domingo Ť 20 Ť mayo Ť 2001
Néstor de Buen
La corrupción y algunos de sus culpables
Somos, se dice, un país corrupto. He pensado muchas veces en ello y he llegado a generalizaciones arriesgadas. Porque corrupción es un mecanismo para hacer efectivas las ambiciones. Y si pensamos que nuestros ancestros, los pueblos indígenas, antes de la llegada de los españoles tenían un sentido de la vida en el que el mañana vital, no el mañana religioso, no era importante, parecerá evidente que no conocían la ambición. Mi ignorancia absoluta de los dialectos me impide saber si la palabra "ahorro" haya podido tener alguna equivalencia en el náhuatl o en el maya.
El español, audaz y ambicioso, hizo notable que para él el mañana era fundamental. De hecho la idea misma del "Eldorado", la tierra prometida rica en oro, era uno de los motivos que los llevaban a anteponer la ambición al peligro. No hace falta ir muy lejos en la historia, quizá en la leyenda, para encontrarnos con Cuauhtémoc y Atahualpa, víctimas del amor desmedido de los conquistadores Cortés y Pizarro por el oro.
El indio, sin ambición. El español, ambición toda, no importando el precio, inclusive el precio del trabajo intenso. Y la historia seguiría por las encomiendas y, en años de la Independencia, por la suerte dramática de los esclavos de Yucatán sobre los que escribía Turner, que permitían a los hacendados dueños del henequén disfrutar de los placeres de Europa.
Con la Conquista nació una raza: el mestizo. Síntesis de muchas cosas buenas y de otras no tanto. Inteligencia de sobra, patriotismo con toques no tan leves de patrioterismo. Valor, sí. Sensibilidad y saber político, todo. Dominio del arte, que de sus ancestros indígenas les viene pero en algunos, ambición heredada de los otros. Y si a eso se agrega que no se heredó del todo el entusiasmo enfermizo de los españoles por el trabajo, el resultado puede ser la palabra comprometedora: corrupción.
Pero a eso contribuimos con muchas cosas. Nos asusta que nuestra burocracia tienda a ser corrupta. Andrés Manuel López Obrador ha puesto de manifiesto los enredos de la Tesorería del DF, donde los ingresos por impuestos y derechos no ingresaban a la Tesorería, sino a cuentas personalísimas. Y no faltarían muchos otros ejemplos. Pero no nos asustamos y casi lo vemos como un fenómeno natural que en la ley, el sagrado derecho al empleo, se convierta para ese conjunto inagotable de trabajadores de confianza al servicio del Estado, en un "Eldorado" imposible. Basta la decisión de un jefe o jefecillo, nuevo o antiguo, para que todos los años de antigüedad se vayan a la basura y sin compensación alguna.
Ya la Ley Federal de los Trabajadores al Servicio del Estado (LFTSE) se adorna con un artículo quinto que hace interminable la lista de los puestos de confianza. Y el artículo octavo, simplemente, les desconoce todo derecho. No los quiere y los expulsa de la ley.
En el apartado "A", cuando era sólo el artículo 123, todos los trabajadores tenían derecho a la estabilidad en el empleo. Las mañas de López Mateos se lo quitaron, entre otros, a los de confianza, pero se les reconoce el derecho a la indemnización que, a veces, cuando reclaman reinstalación y el patrón no los quiere, se convierte en una indemnización sabrosa. En el "B", con una interpretación maligna de su fraccción 14, que concede a los de confianza derecho a la protección al salario y a las medidas de seguridad social, se interpreta que es todo lo que tienen, olvidando que antes, la fracción nueve del mismo apartado concede a todos los trabajadores, sin excepción, derecho a la reinstalación y a la indemnización.
Hoy se convierte en verdadero drama el problema de los burócratas de confianza. Las condiciones de la economía, que según las versiones oficiales, no todas, va mejor que nunca, están provocando despidos de funcionarios de todos los niveles. Y pónganse a buscar empleo o a lanzarse a la aventura de la economía informal.
ƑPuede extrañar la corrupción preventiva en ese caso? Sin la menor duda no la justifico. Pero de que me la explico, me la explico.