el hombre camina a
tientas por una calle oscura, sin palabras, sin nadie que se deje asesinar,
sin flechas que indiquen la salida. La ciudad el mundo como un laberinto
de soledad y angustia.
Lo único (no siempre) que parece
iluminar los días de Hernández y le permite respirar de nuevo
un aire nuevo y sentirse presente en la tierra, es el cuerpo desnudo
de la mujer, instantes de contemplación de la naturaleza y la poesía
y la música.
Hay una línea que quizá en
alguna vía resuma este libro y la actitud en la vida y la labor
de artista de Hernández: El poeta no duerme: viaja por la cuerda
del tiempo. Es decir, el poeta, el verdadero poeta, es un insomne equilibrista
que recorre sus años caminando sobre una cuerda entre dos montañas
teniendo abajo el precipicio. La vida del poeta, o si se quiere, del insomne
poeta equilibrista, siempre está en peligro mortal, y dura en la
medida que pueda sostenerse sobre la cuerda. Mientras la recorre, mientras
la vida la cuerda sigue su curso, Hernández ha tomado conciencia
de que los sueños se vuelven pesadillas y las imágenes de
la naturaleza se transforman y se distorsionan hasta crear imágenes
de menoscabo y fenecimiento. Al fondo y arriba el insomne sólo ve
en el cielo la mala estrella.
En esa larga cuerda del tiempo caminaron
poetas como Nerval, Trakl o Celan, pero un día de delirio negro
cayeron a las profundidades para entrar a la casa de los ángeles
nocturnos.
El argentino Antonio Porchia llamó
a sus aforismos Voces; quizás Hernández pudo titular
los suyos Gritos. En efecto: grito es una palabra que se repite
varias veces en su lírica. Pero gritar, él lo ha dicho, es
cosa de mudos, y el grito del mudo nadie sino él lo oye.
El grito del mudo es el más desesperado e impotente, el que desgarra
las entrañas y la garganta, un grito del que no sale de la boca
un hilo de sonido, un grito que después de que se profiere, hace
que el hombre, perdida la esperanza, termine en un mar de lágrimas
y con el corazón hecho trizas. Después de todo, estaría
de acuerdo Hernández, este es un mundo de locos, de enfermos y desesperados,
que en un momento determinado de la tensa caminata sobre la cuerda tensa,
no tienen más remedio que gritar al ver las llagas que el tiempo
va dejándoles en el cuerpo, en el corazón y el alma y preguntar
al cielo.
¿Qué otra cosa son sino gritos,
pero gritos desde el filo de la navaja, desde las imágenes impacientes
e inciertas creadas por la locura, los últimos poemas de Georg Trakl,
de El corazón y Regreso a casa a Grodek y Lamento?
Muchos aforismos de Hernández nos
abaten en momentos de tal manera que lo recomendable es leerlos de pie
para sostenerse mejor.
Hernández creció en la región
bochornosa y húmeda de los Tuxtlas, en Veracruz. En su obra hay
descripciones de la naturaleza o de hechos mágicos cotidianos que
hacen evocar las narraciones de Gabriel García Márquez y
de Álvaro Mutis. En su tierra nativa suele sucederle a Hernández
que los horarios se le trastruequen o que de pronto se halle intercambiando
ecos con barcos fantasmas y con muertos que han perdido la esperanza de
vengarse.
Cierto: Hernández se siente atraído
por las imágenes donde la muerte habita y la muerte ha sido una
sombra que lo ha acompañado con una fidelidad de ángel, pero
eso no significa que ame a la muerte o sea un necrófilo. Él
se ha hecho aun la ilusión de que la poesía lo acompañará
en las horas oscuras del sepulcro, y así lo ha dejado escrito en
un momento de raro optimismo: Mi lengua tiene vida propia. Después
de muerto he de seguir cantando.
Tal vez la pregunta extrema límite
que nos deje Hernández, luego de haber caminado casi cincuenta y
cinco años sobre la cuerda, de cara a la tierra y frente al sol,
es una pero terrible: Entre el paraíso y el infierno ¿qué
diferencia hay?
FICHERO
LOS LIBROS
QUE LLEGAN A NUESTRA REDACCION
antología
Los hijos del desastre. Migrantes,
pachucos y chicanos en la literatura mexicana,
compilación y liminar de Javier Perucho, Editorial Verdehalago,
México, 2000, 314 pp.
antropología
Así en el cielo como en
la tierra. Pedidores de lluvia del volcán,
Julio Glockner, Editorial Grijalbo/Benemérita Universidad de Puebla/Instituto
de Ciencias Sociales y Humanidades, México, 2000, 179 pp.
