domingo Ť 20 Ť mayo Ť 2001

Rolando Cordera Campos

Los menos y los más: el desafío de las fórmulas

Desde el cuarto de juegos de Los Pinos, ante la república (in)mediática y virtual que tanto parece obsesionar a su equipo de gobierno, el presidente Fox hizo, sin embargo, un intento serio por hacer política madura, para adultos. Más allá del frenesí que embarga a sus comunicaciones, el hecho importante de su primer microinforme es la convocatoria al Congreso para ponerse a trabajar juntos en el diseño y la aplicación de una reforma fiscal digna de tal nombre. Lo demás, sus juicios sobre la calidad de la transición o el final de la presidencia autoritaria, son materia para otra, más pausada, polémica.

No hay duda ya de que es la cuestión financiera del Estado la que definirá el rumbo del país en el mediano y hasta en el largo plazos. Sin un fisco dinámico y sólido, México no puede sino avanzar lentamente y a tumbos, dejando en la cuneta a millones de mexicanos que no tienen acceso a la educación o el trabajo productivo. En estas circunstancias, el país no tiene más destino que seguir siendo tierra fragmentada, inconexa, partida entre un norte que crece mucho, aunque lo haga salvajemente, y un sur arrinconado, donde sólo se incuban el rencor y el desaliento. Este es el México de hoy, en gran medida porque por décadas se pospuso aquella reforma y se prefirió, en los hechos, posponer también las tareas esenciales para la erección de una modernidad real y habitable.

La reforma es vital y no puede seguirse postergando. La presión externa, la que emana de los dichosos "mercados" y sus calificadoras de riesgos y confianza, sin ser soslayable, debía pasar a segundo término en la agenda de las deliberaciones públicas, porque lo que está en juego es mucho más que un grado de inversión. Lo que se dirime hoy es la posibilidad del país para crear capacidades a marchas forzadas, aprovechar sus estructuras demográficas favorables por primera vez, y poner en marcha un curso de desarrollo efectivo, que propicie panoramas de esperanza y optimismo y formas cooperativas que rebasen la política elemental de los votos y las urnas, y nos lleven a inventar un nuevo proyecto nacional. Y nada de esto se puede siquiera intentar con un Estado raquítico, que renuncia a sus deberes elementales y sacrifica ante una estabilidad más que ilusoria los trabajos públicos indispensables, sin los cuales no habrá infraestructura ni empleo, mucho menos equidad.

No es, por eso, cualquier fórmula, "la que sea", la que se requiere para echar a andar la máquina de las reformas. La fórmula tiene que dar cabida a las promesas y los compromisos contraídos, y ofrecer respuestas creíbles a los afanes y a las expectativas creadas por el cambio político. De otra manera, la renovación del Estado que se busca quedará siempre trunca y la fortaleza fiscal, sometida a las mil y una contingencias de la disputa social y de la lucha por el poder. No habrá, en esas condiciones, un Estado fuerte, sino uno siempre acosado y cercado por la coyuntura y la avidez de los financieros privados y los buscadores de rentas políticas.

No hay, ciertamente, una sola receta y es por eso que debe darse la deliberación más abierta e ilustrada. Pero mal inicio habrá, si se insiste en afectar el consumo de los pobres y los más pobres, mientras se rebajan las tasas para los ingresos de los más ricos. Una mezcla como la ofrecida hace unas semanas por el gobierno, es en el México de hoy una mezcla no sólo inaceptable sino explosiva, que puede regresarnos a etapas de la política y la confrontación social que muchos piensan haber dejado atrás en estos largos años de transición y modernización económica y política.

El diálogo a que convoca el presidente Fox debe ser precisamente eso: un discurrir libre y a varias voces, y no una mesa bilateral de negociación en la penumbra. Sería la mejor prueba de que, en efecto, quedó en la historia el autoritarismo y ahora se trata de tejer un nuevo relato nacional. Para hacer todo esto, sin embargo, es indispensable partir del reconocimiento de una realidad social que duele y hiere, y que no puede hacerse a un lado con cuentas alegres u ofrecimientos simplones de devoluciones milagrosas. La creación de las bases de un Estado democrático moderno pasa por la disposición clara de la sociedad para sufragar sus requerimientos. Pero la realidad de hoy es que los más simplemente no pueden hacerlo. Toca a los menos empezar a hacerlo. Y švaya que tienen!