SABADO Ť 19 Ť MAYO Ť 2001
SPUTNIK
Para gustos y sabores...
Juan Pablo Duch
Moscu, 18 de mayo. El primer artista de la Rusia postsoviética en proclamar a los cuatro vientos su condición de gay, Boris Moiseev, suele agradecer a su tocayo Yeltsin haber contribuido a que se hi-ciera famoso en su tierra.
Resulta que cuando en este país era suicida revelar comportamientos amatorios que se perseguían por ley, Moiseev, homosexual pero no tonto, decidió pasarse una temporada en París, Milán y otras ciudades del viejo continente. Regresó a Rusia con Yeltsin y, al asumir una actitud de frontal desafío a estereotipos de rechazo por esa época todavía arraigados, adoptó el nombre artístico de Angel Caído.
Diez años después, de Kaliningrado a Vladivostok, los espectáculos del Angel Caído, una mezcla de ballet y canciones, escasa ropa (por lo común, de mujer) y be-sitos volados al auditorio, transcurren con gran éxito de público.
Esto se debe, en parte, a la ocurrencia de Moiseev, todo un hallazgo para evitar protestas en la sala, de hacerse acompañar en el escenario por dos damas esculturales, también escasas de ropa y dignas de aparecer en cualquiera de las revistas de amplia circulación gratuita en las peluquerías.
Así, quien haya comprado boleto por accidente, cayendo en el error de pensar que este bailarín que canta, o tal vez cantante que baila, es pariente del mundialmente famoso coreógrafo Igor Moiseev, no se siente defraudado. El taco de ojo está asegurado, independientemente de los gustos de la concurrencia.
Por lo mismo, hace rato que las presentaciones de Moiseev no horrorizan a nadie. Mejor dicho, casi a nadie. Sin ir muy lejos, esta misma semana un grupo de ciudadanos de Pskov, en la parte europea de Rusia, al suroeste de San Petersburgo, se escandalizó ante la posibilidad de que el controvertido artista moscovita actuara en su provinciana urbe.
Los abajo firmantes emitieron una carta abierta a las autoridades de la ciudad, uno de cuyos párrafos parece calcado del discurso de un opinador secretario de Estado mexicano, que sin duda suscribiría la misiva si residiera en Pskov. "Estamos sumamente preocupados por la difusión de 'va-lores' ajenos a nosotros, que se traducen en la depravación de los jóvenes, lo cual a su vez conduce a un incremento de la delincuencia, la drogadicción, la prostitución, la homosexualidad, el lesbianismo, el sida y, todo ello, degrada a la nación y pone en riesgo su existencia", afirmaron.
Semejante publicidad gratuita no la habría podido pagar Moiseev, que desde luego llenó la sala en Pskov, más aún que las autoridades nada pudieron oponer al argumento mayor de la directora de la Fi-larmónica, Galina Ivanova, donde se llevó a cabo la presentación.
"ƑNo querrán prohibirnos que se interprete en Pskov la música de Piotr Chaikovsky, que también era homosexual?", preguntó la señora en un desplegado.
Dicen que el alcalde de Pskov se quedó pensando qué hacer y concluyó que, si bien Moiseev, incluso si se esfuerza en saltar, no le llega ni a los tobillos a Chaikovsky, el genial compositor y el Angel Caído tienen ciertamente algo en común.
El ejemplo de Pskov confirma que, a pesar de que aquí ya no es delito escoger con quien compartir el pan y la cama, no todos en Rusia piensan que para gustos y sabores se hicieron los cuerpos y, al parecer, los condones.
Respecto de esto último, sin mostrar mi-sericordia con los despistados y con los miopes, y menos con los miopes despistados, en cualquier tienda de por acá los preservativos sabor fresa o limón comparten anaquel con las pastillas de menta y los chicles. Para evitar confusiones, a la hora de pagar no queda otro remedio que checar con frecuencia la vista y, de ser necesario, encargar nuevos lentes.
Los jóvenes rusos de hoy ni siquiera saben que, en los tiempos soviéticos, era toda una hazaña comprar condones y se vendían sólo en las farmacias, cuando los había, bajo el eufemismo de "artículo nú-mero uno".
Esto porque la oferta disponible no hacía honor a su inglés inventor, el doctor Condom, que por vivir en el siglo XVIII se salvó de volver a morir de la decepción si le hubiera tocado comprar una cajita de cilíndricas fundas de fabricación soviética. En la costumbre de pedir preservativos en clave también pudo haber influido el he-cho de que el "hombre nuevo", a diferencia de su liberado (sexualmente) sucesor, era muy penoso.
En aquel entonces los dependientes de las farmacias, al escuchar en voz baja y lenguaje cifrado lo que quería el tímido comprador, solían pasar la orden a voz en cuello, "šuna cajita de condones para el camarada!", como si de merthiolate o curitas se tratara. Nunca se ha podido saber si lo hacían por puro gusto o por carecer de modernos sistemas de intercomunicación.