Los oficios de las diosas,
Félix Báez-Jorge, prólogo de Johanna Broda, Col. Biblioteca,
Universidad Veracruzana, México, 2000, 457 pp.
artes plásticas
Elena Climent,
Ricardo Pozas Horcasitas , Col. Teoría y práctica del arte.
Punto de Fuga, Conaculta, México, 2000, 55 pp.
crónica
Ocurrencias. Notas de viajes,
Paco Ignacio Taibo I, Col. Periodismo cultural, Conaculta, México,
2000, 149 pp.
educación
Escuela y comunidades originarias
en México, Rocío
Casariego Vázquez, María de Jesús Salazar Muro, Sandra
Luz Martínez López, et al., Conafe, México,
2000, 255 pp.
ensayo
Apostillas y derivas,
Víctor Manuel Pineda, Col. Ensayos, Red 2000, núm. 28, Red
Utopía, A.C./jitanjáfora Morelia Editorial, México,
2000, 145 pp.
La secuencia tlaxcalteca. Orígenes
del culto a Nuestra Señora de Ocotlán,
Rodrigo Martínez Baracs, Col. Biblioteca del inah, Conaculta/inah,
México,
2000, 240 pp.
ensayo (literario)
Guía de las letras y autores
contemporáneos, John
Sturrock (compilador), revisión y traducción Ismael Viadiu
Col. Lengua y estudios literarios, Fondo de Cultura Económica, México,
2001, 638 pp.
ensayo (político)
El fin de la raza cósmica.
Consideraciones sobre el esplendor y decadencia del liberalismo en México,
José Antonio Aguilar Rivera, Col. El ojo infalible, Editorial Océano,
México, 2001, 216 pp.
ensayo (sociológico)
Entre redes y actores. Dinámica
sociopolítica en Xico,
Liliana Rivera Sánchez, Col. Historia y sociedad, Instituto de Investigaciones
Histórico-Sociales/Universidad Veracruzana, México, 1998,
212 pp.
Escritores y poder. La dualidad
republicana en México, 1968-1994,
Xavier Rodríguez Ledesma, Col. Textos núm. 19, Conaculta/Fonca/Universidad
Pedagógica Nacional, México, 2001, 327 pp.
Teoría de la elección
pública. Fundamento de las finanzas públicas,
Ronald Martínez Rodríguez, Col. Biblioteca, Universidad Veracruzana,
México, 2000, 513 pp.
narrativa
Circular, Aline Petterson,
Editorial Alfaguara, México, 2001, 124 pp.
El oro del rey, Arturo
Pérez Reverte, Editorial Alfaguara, México, 2000, 207 pp.
La Gioconda en bicicleta,
Guillermo Samperio, Col. El día siguiente, Editorial Océano,
México, 2000, 184 pp.
Marcador final. En una lucha
contra el tiempo la justicia no siempre llega,
Frank Palmer, Col. Grandes éxitos, Grupo Patria Cultural/Promexa,
México, 2001, 343 pp.
Nosotros estamos muertos,
Jaime Avilés, Col. El día siguiente, Editorial Océano,
México, 2001, 325 pp.
Thais,
Héctor González Ramírez, Sociedad de Escritores de
Durango/LXI Legislatura del Estado de Durango, México, 120 pp.
Trece cuentos escogidos,
Edgar Allan Poe, traducción de Julio Cortázar, Col. Clásicos
para hoy, 44, Conaculta, México, 2000, 255 pp.
poesía
El viaje de los sentidos,
Saúl Juárez, Col. Los ojos del secreto, 12, Verdehalago,
México, 90 pp.
Plagios,
Ulalume González de León, Col. Letras mexicanas, Fono de
Cultura Económica, México, 2001, 308 pp.
revista
Los Universitarios,
núm. 6, marzo 2001, nueva época, textos de Ignacio Solares,
Jorge Contreras Chacel, Elsa Cross, entre otros, Universidad Nacional Autónoma
de México, México, 64 pp.
Mala Vida,
núm. 23, invierno de 2000, año V, nueva época, textos
de Ricardo Venegas, Armando Alonso, Francisco Rebolledo, entre otros, Revistas
Independientes del País/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes,
México, 24 pp.
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t
e a t r o
Dramaturga
se escribe con eme
Siddharta
Camargo
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Felipe Galván
(antologador),
Teatro, mujer
y país
Tablado Iberoamericano,
México, 2000.
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Con la clara intención de realizar
un aporte al conocimiento, difusión y análisis de la participación
de las mujeres en el teatro de nuestro país, la editorial Tablado
Iberoamericano realizó la edición de una antología
de dramaturgia contemporánea mexicana escrita por mujeres.
