JUEVES Ť 17 Ť MAYO Ť 2001
Angel Guerra Cabrera
La tercera vía y el ideal de Simón Bolívar
Sólo en situaciones muy contadas las elecciones han hecho honor a su nombre desde que surgieran la civilización burguesa liberal y la llamada democracia representativa. Muy pocas veces los ciudadanos pueden elegir entre al-go más que los representantes de las clases sociales dominantes y entre programas políticos que, en esencia, nada o muy poco tienen de distintos.
Esta negación de la auténtica democracia se ha hecho más nítida en las últimas tres décadas a medida que los grandes partidos de izquierda se desdibujaron como alternativas no ya del capitalismo; ni si-quiera de su ultraexpoliadora variante neoliberal. Cada vez menos entran en la liza electoral candidatos de verdadera orientación popular, siempre expuestos al linchamiento por los hegemónicos medios de difusión del sistema cuando no al deterioro de su imagen por las inconsecuencias de sus propios aparatos partidistas.
En Europa, al influjo de la ola neoconservadora que se inició en los 70, se produjo temprano la reconversión de los antiguos partidos socialdemócratas a la derecha neoliberal y otaniana, extendida hasta algunas de las formaciones de origen co-munista. Es lo que se ha dado en llamar tercera vía.
La cómoda victoria del magnate mediático Silvio Berlusconi y su Casa de la Libertad en los comicios del 13 de mayo en Italia sólo puede ser explicada por la capitulación, la entrega al oportunismo electorero y al pragmatismo sin principios por parte del ex Partido Comunista de ese país y de gran parte de las fuerzas de la izquierda tradicional europea. Ya se veía venir cuando triunfó en Austria la ultraderecha de Joerg Haider, igual que en el caso italiano una alianza entre las fuerzas más reaccionarias, incluyendo neofascistas, fi-lofascistas y chovinistas.
Está abierto el camino para nuevos triunfos de la ultraderecha en Europa y en otras regiones. La tercera vía no encontró mejor solución contra Haider que las contraproducentes e hipócritas sanciones que lo convirtieron en víctima ante sus electores y lo fortalecieron internamente; por su inefectividad facilitaron el clima propicio para el ascenso del neofascista Berlusconi y para que sacaran las uñas gobiernos reaccionarios agazapados como el del neofranquista Partido Popular de José María Aznar.
En Italia el acontecimiento es mucho más grave por su peso económico, político y cultural en el mundo, por el antecedente de haber sido la cuna del fascismo y el primer sitio donde accedió al poder con Mussolini al frente; y también por su rica tradición de luchas sociales, que aportó a la izquierda un pensamiento tan creativo como el de Antonio Gramsci.
La llegada al gobierno de Aznar, hoy fervoroso partidario de Berlusconi, fue consecuencia del abandono de los ideales históricos de la izquierda y de los escándalos de corrupción de la dirección del Partido Socialista Obrero Español bajo la égida de Felipe González. El régimen de Aznar, algo muy revelador, se ha convertido en la punta de lanza europea de la política yanqui de exterminio contra Cu-ba, empresa en la que es el aliado internacional más conspicuo de la mafia contrarrevolucionaria de Miami.
El gobierno del Partido Popular lanzó contra el pueblo vasco toda la fuerza del Estado para doblegarlo en las elecciones comunitarias con una propaganda que in-sistió en equiparar a todas las fuerzas nacionalistas con la demencial conducta de ETA. Al hacerlo, puso en evidencia su incapacidad para dialogar en pie de igualdad con una cultura e identidad distintas --en este caso la vasca-- y para encontrarle salida a sus aspiraciones de autodeterminación, que muy bien podrían canalizarse dentro de una España que asuma sin remilgos su pluralidad de culturas y pueblos.
La convincente victoria del nacionalismo moderado vasco en los comicios de esta semana, además de un contundente repudio a los crímenes de ETA, lleva ex-plícitamente una condena al gobierno de Madrid y contra el PSOE, que se asoció sin escrúpulos a la prepotente actitud co-lonialista de las autoridades.
No hablemos de elecciones en Estados Unidos. Es sabido que allí desde siempre el pastel electoral ha sido monopolio inexpugnable de la elite plutocrática que do-mina todas las palancas del poder económico y político hasta haberse ganado con la controvertida elección de Bush hijo el título de "república bananera".
América Latina, por su parte, tiene en sus tradiciones comunitarias indígenas y populares y en la historia de sus luchas sociales fuentes propias para sacudir la modorra y llegar a la construcción de una auténtica democracia. En la pelea por de-rrotar el ALCA, ese engendro neomonroísta, podría estar la clave para renovar el ideal de unión latinoamericana de Bolívar.