jueves Ť 17 Ť mayo Ť 2001
Adolfo Sánchez Rebolledo
La pobreza como coartada
La ensoñación de la alternancia ha concluido dándose un frentazo con la realidad. La llamada desaceleración de la economía estadunidense nos devolvió el lenguaje de otras épocas y las palabras preferidas del gobierno otra vez son "austeridad", "recorte", promesas de una vieja historia no por sabida menos problemática. Mientras en los centros financieros del mundo se celebra la perspicacia mexicana para realizar ajustes a la economía en tiempo y forma, en México crece el malestar debido a las medidas anunciadas por el gobierno del cambio.
Y es que la vara con la que miden los técnicos las economías difiere de la que usan en sus hogares millones de ciudadanos, que sólo ven cómo se reducen sus ingresos, el empleo, las oportunidades de educación y salud para sus hijos. Como ellas son personas y no números, esas familias no comprenden cómo les beneficiará una reforma fiscal que tiene como base la elevación automática y generalizada de alimentos y medicinas, si los salarios, cuando existen, permanecen sujetos a férreos controles por aquello de la inflación.
Debido a esas propuestas, el presidente Fox ha tenido que enfrentar la primera oleada de rechazo de su gobierno en diversos frentes, aunque destacan incluso por encima de las críticas de los partidos las expuestas por los trabajadores sindicalizados que ya no quieren soportar sobre sus hombros, como dice el cliché, todo el peso de la crisis que el gobierno se esfuerza en negar. Por más que la publicidad intente separar a la reforma fiscal de las últimas medidas es obvio que, recetadas juntas, el panorama de la economía popular seguirá ensombreciéndose aún más.
Tiene razón el secretario de Gobernación al declarar inadmisible que a estas alturas la captación fiscal del país apenas llegue "escasamente a 10 por ciento del producto interno bruto. Eso no se ve en ningún país y menos en uno desarrollado", que no es, por cierto, el caso. Santiago Creel dedicó palabras enérgicas al pronunciarse contra los críticos de la reforma fiscal y estableció una definición de corte cuasi programático al señalar: "ya basta de argumentos falaces que nada tienen que ver con el argumento de fondo, que es la pobreza del país", lo cual estaría muy bien si, en efecto, la reforma estuviera diseñada para corregir las distorsiones estructurales que propician la injusta distribución del ingreso, pero no es así. Una cosa son las intenciones del gobierno en cuanto a qué hacer con la recaudación y otra muy diferente que ésta sea técnica y socialmente equitativa. Ojalá y se establecieran en México mecanismos de redistribución del ingreso para "enfrentar las carencias y la pobreza de nuestro país desde siempre", pero eso no significa que esta reforma, con sus reducciones en la cúspide y aumentos en otros impuestos, sea la vía para conseguirlo.
Es imposible no coincidir con el secretario Creel cuando afirma, según la crónica de Alonso Urrutia: "lo que no podemos permitir es que sigan siendo unos cuantos los ricos y muchos los pobres. Queremos hacer una reforma que permita avanzar en la reforma social, pues se hace necesario para el cumplimiento de la promesas de campaña". Totalmente de acuerdo.
Sin embargo, la realidad se burla de nuestras mejores intenciones. Una información, recientemente publicada en Reforma, da cuenta del crecimiento absoluto del número de ricos en México aprovechando el repunte de la economía el año pasado. Resulta que la cifra de ricos poseedores de un capital invertible de más de un millón de dólares pasó de 60 mil a 70 mil en un año, mientras nuestros ricos más ricos siguen a la cabeza de las listas mundiales.
Si de redistribuir el ingreso se trata, Ƒno sería conveniente, pregunto al secretario de Gobernación, explorar las posibilidades de aumentar la captación entre esos sectores de suyo privilegiados en vez de cargarle la mano a los que viven de un salario o en la miseria?
Es importante no usar la pobreza como coartada. No sería la primera vez.