Paradójicamente, Teatro, mujer
y país es una antología realizada por un hombre: Felipe
Galván, quien nos ofrece un amplio panorama que incluye a dramaturgas
mexicanas pertenecientes a diversas generaciones, lo cual no deja de tener
algunas claras ventajas, por ejemplo, la de mostrar la pluralidad que prevalece
en el mundo de la creación teatral contemporánea, aunque
también conlleva alguna que otra desventaja: por ejemplo, que, como
en toda antología que incluye una diversidad tan amplia de propuestas,
no se puede evitar la disparidad en cuanto a complejidad y oficio entre
las diferentes propuestas. A pesar de eso, Teatro, mujer y país,
es un libro que hay que leer si se desea tener cuando menos una idea de
la dramaturgia escrita por mexicanas.
El orden que Galván ha elegido para
la presentación de los textos es el cronológico, de acuerdo
con la generación en la se puede ubicar a las autoras, pero no por
su fecha de nacimiento, sino en cuanto a estrenos o publicación
de sus trabajos. De acuerdo con dicha lógica, la antología
abre con un texto escrito por una mujer que no requiere mayor presentación:
Luisa Josefina Hernández, de quien se incluye El galán
de ultramar, escrita en 1999 por quien es considerada como la decana
de la actual dramaturgia mexicana escrita por mujeres.
El trabajo siguiente es el de Sabina Berman,
con una obra de excelente factura y que actualmente se presenta en cartelera:
Feliz
nuevo siglo, Doktor Freud, una reflexión lúdica y crítica
sobre el padre del psicoanálisis y algunos de sus escritos sobre
las mujeres, en particular Tres ensayos de teoría sexual,
en los que Freud proponía su idea sobre la envidia del pene desarrollada
por las mujeres. Berman es una de las dramaturgas más destacadas
en nuestros días y sin duda una de las más importantes escritoras
de la generación de la nueva dramaturgia mexicana.
A continuación se nos presenta una
obra de Martha Cerda; también se incluye a Mary Paz Gómez
Pruneda, Gabriela Ynclán (quien además de su trabajo como
dramaturga ha desarrollado una importante labor de difusión e impulso
de nuevas propuestas desde su taller de sogem), Gilda Salinas, Susana Robles,
Elba Cortés, María Antonia Valle y Verónica Langer.
Todas son propuestas interesantes, todas escritas por dramaturgas que conocen
su oficio, si bien es cierto que en diversos niveles de desarrollo, porque
al fin y al cabo la experiencia acaba por imponerse.
La inclusión de un breve análisis
por parte de la investigadora del Centro de Estudios de Género de
la UAP, María del Carmen García Aguilar, le da sustento teórico
a la propuesta en cuanto al enfoque de género.
Si bien se podría objetar que no
han sido incluidas todas las propuestas dramatúrgicas de las escritoras
mexicanas en este libro, debe entenderse que esto resulta materialmente
imposible. De cualquier manera, Tablado Iberoamericano ha prometido una
nueva entrega que vendrá a complementar la visión del teatro
mexicano escrito por mujeres
n
o v e l a
En
busca del tiempo perdido
Gabriela
Valenzuela Navarrete
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Manuel S. Garrido,
Las horas
de la eternidad,
Grijalbo Mondadori,
México, 2000.
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Recargado en el cristal de la ventanilla
de su compartimento en el Tren de Gran Velocidad (tgv) que lo lleva de
Francfort a París, Musante regresa a su juventud ya agotada, sofocada
como las épocas violentas que vivió en Argentina y en su
natal Chile, cuando Pinochet no era un anciano condenado a ser juzgado
sino un hombre decidido a llevar las riendas de su país, y cuando
la historia de Perón y su mítica Evita era una actualidad
que se escribía día a día, no un musical de Hollywood
con Madonna como estrella.
Musante es un antiguo militante izquierdista
chileno que, ante el golpe de Estado militar que derrocaría al entonces
presidente Salvador Allende, se ve forzado a abandonar su país y
su vida para refugiarse en Argentina, primero en casa de unos amigos psicoanalistas
también militantes, y después en el lugar menos esperado
para un activista político y por lo tanto el mejor escondite: un
convento.
María, la monja que lo recibe, es
una religiosa fuera de lo común: una mujer terriblemente atractiva,
de una delicia sensual que irremediablemente lo embruja más que
su fe y su poder de convencimiento, y que convierte su convento en un páramo
bendito para un hombre que se ve maniatado a sí mismo, limitado
a ser el testigo más ciego de los acontecimientos a los que ha dedicado
completa su todavía corta vida. Para María, Musante es el
camarada perfecto, el que comparte sus ideales y con quien se siente capaz
de analizar la situación terrible a la que están condenando
a los países sudamericanos un par de villanos enajenados. Después
de todo, ¿quién dijo que la Iglesia no podía participar
en política, y más aún las monjas que no son las
que de verdad forman la Iglesia?
No se podría decir que, antes de
María, Musante no conociera el amor y sus delicias; pero, como siempre,
cada quien tiene un recuerdo especialmente querido. Veintitantos años
después, con la frente pegada a ese frío cristal de un tren
bala y al otro lado del océano Atlántico, las memorias de
ese amor salpicado por la sangre de una juventud decidida a defender sus
ideales regresan al presente, como resultado de una pesquisa tan inconsciente
como premeditada: son el fin encontrado de la búsqueda del tiempo
perdido.
Al igual que Marcel Proust en sus ocho
tomos, Manuel S. Garrido narra en Las horas de la eternidad lo frágil
de la linealidad de esa convención que insistimos en llamar tiempo.
Cuando recordamos algo, ¿no estamos haciendo en realidad que el
pasado se convierta en presente de nuevo? ¿No somos otra vez los
que éramos hace diez años, tres meses o dos horas?
Chileno de nacimiento y profesor de filosofía
y literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México,
Garrido se da a la tarea de explorar las partes más profundas y
olvidadas de un exiliado político, pero su análisis va más
allá del examen de un personaje determinado: en diferentes circunstancias
unos, en diferentes latitudes otros, Las horas de la eternidad es
en realidad un hilo conductor para autoanalizarse, para conocerse de una
manera más libre de trabas y de absurdos pudores.
¿Qué es la felicidad sino
también una mera convención? Uno tras otro, libros y películas
nos dicen que, aun en los momentos más difíciles, en guerras
o revoluciones civiles, sus protagonistas llegaron a sentirse felices en
algún momento. Tal vez porque dejan de buscarla como un objeto,
como un viaje lleno de lujos para el que es necesario ahorrar toda una
vida, o como un automóvil último modelo del que sólo
puede ser dueño nuestro vecino o el más perfecto desconocido.
Musante y María lo saben: son felices cuando logran unir la esperanza
con el destino: ¿Sabías que la felicidad está ligada
a la incertidumbre?
El viaje de Garrido y su personaje Musante
es como todo recuerdo un extravío voluntario en el laberinto sin
hilo de la historia personal. El tiempo no tiene fin ni lógica,
pero su grandeza radica en su maleabilidad, que lo hace susceptible de
ser pasado y futuro al mismo tiempo. ¿No hay personas que se dice
que viven siempre en sus recuerdos o, por el contrario, que no ven más
que su futuro? ¿No basta una sola evocación para hacer que
el pasado se haga nuevamente presente? Muy a la manera de Swan y el instante
maravilloso en el que el sabor de las magdalenas mojadas en té lo
hacen regresar al Combray de su infancia, la sorpresiva visión de
María lleva a Musante a indagar dónde y en qué momento
se encuentra viviendo realmente; a hurgar y recordar, cuando se cruzan,
como huyendo uno del otro, el mundo imaginario y el mundo real...
Expuesto así, ese ir y venir a través
del presente, el pasado y un pasado todavía más remoto parecería
algo imposible de lograr de manera escrita, sobre todo sin terminar por
confundir al lector y dejarlo perdido en quién sabe qué tiempo.
Muchos estudiosos se han puesto a clasificar tal uso de tal tiempo para
expresar esto o aquello, o para señalar tal intención o tal
deseo. Que si el presente puede tener un valor de pasado remoto y entonces
se llama presente histórico, que si el hubiera no supone más
que una acción meramente hipotética... El libro de Garrido
es un ejemplo de cómo un escritor avezado puede enredarse y salir
triunfante de esa maraña de teorías y valores modales que
llenan capítulos y capítulos de las gramáticas. Además,
la elección correcta de cada vocablo y la atinada voz narrativa
que conduce al lector, un narrador comprometido con el personaje, logran
su cometido: llevarnos de la Sudamérica de los años setenta
a la Europa de los noventa, con detalle pero sin explicaciones engorrosas...
y todo durante un viaje de Francfort a París en el tgv.
Es Las horas de la eternidad un
juego de contemplación, un juego de un hombre y una mujer hechos
perpetuidad, un juego del erotismo hecho cuerpo humano. María y
Musante; una monja, el otro activista; una mirándolo a distancia,
segura como estaba de que Musante hacía el amor con imágenes
y palabras, el otro contemplándola desde adentro y desde afuera
al mismo tiempo... ahogados los dos entre la impotencia y el temblor.
Una pareja entrañable, una Ariadna rescatando a su Teseo del dédalo
invisible de un viaje en tren perdido entre la historia y el deseo
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